Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

UNA GRAN DAMA

De Matar a un ruiseñor de Harper Lee, p. 142-143
-¿Y murió libre? -preguntó Jem.
-Como el aire de las montañas -dijo Atticus-. Estuvo consciente hasta el final, casi. Consciente -sonrió-- y gruñona. Seguía desaprobando enérgicamente mis acciones, y dijo que probablemente me pasaría el resto de la vida sacándote de la cárcel. Hizo que Jessie te preparara esta caja ...
Atticus se inclinó y recogió la caja de caramelos. Se la entregó a Jem. Jem abrió la caja. En su interior, rodeada de bolas de algodón húmedo, había una camelia blanca y perfecta. Era una Nieve de la Montaña.
A Jem casi se le salieron los ojos de las órbitas.
-Viejo demonio del infierno, ¡viejo demonio del infierno! -gritó, arrojándola al suelo-. ¿Por qué no me deja en paz?
Al instante, Atticus se levantó y fue hacia él. Jem enterró la cara en la camisa de Atticus.
-Shh -le dijo-. Creo que era su manera de decirte: «Ahora todo está bien, Jem, todo está bien». Ya sabes que era una gran dama.
- ¿Una dama? -Jem levantó la cabeza. Tenía la cara roja-. Después de todo lo que dijo de ti, ¿una dama?
-Lo era. Ella tenía sus propias opiniones sobre las cosas, muy diferentes a las mías, quizá ... Hijo, te he dicho que, aunque hubieras mantenido la calma, yo mismo te habría dicho que fueras a leerle. Quería que vieras un aspecto de ella ... quería que vieras lo que es la verdadera valentía, en lugar de tener la idea de que valentía es un hombre con un arma en la mano. Es cuando sabes que estás vencido antes de comenzar, pero de todos modos comienzas, y sigues adelante a pesar de todo. Casi nunca ganas, pero a veces lo haces. La señora Dubose ganó, los cincuenta kilos de su cuerpo lo hicieron. Según su punto de vista, murió sin estar en deuda con nada ni con nadie. Era la persona más valiente que he conocido jamás. Jem recogió la caja de dulces y la lanzó al fuego. Recogió la camelia, Y cuando me iba a la cama le vi toqueteando sus grandes pétalos. Atticus estaba leyendo el periódico.

DEL MATRIMONIO

De Ve y pon un centinela de H Lee, p.53
-Señor Clinton, si me permite una observación propia de una mujer de mundo, se le ve el plumero.
-¿Y eso?
Ella sonrió .
-¿No sabes cómo pescar a una mujer, cariño? -Se pasó la mano por la cabeza como si la tuviera rapada, frunció el ceño y añadió: -A una mujer le gusta que su hombre sea dominante y a la vez distante, si es que eso es posible. Que la haga sentirse indefensa, sobre todo si sabe que puede levantar un montón de peso sin ningún problema. Nunca dudes delante de una mujer y jamás le digas que no la entiendes.
-Touché, cariño -afirmó Henry-. Pero pondría una pequeña pega a eso último que has dicho. Yo creía que a las mujeres les gustaba que las consideraran extrañas y misteriosas.
-No, solo nos gusta parecer extrañas y misteriosas. Por debajo de la boa de plumas, todas las mujeres quieren un hombre fuerte que las conozca como a la palma de su mano, y que no solo sea su amante, sino Dios Todopoderoso. Qué tontería, ¿verdad?
-Entonces quieren un padre en lugar de un marido.
-En resumidas cuentas, sí -repuso ella-. En ese aspecto, los libros tienen razón.
-Te veo muy sabia esta noche -observó Henry-. ¿Dónde has aprendido todo eso?

-En Nueva York, viviendo en pecado -contestó ella. Encendió un cigarrillo e inhaló profundamente-. Observando a matrimonios jóvenes y elegantes en Madison Avenue. ¿Conoces ese dialecto, cielo? Es muy divertido, pero hay que tener el oído acostumbrado: ejecutan una especie de fandango tribal, pero de aplicación universal. Comienza cuando las mujeres se aburren como ostras porque sus maridos están tan cansados  de salir a ganar dinero que no les prestan atención. Y cuando ellas se ponen a gritar, en vez de intentar entender el motivo. ellos se limitan a buscar un hombro compasivo en el que llorar. Luego, cuando se cansan de hablar de sí mismos, regresan con sus esposas. Todo es de color de rosa durante un tiempo, pero al final los hombres se cansan y las mujeres se ponen a gritar otra vez, y vuelta a empezar. Los hombres de hoy en día han convertido a «la otra» en un diván de psiquiatra. y a precio mucho menor.

BASURA BLANCA

De Matar a un ruiseñor de Harper Lee, p. 231
-¿Quiere decir que lo único que bebe en esa bolsa es Coca-Cola? ¿Solo Coca-Cola?
-Sí, señorita -asintió el señor Raymond. Me gustaba su olor: olía a cuero, caballos y a semillas de algodón. Llevaba las únicas botas de montar inglesas que yo había visto jamás-. Eso es lo que bebo la mayor parte del tiempo.
-Entonces, ¿usted finge que está medio . .. ? Discúlpeme, señor –me di cuenta de lo que había dicho-, no era mi intención ser. ..
El señor Raymond se rio, sin sentirse en absoluto ofendido, y yo intenté plantear una pregunta discreta:
-¿Por qué hace lo que hace?
-Ah ... sí, ¿quieres decir por qué finjo? Bueno, es muy sencillo –dijo él-. A algunas personas no .. . no les gusta cómo vivo. Ahora bien, yo podría mandarlas al diablo, no me importa si no les gusta. Digo que no me importa si no les gusta, pero no las mando al diablo, ¿comprendéis?
-No, señor -dijimos Dill y yo.
-Intento darles un motivo. Para la gente todo es más fácil si tienen un motivo al que agarrarse. Cuando vengo a la ciudad, que es pocas veces, si me tambaleo un poco y bebo de esta bolsa, pueden decir que Dolphus Raymond no puede vivir sin el whisky ... y por eso no cambia su  modo de actuar. No puede evitarlo, por eso vive de ese modo.
- Eso no está bien, señor Raymond, fingir ser más malo de lo que ya es ...
- No está bien, pero es útil. Entre nosotros, señorita Finch, no soy un gran bebedor, pero ya ve que ellos nunca, nunca podrían entender que vivo como vivo porque es así como quiero vivir.
Yo tenía la sensación de que no debería estar allí escuchando a ese pecador que tenía hijos mestizos y no le importaba quién lo supiera, pero me resultaba fascinante. Nunca me había encontrado con un ser humano que deliberadamente perpetrara un fraude contra sí mismo. Pero ¿por qué nos había confiado aquel gran secreto? Se lo pregunté  

- Porque sois niños y podéis entenderlo -dijo-, y porque le oí a él. -Señaló a Dill con la cabeza-. Su esencia todavía no se ha pervertido. Cuando sea un poco mayor no sentirá náuseas ni llorará. 
En la imagen: The Ghost of Walker Evans on Vimeo

MUJERES EN GRECIA

De Las dos muertes de Sócrates de Ignacio García-Valiño, p.26-27
En este ambiente festivo, Aspasia no pudo evitar meter baza:
-.. -Y las mujeres, (tendrían alguna representación en esa pequeña sociedad o sólo servirían para daros hijitos?
Las risas cesaron de repente. La inesperada intervención les hizo volverse hacia ella al mismo tiempo, como si acabara de romper una valiosísima crátera. Se creó un incómodo silencio.
--Oh, disculpadla -se adelantó Conno, forzando la sonrisa--. Es demasiado bisoña, pero fijaos qué bella.
-¿Qué has querido decir? -se interesó Protágoras.
~Que la democracia debería contar con nosotras -repuso ella.
--Eso también tendríamos que someterlo a votación -dijo Aristófanes, para romper el hielo.
Pero nadie se interesaba ya por tas bromas del comediógrafo. Los dos sofistas tenían la mirada puesta en ella como si acabaran de escuchar una música milagrosa.
-.. -¿Y puedes darme una buena razón para hacer eso? -inquirió Conno, molesto.
Aspasia miró directamente a Pródico y respondió con mucha seguridad:
-Bueno, somos la mitad de la población. Y es un error creer que hay suficientes varones capacitados.
Los sofistas quedaron gratamente impresionados por este comentario.
-Es la idea más original que he oído en mucho tiempo -sonrió Pródico.
-Y más cierta aún viniendo precisamente de una mujer -dijo Protágoras.
Conno no supo qué decir. Se sentía halagado, en cierto modo, por lo que le tocaba a él, pero también creía que Aspasia se había excedido, y su comentario era ofensivo.

