Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

EL SEÑOR MITCHELL

Vida de este chico, Tobías Wolff, p. 216
El señor Mitchell nos daba educación cívica. También actuaba como reclutador extraoficial para el ejército. Había servido durante la Segunda Guerra Mundial en “el teatro de  operaciones europeo”, como a él le gustaba decir, y había llegado a matar hombres. A veces nos traía diferentes objetos que había cogido de sus cuerpos, no sólo medallas, que se podían comprar en cualquier tienda de empeño, sino también cartas en alemán y carteras con fotos familiares. Cada vez que queríamos distraer al señor Mitchell para que no nos pidiera redacciones que no habíamos escrito le preguntábamos por las circunstancias en que había matado a esos hombres. El señor Mitchell se agachaba detrás de su mesa y miraba por encima, luego rodaba hasta el centro del aula y se ponía de pie de un salto gritando ta-ta-ta-ta-ta. Pero alababa el valor y la disciplina de los alemanes y decía que en su opinión nos habíamos equivocado de lado. Deberíamos haber tomado Moscú, no Berlín. Respecto a los campos de concentración, teníamos que recordar que casi todos los científicos judíos habían perecido allí. Si hubiesen vivido habrían ayudado a Hitler a poner a punto su bomba atómica antes de que nosotros hiciésemos la nuestra y hoy estaríamos todos hablando alemán.

El señor Mitchell se apoyaba mucho en los medios audiovisuales para dar sus clases. Vimos las mismas películas muchas veces, documentales de combate y cuentos cautelares pro<;lucidos por el FBI acerca de chicos de instituto en Anytown, U.S.A., que eran engañados para que se afiliasen a células comunistas. En el examen final el señor Mitchell nos preguntó: “¿Cuál es muestra enmienda preferida?» Estábamos preparados para la pregunta y todos dimos la respuesta correcta –“El derecho a llevar armas”-, excepto una chica que contestó «La libertad de expresión». Por esta impertinencia suspendió no sólo la pregunta sino todo el examen. Cuando arguyó que lógicamente no podía calificar esa respuesta como equivocada, el señor Mitchell se enfadó y la echó de clase. Ella se quejó al director, pero no consiguió nada. La mayoría de los chicos de la clase pensaron que se estaba haciendo la marisabidilla; yo entre ellos.

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