Virginia Woolf, Quenton Bell, p. 276
11 de enero de 1912
Mi querida Virginia, debo
escribirte antes de meterme en cama y poder, creo, pensar con mayor calma.
No tengo un recuerdo demasiado
preciso de lo que realmente te he dicho esta tarde, pero estoy seguro que sabes
a qué vine, quiero decir, no meramente que yo estaba enamorado de ti, sino que
esto junto con la incertidumbre hacen que uno haga este tipo de cosas. Quizás
obré mal, puesto que, hasta esta semana, siempre tuve intención de no hablarte
de ello sin estar antes seguro de que estabas enamorada de mí y te casarías conmigo.
Pensaba que tú me apreciabas, pero que esto era todo. Nunca llegué a darme
cuenta de lo mucho que te amaba, hasta el momento en que hablamos de mi vuelta
a Ceilán. Después de esto, no pude pensar en nada más que en ti. Me encuentro
en un estado de desvalida incertidumbre, sin saber si me amas, si podrás llegar
a amarme algún día, o simplemente a apreciarme. Dios mío, espero no tener que
pasar nunca más unos momentos como los que he pasado hasta telegrafiarte. Primero
te escribí pidiéndote hablar contigo el próximo lunes, pero luego me di cuenta
de que me volvería loco si esperaba hasta entonces para verte. Por esto
telegrafié. Sabía que me dirías con exactitud lo que sientes. Te comportaste
exactamente como yo esperaba que lo harías, y, si antes no hubiera estado enamorado
de ti, lo estaría ahora. No es, no es en absoluto, meramente porque eres tan
bella –aunque sin duda es una razón importante y así debe ser- que yo te amo:
es tu mente y tu carácter, nunca he conocido a nadie como tú. ¿Lo creerás?
Ahora haré lo que tú quieras que
haga. No creo que quieras que me aparte de ti, pero si es así, lo haré de
inmediato. Si no, no veo razón para que no sigamos como antes -creo que puedo-
y luego, si ves que puedes llegar a amarme, me lo dirás.
Dios mío, veo el riesgo de
casarse con cualquiera y ciertamente conmigo. Soy egoísta, celoso, cruel,
lujurioso, embustero y, probablemente, muchas cosas más. Me he dicho a mí mismo
una y otra vez que nunca me casaría con nadie por estos motivos, sobre todo
porque creo que nunca podría controlar estos defectos en presencia de una mujer
que fuera inferior a mí, y que me enfurecería gradualmente con su inferioridad y
sumisión ... Debido a que tú no eres así, el riesgo es infinitamente menor.
Puedes ser vana, egoísta e infiel, como dijiste, pero no es nada comparado con tus
cualidades, con tu inteligencia magnífica, tu agudeza, tu belleza, tu
sinceridad. A fin de cuentas, nos gustamos mutuamente, amamos el mismo tipo de
cosas y de gente, ambos somos inteligentes y, por encima de todo, son las
realidades lo que comprendemos y lo que nos
importa ...
(En la imagen, Leonard por Roger Fry)
No hay comentarios:
Publicar un comentario