Preguntó su parecer a Aristófanes y éste admitió que esa mujer extraordinaria le acababa de infundir la idea para una futura comedia. Y tal comentario, que no era ninguna broma, fue saludado con las carcajadas de Conno y Anito.

MAE WEST Y DAME SITWELL

De Retratos de Truman Capote, p. 151-152
Invitó a Dame Edith Sitwell para que sirviera el té, tarea ella, eterna devota de lo outré, aceptó. La crema de la buena sociedad neoyorquina, deslumbrada ante la perspectiva de un encuentro entre dos damas de una distinción tan dispar, buscaba como fuera ser invitada.
-Querido -le dijeron a l joven, felicitándole por anticipado-, va a ser lo más camp de la temporada.
Pero ... todo salió al revés. A las cuatro, Dame Edith, alegando laringitis, telefoneó para excusar su ausencia. A las seis, cuando la fiesta estaba por la mitad, parecía que la señorita West también los iba a desilusionar. Algunos invitados murmuraban que todo era un engaño. A las siete el anfitrión se retiró a una habitación privada. Diez minutos después llegó la invitada de honor, y los que quedaban en la reunión no se arrepintieron de haber esperado. No se arrepintieron, pero quedaron extrañamente confundidos. No faltaba ninguno de los detalles familiares: la rubia peluca, los ojos ·como cimitarras con pestañas largas como espadas, la piel  blanca, blanca como la boca de una víbora mocasin, el cuerpo, ese Big Ben de los relojes de arena, ese sueño de tantos presidiarios ... No faltaba nada, excepto la señorita West.
Porque aquélla no era la verdadera Mae. Sin embargo, era la señorita West: una mujer insegura, tímida y vulnerable, una mujer virginal, inclasificable, cuyo retraso muy bien hubiera podido deberse a que se había quedado plantada en la calle tratando de reunir ánimos para llamar al timbre. Mientras uno observaba la sonrisa que como inquieta luciérnaga parecía ir a posarse en sus labios pero no terminaba de hacerlo, mientras la escuchaba susurrar  roncamente “Encantada de conocerlo” para inmediatamente, como si no se animara a continuar, abandonar cualquier posible conversación antes de iniciarla, resultaba evidente que su yo teatral, en su etérea y absoluta totalidad, no era más que un tour de force. Fuera del reino protector de su hilarante creación, aquel símbolo asexuado de sexualidad desinhibida no tenía defensas: sus largas pestailas se agitaban como las antenas de un escarabajo panza arriba. En una sola oporfunidad afloró la Mae más dura. Sucedió cuando una emocionada jovencita se acercó a la actriz y le dijo:
-Vi Diamond Lilla semana pasada: es maravillosa.
-¿La viste, querida? ¿Dónde la viste?
-En el museo. En el Museo de Arte Moderno.

Y una acongojada señorita West, refugiándose en la estilizada pronunciación lenta que ella misma ha inventado y tan famosa la ha hecho, preguntó:

INCIPIT 497. MATAR A UN RUISEÑOR / HARPER LEE

1
Cuando tenía casi trece años, mi hermano Jem sufrió una grave fractura en el brazo a la altura del codo. Cuando sanó y por fin se disiparon sus temores de que nunca podría volver a jugar al fútbol americano, en raras ocasiones volvía a acordarse de aquella lesión. El brazo izquierdo le quedó algo más corto que el derecho; cuando estaba de pie o andaba, el dorso de la mano fornaba casi un ángulo recto con su cuerpo, y el pulgar estaba paralelo a sus muslos. A él no podría haberle importado menos, con tal de poder pasar y chutar.

Cuando transcurrieron años suficientes para poder verlos en retrospectiva, a veces hablábamos de los acontecimientos que condujeron a su accidente. Yo sostengo que los Ewell fueron quienes lo comenzaron todo, pero Jem, que era cuatro años mayor que yo, decía que eso había empezado mucho. antes. Dijo que comenzó el verano en que Dill vino a vernos, cuando nos hizo concebir por primera vez la idea de hacer salir a Boo Radley. Yo decía que si él quería tener una amplia perspectiva de lo sucedido, en realidad comenzó con Andrew Jackson. Si el general Jackson no hubiera perseguido a los indios creek arroyo arriba, Simon Finch nunca habría llegado

INCIPIT 496 / AFTER HENRY JAMES

7 DE MAYO DE 1898 21
El joven que no puede librarse de su secreto -la opresiva conciencia de un secreto- y encuentra la solución de cargar con otro - TENIENDO que hacerlo, aceptando participar en el de otra persona- para que le sirva de compañía.
Henry JAMES

Felipe estaba orgulloso de un monstruo que había hecho para una película de Guillermo del Toro, pero esa maravilla cubierta de babas translúcidas había sido comprada por un coleccionista japonés. Solo podría mostrar los dinosaurios que había hecho para Faunia, el parque temático en las afueras de Madrid. Julio llevaba décadas sin ver a su primo. La primera sorpresa del reencuentro fue el coche en que lo vio llegar.

LA JUSTICIA

De Matar a un ruiseñor de Harper Lee, p. 256
-Una cosa más, caballeros, antes de terminar. Thomas Jefferson dijo en una ocasión que todos los hombres son creados iguales, una frase que a los yanquis y aliado femenino de la rama  ejecutiva en Washington les gusta lanzarnos. En este año de gracia de 1935, ciertas personas tienden a utilizar esta frase fuera de contexto, para aplicarla a todas las situaciones. El ejemplo más ridículo que se me ocurre es que las personas que dirigen la educación pública apoyan de la misma manera a los estúpidos y a los vagos que a los trabajadores; como todos los hombres son creados iguales, nos dirán solemnemente, los niños que se quedan atrás sufren terribles complejos de inferioridad. Sabemos que todos los hombres no son creados iguales en el sentido que ciertas personas quieren hacernos creer: algunas personas son más inteligentes que otras, algunas personas tienen más oportunidades porque nacieron con ellas, algunos hombres ganan más dinero que otros, algunas mujeres hacen mejores pasteles que otras; algunas personas nacen con talentos que sobrepasan a los que posee la mayoría.
Pero hay algo en este país ante lo que todos los hombres son creados iguales, una institución humana que hace que un pobre sea igual que un Rockefeller, que el estúpido sea igual que un Einstein y el ignorante igual que cualquier director universitario. Esa institución, caballeros, es un tribunal. Puede ser el Tribunal Supremo de los Estados Unidos o el tribunal más humilde que haya en la tierra, o este honorable tribunal del que hoy forman parte. Nuestros tribunales tienen sus fallos, como los tiene cualquier institución humana, pero en este país nuestros tribunales son los más grandes niveladores, y en nuestros tribunales todos los hombres son creados iguales.

