La llegada
Ya que hay que empezar por alguna
parte el relato de aquellos cuatro años en los que intenté escribir un librito risueño
y sutil sobre el yoga, afronté cosas tan poco risueñas y sutiles como el
terrorismo yihadista y la crisis de los refugiados, me sumergí en una depresión
melancólica tan grande que tuvieron que internarme cuatro meses en el hospital
Sainte-Anne, y perdí, por último, a mi editor, que por primera vez desde hace
treinta y cinco años no leerá un libro que yo he escrito, ya que hay que
empezar, pues, por alguna parte elijo la mañana de enero de 2015 en que, al
cerrar mi bolsa, me pregunté si sería mejor llevar mi teléfono, del que de
todas formas tendría que desprenderme allí donde iba, o dejarlo en casa. Opté
por lo más radical, y apenas abandoné nuestro edificio me resultó excitante haber
quedado fuera del alcance de los radares. Luego un saltito más para coger el
tren en la estación de Bercy, un satélite de la de Lyon, modesta y ya
provinciana, especializada en la Francia profunda.
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