Momentos de vida, Virginia Woolf, p. 21
A Vanessa y a mí, estas conversaciones
nos producían, probablemente, el mismo placer que experimentan los estudiantes
universitarios cuando hacen amigos por primera vez. En el mundo de los Booth y
de los Maxse no se nos pedía que utilizáramos gran cosa nuestro cerebro. Aquí,
sólo el cerebro empleábamos. Parte del encanto de aquellas veladas del jueves
radicaba en que eran pasmosamente abstractas. No se trataba solamente de que Principia
Ethica de Moore nos hubiera impulsado a todos a hablar de filosofía, arte,
religión, sino de que el ambiente -a pesar de que Hawtrey no aceptara esta
palabra- era en extremo abstracto. Los muchachos a quienes he mencionado
carecían en absoluto de "modales", en el sentido que a esta palabra
se daba en Hyde Park Gate. Sometían a crítica nuestras argumentaciones con la
misma severidad que las suyas. No parecían darse cuenta de la manera en que
íbamos vestidas o de si nuestro aspecto era agradable o no. Aquella tremenda
carga de la apariencia que George había puesto sobre nosotras en nuestros
primeros años había desaparecido. Una ya no tenía que soportar aquella terrible
inquisición, después de una fiesta, y escuchar palabras tales como
"estabas linda". O "estabas vulgar". O "realmente tienes
que aprender a peinarte". O "esfuérzate en no presentar ese aspecto
de aburrimiento cuando bailas". O "hiciste una conquista" o
"verdaderamente, has fracasado".
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