No soy ningún idealista al creer firmemente en la integridad de nuestros tribunales y en el sistema del jurado; no es un ideal, es una realidad práctica. Caballeros, un tribunal no es mejor que cada uno de ustedes, que se sienta delante de mí en este jurado. La integridad de un tribunal es la de su jurado, y la integridad de un jurado es la de los hombres que lo componen. Confío en que ustedes, caballeros, repasarán con imparcialidad las declaraciones que han oído, tomarán una decisión y devolverán al acusado a su familia. En el nombre de Dios, cumplan con su obligación.

DEL ABOLENGO

De matar a un ruiseñor de Harper Lee, p. 282-283
¿Sabes una cosa, Scout? Ya lo tengo resuelto. He pensado mucho en ello últimamente y ya lo he resuelto. Hay cuatro tipos de  personas en el mundo, las personas corrientes como nosotros y los vecinos,  las personas personas como  los Cunmi ngham  que v1ven en  los bosques, las personas como los Ewell, del vertedero, y los negros  de más allá en el condado
-¿y qué hay de los chinos, y los cajunes de más allá, en el condado de Baldwin?
-Me refiero al condado de Maycomb . El caso es que a las personas omo nosotros no les gustan los Cunnimgham, a los Cunningham no les gustan lo s Ewell y los Ewell odian y desprecian a la gente de color.
Le dije a Jem que, si era así, por qué el jurado de Tom, formado por personas como los Cunningham, no absolvió a Tom para molestar a los Ewell.
Jem descartó mi pregunta considerándola infantil.
-Mira -me dijo-, he visto a Atticus golpear el suelo con el pie siguiendo el ritmo de la música en la radio, y le gusta un buen whisky como a cualquiera .. .
-Entonces, eso nos hace parecidos a los Cunningham --dije-. No entiendo por qué la tía ...
-No, déjame terminar ... así es, pero seguimos siendo diferentes. Atticus dijo una vez que el motivo de que la tía esté tan obsesionada por la familia se debe a que lo único que tenemos es nuestro abolengo y ni una sola moneda a nuestro nombre.
-Bueno, Jem, no sé ... Atticus me dijo una vez que la mayoría de todo eso sobre la familia antigua es una tontería, porque la familia de todo el mundo es tan antigua como la de los demás. Le pregunté sí eso incluía a la gente de color y a los ingleses y él me dijo que sí.
-El abolengo no significa familia antigua --dijo Jem-. Creo que es cuánto tiempo la familia de uno sabe leer y escribir. Scout, he pensado mucho en esto y es la única razón que se me  ocurre. En algún lugar, cuando los Finch estaban en Egipto, uno de ellos debió de haber aprendido uno o dos jeroglíficos y se los enseñó a su hijo -Jem serio-. Imagínate a la lfa presumiendo de que su bisabuelo sabía leer y escribir; las damas se sienten orgullosas de cosas extrañas.

-Bueno, me alegro de que supiera, pues, de lo contrario, ¿quién habría enseñado a Atticus y a los otros? Y si Atticus no supiera leer, tú y yo estaríamos en una mala situación. No creo que eso sea el abolengo, Jem.

IGLESIA EN CHIAPAS

De After Henry James, p. 164-165
Domingo barre la calle, riega las plantas, limpia el patio, encera los pisos de ladrillos barnizados, cuida la casa. Es ligero y pequeño, ya lo dije, no camina, se desliza, y tiene una voz muy suave que revela su origen, es un indio de la región de Chiapas, probablemente de la etnia tzotzil, aunque ya no viste la ropa que sus hermanos suelen usar en Chamula, cuya plaza ostenta una iglesia sobria y salvaje, a la que no se puede entrar sin permiso del Ayuntamiento.
Los santos no están en sus nichos sino en el suelo, ataviados igual que los feligreses, y delante de ellos arde el incienso. Dentro de la iglesia, familias enteras, incluyendo niños, abuelos, perros y gatos. Muchos se emborrachan dentro ingiriendo los peores aguardientes. Los fieles rezan fervorosamente: si el santo elegido no cumple sus promesas, lo castigan poniéndolo de cabeza.

Yo he ido varias veces a Chiapas y a San Juan Chamula: en una ocasión me expulsaron de la iglesia, mi blanquecina apariencia les debió molestar y es probable que también mi estatura.

CAPOTE

De Matar a un ruiseñor de Harper Lee, p.177-178
-¿Cómo has llegado hasta aquí?
Con mucha dificultad. Reanimado por la comida, Dill comenzó su relato: Su nuevo padre, que le odiaba, lo había atado con cadenas y abandonado en el sótano (en Meridian había sótanos) para que muriera, pero había conseguido mantenerse con vida en secreto gracias a los guisantes crudos que le daba un granjero que pasaba por allí y oyó sus gritos pidiendo ayuda (el buen hombre metió una fanega entera, vaina por vaina, por el respiradero), y finalmente se liberó arrancando las cadenas de la pared. Aún con esposas en las muñecas, vagó durante unos tres kilómetros más allá de Meridian, donde descubrió un pequeño circo de animales y lo contrataron para lavar al camello. Viajó con el circo por todo Mississippi hasta que su infalible sentido de la orientación le dijo que estaba en el condado de Abbott, Alabama, y que Maycomb se encontraba al otro lado del río. El resto del camino lo hizo a pie.
-¿Cómo has llegado aquí? -preguntó Jem.
Le había cogido a su madre trece dólares del bolso, se había subido al tren de las nueve en punto en Meridian y se había bajado en el Empalme de Maycomb. Había recorrido a pie quinée o diecisiete de los veintiséis kilómetros que había hasta Maycomb, por fuera de la carretera, entre los matorrales por si las autoridades le estaban buscando, y había hecho el resto del camino enganchado a la parte trasera de un vagón de algodón. Había estado debajo de la cama dos horas, creía; nos había oído en el comedor, y el tintineo de los cubiertos sobre los platos casi le había vuelto loco. Creyó que Jem y yo no nos iríamos a la cama nunca; había pensado en salir y ayudarme a pelear con Jem, pues Jem era ya mucho más alto, pero sabía que el señor Finch intervendría pronto, de modo que pensó que sería mejor quedarse donde estaba. Estaba agotado, sucio hasta más no poder, y en casa.
-No deben saber que estas aquí -dijo Jem-. Si te estuvieran buscando, lo sabríamos.

-Creo que aún están buscando en todos los cines de Meridian. –Dill sonrió.

TRUMAN CAPOTE

De Matara a un ruiseñor de Harper Lee,p. 181-182
Según Dill lo explicaba, me encontré preguntándome cómo sería la vida si Jem fuera diferente, incluso de como era ahora; lo que yo haría si Atticus no sintiera la necesidad de mi presencia, ayuda y consejo. Vaya, no podía pasarse ni un solo día sin mí. Incluso Calpurnia no podría  seguir adelante a menos que yo estuviera ahí. Me necesitaban.
-Dill, seguro que no es así.. . tu familia no podría pasar sin ti. Solo son mezquinos contigo. Te diré lo que debes hacer respecto a eso ... Dill continuó hablando en la oscuridad.
-La cuestión es ... lo que intento decir es ... ellos se lo pasan mejor sin mí, yo no puedo ayudarlos en nada. No son mezquinos. Me compran todo lo que quiero, pero es como si me dijeran: «Ahora que lo tienes, vete a jugar con ello. Tienes toda una habitación llena de cosas. Te he comprado ese libro, así que ve a leerlo». -Dill puso una voz más grave-. No eres un muchacho. Los muchachos salen y juegan al béisbol con otros muchachos, no se quedan en casa molestando a sus padres. -La voz de Dill volvió a ser la de siempre-. Ah, no son mezquinos. Te besan y abrazan cuando te dan los buenos días y las buenas noches y cuando te dicen adiós, y te dicen que te quieren ... Scout, consigamos un bebé.
-¿Dónde?
Dill había oído hablar de un hombre que tenía una barca con la que iba remando hasta una isla llena de niebla donde estaban todos esos bebés; se podía pedir uno ...
-Eso es mentira. La tía me dijo que Dios los hace bajar por la chimenea. Al menos creo que eso fue lo que dijo. Por una vez, la pronunciación de la tía no había sido demasiado clara.
-Bueno, no es así. Los bebés se sacan de otras personas. También está ese hombre ... él tiene todos esos bebés esperando a que los despierten, él les insufla vida ...
Dill estaba emocionado otra vez. En su viva imaginación siempre flotaban cosas hermosas. Podía leer dos libros en el tiempo en que yo leía uno, pero prefería la magia de sus propias invenciones. Sumaba y restaba con más rapidez que el rayo, pero prefería esa otra dimensión, un mundo donde los bebés dormían, esperando a que los recogieran por la mañana como si fueran lirios. Hablaba lentamente arrullándose a sí mismo y arrastrándome  también a mí al sueño, pero en la quietud de su isla brumosa se erigía la borrosa imagen de una casa gris con tristes puertas marrones.
-¿Dill?
-¿Mmm?
-¿Por qué crees que Boo Radley no ha huido nunca? Dill suspiró pesadamente y se puso de espaldas a mí.

-Quizá no tenga ningún lugar a donde huir ...

INCIPIT 495. DIABLO GUARDIAN / XAVIER VELASCO

No lo puedo creer. La última vez que hice esto tenía un sacerdote enfrente. Y tenía una maleta llenísima de dólares, lista para salvarme del Infierno. ¿Sabes, Diablo Guardián? Te sobra cola para sacerdote, y aun así tendría que mentirte para que me absolvieras. Tú, que eres un  tramposo, ¿nunca sentiste como que se te agotaban las reservas de patrañas? Ya sé que me detestas por decirte mentiras, y más por esconderte las verdades. Por eso ahora me toca contarte la verdad. Enterita, ¿me entiendes? Escríbela, revuélvela, llénala de calumnias, hazle lo que tú quieras. No es más que la verdad, y verdades ya ves que siempre sobran. Señorita Violetta, ¿podria usted contarnos qué tanto hay de verdad en su cochina vida de mentiras? ¿Qué hay de cierto en la witch disfrazada de bitch, come on sugar Darling let me scratch your itch?Puta.madre, qué horror, no quiero confesarme.

Ave María Purísima: me acuso de ser yo por todas partes. O sea de querer siempre ser otra. Y hasta peor: conseguirlo, ¿ajá? Me acuso de bitchear, witchear y rascuachear, de ser barata como vino en tetra-pak, y al mismo tiempo cara, como cualquier coadicue traicionera. Me acuso de haber robado, no una ni dos veces sino a roda hora y en todo lugar, como chingado pac-man cocainómano. Me acuso de acusar al confesor por mis pecados, y de haberlo nombrado Demonio de Mi Guarda sin siquiera explicarle la clase de alimaña que estaba contrayendo. 

INCIPIT 494. ESPEJO ROTO / MERCE RODODERA

(Una joya de valor)

Vicenç  ayudó al señor Nicolau a subir al coche. “Sí, señor, como usted diga.” Después subió la señora Teresa. Siempre  subía primero él y luego ella, porque para bajar necesitaba la ayuda de ambos. Era una maniobra difícil y el señor Nicolau requería muchos miramientos. Entraron por la calle de Fontanella y, en el Portal del Angel, giraron a la derecha. Los caballos iban al trote y las ruedas, negras y rojas, recién barnizadas, rodaban ligeras, paseo de Gracia arriba. El señor Nicolau explicaba a todo el mundo que Vicenç valía un Potosí, que si no lo tuviera vendería la berlina porque no se fiaría de ningún otro cochero. Y como el señor Nicolau era generoso, de todo sacaba provecho Vicenç. El cielo estaba encapotado; de vez en cuando, en un claro entre dos nubes, aparecía un pálido y breve rayo de sol. Todo el mundo, es decir, la servidumbre y algunos amigos, sabía que el señor Nicolau quería hacer un regalo a la señora Teresa porque cuando celebraron el primer medio año de matrimonio le había regalado un armario japonés de laca negra con incrustaciones de nácar y oro, precioso, pero que a ella no le había entusiasmado. Él tuvo una decepción: «Ya veo que no he dado en el clavo, aunque vale un dineral; pero, como a mí me gusta, me lo quedaré y a ti te regalaré algo que te ilusione más.» Ante la joyería Begú, Vicenç detuvo a los caballos, bajó del pescante, y, mientras dejaba el sombrero de copa en el asiento, vio que la señora Teresa abría la portezuela y saltaba, ágil como un gamo. Entre los dos sacaron al señor Nicolau del coche -«de mi armario», como solía decir-. Inmóvil en el centro de la acera, porque cuando bajaba del coche le costaba erguirse, miró dos o tres veces a derecha e izquierda, sin mover la cabeza, como si no supiera qué hacer. Dio por último el brazo a su mujer y muy despacio entraron los dos en la joyería.

DUCHAMP¡¡¡

De Retratos de Truman Capote, p.145-146
“Pero”, protesta Duchamp, “que no pinte no significa que haya abandonado el arte. La reputación de todos los buenos pintores se basa en apenas unas cinco obras maestras. El resto de su producción no es imprescindible. Esas cinco tienen la fuerza del escándalo. El escándalo es bueno. Si he realizado cinco cosas buenas, ya me parece suficiente. O podría decirse que, en lugar de morir, como Seurat, a los treinta y un años, 1 soy un hombre cuya inspiración para la pintura se acabó, ¿eh?” Su inspiración, o en todo caso su talento para juguetear con el arte, que es donde reside el encanto infantil y hoy día ya nada escandaloso de sus obras, no ha desaparecido, ni mucho menos: en su infinito tiempo libre, Duchamp ha confeccionado frascos de perfume surrealistas, ha realizado una pionera película abstracta, se ha dedicado a la decoración de interiores (techos cubiertos con sacos de carbón), ha ideado un museo Duchamp portátil a base de reproducciones en miniatura de sus obras más conocidas (incluida una ampolla de e aire de París»), y ha inventado para su regocijo otras formas fraudulen tas de arte de juguete; pero lo que parece interesarle sinceramente es el ajedrez, una forma de diversión más seria, tema sobre el que ha escrito el libro más recherché que  pueda imaginarse: se editaron mil ejemplares en tres idiomas, y (agárrense bien) el título es: Opposition et Cases Conjuguées, Opposition und Schwesterfelder, Opposition and Sister Squares. Duchamp aclara que: «Trata de los peones bloqueados, cuando la victoria se decide con los movimientos de los reyes. Es algo que sólo ocurre una de cada mil veces. Y ¿por qué», añade, “no ha de ser mi dedicación al ajedrez una actividad artística? Una partida de ajedrez es muy plástica. La elabora uno mismo. Es escultura mecánica, y con el ajedrez uno crea hermosos problemas, y esa belleza se hace con la cabeza y con las manos. Además,  socialmente, es más puro que la pintura, porque no se puede ganar dinero con el ajedrez, ¿eh?»

UNA CONFESION

De La recta intención de Andrés Barba, p. 56-57
El sacerdote es joven y guapo. De una hermosura casi obscena, casi morbosa. Ha llegado tarde pero se acerca a Mamá con una expresividad que demuestra su falta de recursos y que, a la vez, le salva a los ojos de ella. Cada segundo que llega es antiguo, cada sentimiento vivido. Le pregunta al doctor su nombre y él responde, antes de marcharse, que María Antonia.
“María Antonia Alonso, dice mamá.
“Mada Antonia, ¿está dispuesta para confesarse?”, pregunta el sacerdote.
“No tengo nada de lo que confesarme, le he llamado para que me bendiga.”
“Todos tenemos algo de lo que confesarnos --dice el joven sacerdote, consiguiendo que su perplejidad no se note demasiado-. El justo peca siete veces al día, dijo el Señor.”
“No me interesa lo que haga el justo -responde Mamá-, como decía ése: he luchado el buen combate y ahora exijo mi corona.”
“El texto de San Pablo no es exactamente así, dice he luchado el buen combate, he guardado la fe, y ahora espero la corona de la justicia que me estaba reservada.”
La precisión del joven sacerdote irrita ligeramente a  Mamá, que no puede evitar revolverse en la cama con desesperación.
“Eso, quiero mi corona.”
“Espero, dice San Pablo.”
“Es lo mismo.”
Hay un silencio breve en el que la vida se hace de pronto más cruel que absurda y en el que Mamá se convierte de nuevo en María Antonia Alonso volviendo de la fábrica, gritando en el teléfono a Joaquín que revisen los marcos hasta que los hayan pulido correctamente.
“No tengo nada de lo que arrepentirme --dice Mamá otra vez-, pido lo que es mío, nada más que lo que es mío, eso es lo que pido -y después, mirándola a ella como a una traidora inexcusable-, y amor, pido también amor.”
El sacerdote ha notado su repulsión a esas últimas palabras porque la ha mirado más de lo necesario. Ahora siente de nuevo el peso de Mamá, la artificiosidad con que se santigua, piensa: “No me has querido, arrepiéntete.” El sacerdote pone un corporal sobre la cama, junto a Mamá, y una hostia consagrada a la que trata con frágil, casi ridícula, dulzura. Después abre su misal y recita:

“Te recomiendo, querida hermana María Antonia, a Dios omnipotente, te entrego al mismo que te creó para que vuelvas con tu Dios, que te formó del barro de la tierra.”

ADOLESCENCIA

De La recta intención de Andrés Barba, p.135-136
“¿Cómo que te vas?”, preguntó Maite, cuya autoridad desde el suceso de la cena estaba en entredicho.
“Pues lo que habéis oído -comentó la enfermera-, que se va, y si seguís todas su ejemplo os podréis marchar también pronto a casa.”
Nuria había sido una presencia invisible hasta aquel día. Hablaba, pero nunca demasiado alto ni con demasiada convicción. Comía, pero jamás terminó la primera. Era, en definitiva, sustituible.
Todas, menos Ana y Sara, parecieron comprender aquello de una forma rápida, intuitiva, porque desde esa misma tarde cayeron en una especie de emulación de aquella invisibilidad. Nadie quería hablar, ni comer, ni reír más que nadie. El silencio era también peligroso, porque delataba, por lo tanto nadie quería tampoco estar en silencio. Lo que ocurrió entonces fue algo que se parecía bastante a la vida; aquella representación, hecha de forma consciente al  principio, tomó en el plazo de un día la cotidianeidad de lo irreflexivo y ellas mismas, quizá sin darse cuenta, empezaron a describirse en las reuniones no como quienes eran sino como quienes fingían y, tal vez, como quienes realmente creían ser.

Para Sara el descanso a aquella situación cada vez más irritante era ir con Ana a la habitación. Se desnudaban como la primera vez pero ya no eran necesarias las palabras. Sara la miraba a ella, o Ana hada un gesto con los ojos y se ponían las dos en marcha hacia allí. Calladas, desnudas cada vez la una más cerca de la otra, casi a punto de rozarse pero sin llegar a hacerlo nunca, el olor corporal de Ana subiendo hacia arriba en aquella mezcla de jabón y champú, y frío en los pies por las baldosas, y sudor en las manos, y ruidos metálicos de carritos que cruzaban tras la puerta. Todo exacto, todo repetido con la misma lentitud de ritual que iba creando, en su hacerse, sus propias reglas.

AMIGAS

De La recta intención de Andrés Barba, p.134-135
“Tenemos que vernos desnudas», dijo Ana, todavía seria con un punto de solemnidad en la voz, y ella sintió una contracción rápida en el estómago.
“¿Ahora?”
“Ahora.”
Nunca se habían visto desnudas. Parte del ritual que todavía las hacía extrañas era precisamente aquella conciencia de la fealdad de su desnudez. Hasta ese momento, y sin que hubiese sido necesario que lo comentaran, habían utilizado la una detrás de la otra el cuarto de baño para cambiarse. Si la puerta estaba cerrada la otra no se atrevía a entrar, a llamar siquiera, y aquello acrecentaba la solemnidad de la desnudez que era un acto cuyo íntimo desagrado aniquilaba la posibilidad de contemplarse. Pero ahora Ana había dicho que se tenían que ver desnudas, Ana, que nunca decía nada, había dicho que se tenían que ver desnudas y aquellas palabras le habían suavizado inexplicablemente la garganta y, al mismo tiempo, bajado hasta el estómago como una palpitación rápida. Ana se quitó el jersey. Sara la camisa.
“Un momento”, dijo Sara, y fue a cerrar la persiana hasta la mitad para evitar que las vieran. La habitación se vació de luz adquiriendo una penumbra tenue, casi mate. Se quitaron los pantalones a la vez, y las bragas, y los calcetines.
Ahora ya estaban desnudas. Ana dejó caer los brazos junto a las caderas y ella también. Los pechos tenían una simplicidad redonda y asimétrica en la que el pezón parecía desdibujado casi, de un color cercano al de la piel. El vello del pubis era negro y contundente y Sara se quedó hipnotizada en él, como si aquel punto de fragilidad pudiera desmoronar el cuerpo completo de Ana. Sentía la mirada de Ana sobre ella de la misma forma; amándola y destruyéndola a la vez, deteniéndose sin piedad en la delgadez de sus piernas, deteniéndose lenta en la ingle, escalando las costillas, y hubiera querido entonces saltar sobre ella, arañada, morderle la cara, pero no, había que estar así, quietas, las dos de pie separadas a un metro de distancia como dos estatuas de sal, los ojos subiendo y bajando, devorándose. Ana avanzó un poco hacia ella y extendió la mano, como para ir a tocarle el pecho.
“No -dijo Sara, y la mano de Ana se detuvo y la miró después, por primera vez, a los ojos-, no nos podemos tocar”, terminó.

“Claro -contestó Ana despacio, como si aquello hubiera sido lo último que le faltaba por comprender-, ahora ya no tenemos secretos.”
Oleo de Balthus

DE LAS EDADES

De La recta intención de Andrés Barba, p. 189
“Quieres dejarme, eso es lo que quieres, lo que pasa es que no sabes cómo hacerlo porque te doy lástima. Pero ¿sabes una cosa? Yo no quiero dar lástima a nadie, así que no tienes por qué preocuparte. No te pongo ya, ¿no es eso? ¿No lo decís así ahora? No te pongo, antes te ponía, yo qué sé, por el morbo quizá, pero ahora te aburres conmigo, no lo reconocerás, claro, pero es así. No te digo que no me tengas un poco de cariño, supongo que o mientes muy bien o un poco de cariño me tendrás, pero no me basta, y si te digo  que no me entiendes es porque no me entiendes, qué me vas a entender, para que me entendieras habrías tenido que pasar veinte años solo, sin nadie, los años, casi, que llevas tú vivo son los años que yo no he tenido a nadie, ¿lo habías pensado? Di, ¿lo habías pensado?”
“Sí, claro que lo he pensado -contestó-. ¿Por qué me hablas así?”

“Pues si lo has pensado -continuó él, intentando no perder el hilo de su argumentación-, ce habrás dado cuenta de que no se puede llegar como has llegado tú y pedirme que me convierta en un chico de veintiún años porque no puede ser eso, Roberto, no se me puede pedir que me vaya a emborrachar a un bar como si me apeteciera porque no me apetece. Antes de que llegaras tú yo me había acostumbrado a un estilo de vida, tenía mis compensaciones, mis alegrías pequeñas, me bastaba, ahora me pasaré cinco años intentando  olvidarte. ¿Y eso? ¿Lo habías pensado eso? No, ¿verdad? Y no me digas que necesitas otro descanso para venir dentro de una semana a decirme que me dejas. Coge esa puerta y no aparezcas más”

INCIPIT 493. LA RECTA INTENCION / ANDRES BARBA

FILIACION
De pronto se hizo consciente del silencio de la tarde, de pronto, igual que si lo hubieran desplomado en medio del cuarto de estar, en la foto de Mamá con los tirabuzones y veinte años casi imposibles, en las cosas de ella y de Manuel, en los niños. El retrato lo había dejado Mamá en un ataque de orgullo hacía un mes un poco porque le gustaba aquella foto y más que nada porque la irritaba que no hubiera ninguna imagen suya en el cuarto de estar cuando había una de la madre de Manuel. Allí estaba ahora; elegante, absurda y fuera de lugar, sin hacer conjunto con ninguno de los muebles, golpeando para ser vista, tan Mamá.

Las palabras que acababa de oír en el teléfono, la voz asustada de la sirvienta al otro lado de la línea (sudamericanísima y quizá exagerada), la habían dejado de aquella forma y un poco culpable de no coger el bolso y salir corriendo hacia el hospital, como había hecho otras veces en situaciones parecidas. La señora, había dicho la sirvienta, como era tan así, tan suya para esas cosas, se había resbalado en la ducha, y aunque ella había oído el golpe y los lamemos desde el principio, hasta que llegó la ambulancia y rompieron la cerradura del baño no la habían podido atender. Ahora estaba en el hospital.

INCIPIT 492. LOS PASOS DE LOPEZ / JORGE IBARGUENGOITIA

Periñón contaba que de joven había pasado una temporada en Europa y aludía con tanta frecuencia a su viaje que sus amigos llegamos a conocer de memoria los episodios más notables, como el de la vaca que lo cornó en Pamplona, la trucha deliciosa que comió a orillas del Ebro, la muchacha que conoció en Cádiz llamada Paquita, etcétera. El viaje había comenzado bajo buenos auspicios. Cuando estaba en el seminario de Huetámaro, Periñón, que era alumno excelente, ganó una beca para estudiar en Salamanca. Como era pobre, varios de sus compañeros y algunas personas que lo apreciaban juntaron dinero y se lo dieron para que pagara el pasaje y se mantuviera en España mientras empezaba a correr la beca. Periñón decía que en el barco conoció a unos hombres de Nueva Granada y que durante una calma chicha pasó siete días con sus noches jugando con ellos a la baraja. Al final de este tiempo había ganado una suma considerable. Comprendió que las circunstancias habían cambiado y le pareció que ir a meterse en una universidad era perder el tiempo. Ni siquiera se presentó. Durante meses estuvo viajando, visitando lugares notables y viviendo como rico. “Hasta que se me acabó el último real”, decía. Después pasó hambres.

LA BIBLIOTECA DEL INFIERNO

De La biblioteca del infierno de Zoran Zivkovic
-Quizá que lo sumerjan a uno en una olla de aceite hirviendo, o el descuartizamiento.
-¡No sea vulgar! ¡No estamos en la Edad Media!
-Perdone, no sabía ...
-Es increíble lo cargados que están de prejuicios todos los que llegan aquí. ¿Usted cree que nosotros vivimos al margen de los tiempos que corren?, ¿Qué aquí no cambia nada? ¿Acaso esto concuerda con esas crueldades bárbaras? -Dio unos golpecitos a un costado del monitor.
-No, en absoluto, está claro -afirmé diligente.
-El infierno de cada época está adaptado a sus circunstancias. Esto es ahora una biblioteca.
-¿Una biblioteca? -parpadeé confuso.
-Sí. Un lugar donde se leen libros. ¿Ha oído hablar de las bibliotecas? ¿Por qué todos se asombran tanto cuando se lo digo?
-Pues porque resulta un poco ... inesperado.
- Solo si se contempla superficialmente. Pero si se profundiza en el asunto, verá que en absoluto es insólito.
- Jamás se me habría pasado por la cabeza.
-A decir verdad, al principio nosotros también nos llevamos una sorpresa. Pero lo que nos comunicó el ordenador era incuestionable. Muy útil, el aparato.
Hizo una pausa. Transcurrieron unos segundos antes de que comprendiera lo que se esperaba de mí.
-Muy útil, sí - repetí atropelladamente.
- Sobre todo para las investigaciones estadísticas. Cuando introdujimos los datos de todos los que se encuentran aquí, se demostró que la característica que vinculaba a la gran mayoría de nuestros pupilos, hasta un 84,12%, era la falta de inclinación a la lectura. Del 26,38%, podía entenderse, eran totalmente analfabetos, pero ¿qué decir del 47,74% que, aunque alfabetizados, no habían cogido un libro en su vida, como si los libros estuvieran apestados? El 10% restante habían leído algo aquí y allá, pero mejor que no lo hubieran hecho porque lo leído carecía de valor.
-¡Quién iba a decirlo! -dije a la par que movía la cabeza a izquierda y derecha.
-¿Por qué le parece extraño? Empiece por usted mismo. ¿Cuánto ha leído? -replicó mirándome por el rabillo del ojo.
Reflexioné un rato, esforzándome por acordarme.
-Pues, no mucho, en honor a la verdad.
-¿No mucho? Le voy a decir exactamente cuánto.
-De nuevo se oyó el repiqueteo veloz sobre el teclado-.
En los últimos veintiocho años de su vida empezó dos libros. Del primero llegó hasta la mitad de la cuarta página, y del segundo no pasó más allá del párrafo introductorio.
-No me resultaron interesantes -respondí en voz baja, con aire arrepentido.
-¿De veras? ¿Y las otras cosas le parecían interesantes?
-Nunca imaginé que no leer fuera pecado mortal.

-Y no lo es. Pese a que el mundo sería mucho mejor si lo fuera. Aún no ha ido nadie al infierno por no leer.

RECUERDOS

De El buen relato de JMCoetzee, p.21
J. M. C.: Detrás de lo que dices hay obviamente un volumen de experiencia clínica y de reflexión prolongada sobre esa experiencia al que me da vergüenza ofrecer réplica. A mí no me ampara ninguna experiencia, ni a un lado ni al otro del diálogo clínico; el argumento que presento (y me pregunto si es tan siquiera un argumento) me resulta tan abstracto como algo salido de un cuento de hadas. Pero déjame que insista, aun así, lo mejor que pueda. Quiero empezar planteando una pregunta filosófica. ¿Qué es un acontecimiento en sí mismo, para distinguirlo del acontecimiento tal como lo interpretamos ante o para nosotros mismos, o bien tal como lo interpretan ante o para nosotros los demás, sobre todo los demás que poseen autoridad? “Cuando yo tenía ocho años, mi padre me pegó con una raqueta de tenis”, dice un sujeto. «No es verdad - dice su padre-.Yo estaba intentando dar un raquetazo a la pelota y le di a él por accidente. ¿Qué pasó en realidad? Y, para ser específicos, ¿qué recuerdo del acontecimiento es verdadero: el que tiene el hijo o el del padre? Lo llamo recuerdo, pero   llamarlo así es una simplificación excesiva: se trata de un vestigio de recuerdo que ha sido sometido a cierta interpretación. Podría incluso decir que se trata de un vestigio de recuerdo que ha sido sometido a una interpretación detrás de la cual hay una determinada voluntad interpretativa (en el caso del hijo, tal vez la voluntad de llevar a cabo la interpretación más oscura del episodio, y en el caso del padre la voluntad de hacer una interpretación inocua). ¿Cómo podemos desenredar el componente de recuerdo del componente de interpretación, dejando momentáneamente de lado la voluntad que guía la interpretación? ¿Acaso es posible, filosóficamente pero también neurológicamente, hablar de un recuerdo prístino que no esté teñido por la interpretación? 

MARILYN

De Retratos de Truman Capote, p.97-98
Pero fui yo quien le presenté a Marilyn Monroe, y al principio no estuvo muy inclinada a tener tratos con ella: era corta de vista, no había visto ninguna película de Marilyn y no sabía absolutamente nada de ella, salvo que era una especie de estallido sexual de color platino que había adquirido fama universal; en resumen, parecía una arcilla difícilmente apropiada para la estricta formación clásica de la señora Collier. Pero pensé que la combinación resultaría estimulante.
y así fue. “¡Claro que sí!”, me aseguró la señora Collier, “tiene algo. Es una adorable criatura. No lo digo en el sentido evidente, en el aspecto quizá demasiado evidente. No creo que sea actriz en absoluto, al menos en la acepción tradicional. Lo que ella posee, esa presencia, esa luminosidad, esa inteligencia deslumbrante, se perdería en un escenario. Es tan frágil y delicada que sólo puede captarlo una cámara. Es como el vuelo de un colibrí: sólo una cámara puede expresar su poesía. Pero el que crea que esta chica es simplemente otra Harlow o una ramera, o algo por el estilo, está loco. Hablando de locos, en eso es en lo que estamos   trabajando las dos: Ofelia. Creo que la gente se reirá ante esa idea, pero lo digo en serio: puede ser una Ofelia exquisita. La semana pasada estaba hablando con Greta y le comenté la Ofelia de Marilyn, y Greta dijo que sí, que podía creerlo porque había visto dos de sus películas, algo muy malo y vulgar, pero, sin embargo, había vislumbrado las posibilidades de Marilyn. En realidad, Greta tiene una idea divertida. ¿Sabe que quiere hacer una película de Dorian Gray? Con ella en el papel de Dorian, por supuesto. Pues dijo que le gustaría tener de antagonista a Marilyn en el papel de una de las chicas a las que Dorian seduce y destruye. ¡Greta! ¡Tan poco utilizada! ¡Vaya talento ... ! Y algo parecido al de Marilyn, si uno lo piensa. Claro que Greta es una artista consumada, una actriz que domina perfectamente el oficio. Esa adorable criatura no tiene concepto alguno de la disciplina o del sacrificio. En cierto modo, no creo que vaya a madurar. Es absurdo que lo diga, pero me da la impresión de que morirá joven. Realmente, espero que viva lo suficiente para liberar ese extraño y adorable talento que bulle en su interior como un espíritu enjaulado.”
Pero ahora la señora Collier había muerto. Y ahí estaba yo, paseando por el vestíbulo de la Universal Chapell mientras esperaba a Marilyn; habíamos hablado por teléfono la noche anterior, quedando de acuerdo para sentarnos juntos durante la ceremonia, cuyo inicio estaba previsto para mediodía. Llegó media hora tarde; siempre llegaba tarde, pero yo pensaba: ¡Por el amor de Dios, maldita sea, sólo por una vez! Y entonces apareció de pronto y no la reconocí, hasta que dijo ...

MARlLYN: ¡Vaya, cuánto lo siento, chico! Cuando ya estaba maquillada, pensé que quizá fuese mejor no llevar pestañas postizas, ni maquillaje, ni nada, así que me lo quité todo, y además no se me ocurría qué ponerme ...

VERDAD

De El buen relato de JMCoetzee, p.19
La verdad en la terapia de psicoanálisis es la verdad interior; la verdad de lo que hay en el corazón y la mente del paciente, percibida y, si uno tiene suerte, entendida a través del corazón y la mente del psicoterapeuta. Porque igual que no hay que  perder de vista que el paciente es un sujeto que percibe y experimenta el mundo de una forma propia y única, y al que hay que ayudar a ser más consciente de eso mismo, también el psicoterapeuta es un sujeto que percibe y siente en relación con el paciente como objeto. Y es esto, el hecho de que la terapia refleja todos los actos de conocimiento y comprensión en que participan un sujeto y un objeto, lo que permite una exploración debidamente empática y emocionalmente conectada del modo de significación del paciente.
Así pues, la verdad en que se basa la psicoterapia -o por lo menos mi versión de la  psicoterapia- es siempre dinámica, provisional e intersubjetiva. Está contenida en los términos de una relación, cuya meta es reflexionar sobre la experiencia interna para ayudar al paciente a tener la vida más plena que sea posible en el mundo. También se basa, creo yo, en la idea de que solo podemos conocernos y entendernos a nosotros mismos plenamente a través de los demás, a través de nuestra experiencia de los demás y de nosotros mismos en relación con los demás, y de cómo los demás nos experimentan nosotros.

Así es como interpreté yo tu libro Verano.

BELLEZA

De El buen relato de JMCoetzee, p.17-18
El meollo de la acusación que les hace Platón a los poetas es que, cuando hay que elegir entre verdad y belleza, ellos se muestran dispuestos a sacrificar la verdad. El meollo de la defensa de los poetas es que la belleza constituye una verdad en sí misma.
Se encuentra alguna versión del argumento de que belleza es verdad en la obra de casi todo escritor. «Puede que esta historia me la esté inventando yo, pero por una serie de razones misteriosas que tienen que ver con su coherencia interna, con su verosimilitud, con su sentido de la justicia y de la inevitabilidad, pese a todo es verdadera en cierto sentido, o por lo menos nos dice algo verdadero sobre nuestras vidas y sobre el mundo en que vivimos.
Dice Platón que los poetas nos convencen de que su versión de las cosas es verdadera, y nos convencen usando todo su arsenal de trucos y artefactos poéticos. Así pues, los poetas son como los oradores, cuya meta no es alcanzar la verdad sino  hacerte cambiar de opinión para que comulgues con lo que ellos quieren.

Regreso a la situación terapéutica. ¿Qué me impide, en calidad de psicoterapeuta, ponerme la meta de usar lo que me cuenta el paciente para montar una narración persuasiva (es decir, verosímil) de la vida que ha tenido el paciente hasta el momento, así como trazar un esbozo persuasivo de cómo se puede desarrollar ese hilo narrativo en el futuro a fin de que el paciente pueda amar y trabajar de forma productiva en el mundo? 

INCIPIT 491. PARA QUE NO TE PIERDAS EN EL BARRIO / PATRICK MODIANO

Poca cosa. Como la picadura de un insecto, que al principio nos parece benigna. Al menos eso es lo que nos decimos en voz baja para tranquilizarnos. El teléfono había sonado a eso de las cuatro de la tarde en casa de Jean Daragane, en la habitación que llamaba el “despacho”. Se había quedado traspuesto en el sofá del fondo, resguardado del sol. Y esos timbrazos que ya había perdido desde hacía mucho la costumbre de oír no cesaban. ¿Por qué esa insistencia? En el otro extremo del hilo, a lo mejor se les había olvidado colgar. Se levantó por fin y fue hacia la parte de la habitación próxima a las ventanas, donde el sol pegaba con muchísima fuerza.
“Querría hablar con el señor Daragane.”
Una voz desganada y amenazadora. Ésa fue su primera impresión.
“¿Señor Daragane? ¿Me oye?”

Daragane quiso colgar. Pero ¿para qué? Los timbrazos se reanudarían sin interrumpirse nunca.

INCIPIT. 490. EL BUEN RELATO / JMCOETZEE

Ser el autor de la historia de tu vida (inventarte tu pasado) o bien ser únicamente su narrador. Ofrecer una historia bien tramada o bien contar la historia verdadera. El psicoanalista como oyente de esa historia que presta un grado ideal de atención. Que oye y analiza las resistencias del relato. La meta de la terapia: liberar la voz del paciente y su imaginación narrativa.
J. M. C.: ¿Qué cualidades ha de tener una buena historia (verosímil y hasta apasionante)? Cuando le cuento a otra gente la historia de mi vida -y, lo que es más importante, cuando me cuento a mí mismo la historia de mi vida-, ¿acaso debería intentar convertirla en un artefacto bien construido, pasar a toda prisa por los momentos en que no sucedió nada e intensificar el dramatismo de los momentos en que pasaron muchas cosas, dar forma a la historia, crear expectación e intriga? O, al contrario, ¿debería ser neutral y objetivo y esforzarme por contar un tipo de verdad que cumpliera con los criterios de un tribunal: la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?

¿Qué relación tengo con la historia de mi vida? ¿Soy su autor consciente o bien debo considerarme a mí mismo una simple voz que va emitiendo con la menor interferencia posible un torrente de palabras que brota de mi interior? 

MELANCOLIA

De Para que no te pierdas en el barrio de Patrick Modiano, p. 43
Recordó de pronto las memorias de una filósofa francesa. Se escandalizaba ésta de algo que había dicho una mujer durante la guerra: “Qué quieren que les diga, la guerra no modifica mis relaciones con una brizna de hierba.” Seguramente a la filósofa esa mujer le parecía o frívola o indiferente. Pero para él, Daragane, la frase tenía un sentido diferente: en los períodos de cataclismo o de desvalimiento espiritual, no queda más recurso que buscar un punto fijo para guardar el equilibrio y no caerse por la borda. Los ojos se detienen en una brizna de hierba, en un árbol, en los pétalos de una flor como si se aferrasen a un salvavidas. Ese carpe -o ese tiemblo- tras el cristal de la ventana lo tranquilizaba. Y, aunque eran casi las once de la noche, lo reconfortaba su presencia silenciosa. Así que más valía acabar de una vez y leerse las páginas mecanografiadas. No le quedaba más remedio que rendirse a la evidencia: la voz y el aspecto de Gilles Ottolini le habían parecido de entrada los de un chantajista. Había querido superar ese prejuicio. Pero ¿lo había conseguido de verdad?

RECUERDA

De El buen relato de JMCoetzee, p. 21
J. M. C.: Detrás de lo que dices hay obviamente un volumen de experiencia clínica y de reflexión prolongada sobre esa experiencia al que me da vergüenza ofrecer réplica. A mí no me ampara ninguna experiencia, ni a un lado ni al otro del diálogo clínico; el argumento que  presento (y me pregunto si es tan siquiera un argumento) me resulta tan abstracto como algo salido de un cuento de hadas. Pero déjame que insista, aun así, lo mejor que pueda.
Quiero empezar planteando una pregunta filosófica. ¿Qué es un acontecimiento en sí mismo, para distinguirlo del acontecimiento tal como lo interpretamos ante o para nosotros mismos, o bien tal como lo interpretan ante o para nosotros los demás, sobre todo los demás que poseen autoridad? “Cuando yo tenía ocho años, mi padre me pegó con una raqueta de tenis», dice un sujeto. “N o es verdad -dice su padre-.Yo estaba intentando dar un raquetazo a la pelota y le di a él por accidente.” ¿Qué pasó en realidad? Y, para ser específicos, ¿qué recuerdo del acontecimiento es verdadero: el que tiene el hijo o el del padre? Lo llamo recuerdo, pero llamarlo así es una simplificación excesiva: se trata de un vestigio de recuerdo que ha sido sometido a cierta interpretación. Podría incluso decir que se trata de un vestigio de recuerdo que ha sido sometido a una interpretación detrás de la cual hay una determinada voluntad interpretativa (en el caso del hijo, tal vez la voluntad de llevar a cabo la interpretación más oscura del episodio, y en el caso del padre la voluntad de hacer una interpretación inocua). ¿Cómo podemos desenredar el componente de recuerdo del componente de interpretación, dejando momentáneamente de lado la voluntad que guía la interpretación? ¿Acaso es posible, filosóficamente pero también neurológicamente, hablar de un recuerdo prístino que no esté teñido por la interpretación?

Hace poco leí un artículo de Jonathan Franzen en el que decía que, después de someterse a una entrevista promociona! tras otra acerca de su nuevo libro, tuvo la sensación de que necesitaba escapar de aquello o empezaría a creer en la narración

"REALIDAD"

De El buen relato de JMCoetzee, p.174-175
 (En las primeras páginas de la primera novela que tenemos en inglés, Robinson Crusoe se pregunta por qué no podemos estar satisfechos con el mero hecho de deslizarnos  cómodamente por la vida, por qué tenemos que salir al mundo y arriesgarnos, por qué tenemos el impulso de convertirnos en «instrumentos de nuestra propia destrucción». La respuesta es igual de antigua que la misma novela y tal vez que el mismo acto de narrar: porque así se ponen las historias en marcha.)
La respuesta más profunda a mi pregunta de por qué tiene ''Austerlitz” su visión, la respuesta en la que se basa todo el libro de Sebald, es que lo reprimido regresa. Mi siguiente pregunta, entonces, es: ¿y si lo reprimido no siempre regresa? ¿Y si, por cada joven Dafydd/Jacques a quien se le desploman bajo los pies las historias que lo sostenían, hay otro Dafydd/Jacques que nunca se angustia por quién es en realidad, sino que se limita a deslizarse cómodamente por la vida, envuelto en las versiones de su biografía que le han contado?
No tiene sentido afirmar que los incontables ejemplos que conocemos de material reprimido que regresa para atormentarnos demuestran que lo reprimido regresa siempre, puesto que por pura lógica no nos enteramos de los casos en que lo reprimido no regresa.

Es difícil, tal vez imposible, escribir una novela que se pueda reconocer como novela usando la vida de alguien que de principio a fin se siente cómodamente arropado por ficciones. Solo construimos novelas sacando esas ficciones a la luz. La novela como género parece tener un interés fundamental en afirmar que las cosas no son lo que parecen, que nuestras vidas aparentes no son nuestras vidas reales. Y el psicoanálisis, diría yo, tiene un interés parecido.

WIKIPEDIA

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