Un país bañado en sangre, Paul Auster, p. 59
Según una reciente estimación del hospital pediátrico del Philadelphia Research Institute, actualmente hay 393 millones de armas de fuego en poder de residentes en Estados Unidos: más de una para cada hombre, mujer y niño de todo el país. Cada año, unos cuarenta mil norteamericanos mueren por heridas de arma de fuego, lo que equivale al número de muertes causadas por accidente de tráfico en las carreteras y autovías de Estados Unidos. De esas cuarenta mil muertes producidas por arma de fuego, más de la mitad son suicidios, lo que a su vez equivale a la mitad de todos los suicidios por año. Si a eso se añaden los asesinatos efectuados con pistolas y las muertes accidentales causadas por armas de fuego, el promedio indica que diariamente hay más de cien norteamericanos muertos a balazos. A ese mismo promedio diario hay que agregar más de doscientos heridos, lo que supone ochenta mil al año. Ochenta mil heridos y cuarenta mil muertos, o ciento veinte mil llamadas a la ambulancia y a Urgencias cada vez que el calendario marca doce meses, pero el número de casos producidos por la violencia de las armas va mucho más allá de los cuerpos perforados y ensangrentados de las propias víctimas, y se amplía a la devastación que sacude a sus parientes, cercanos y lejanos, sus amigos, sus compañeros de trabajo, sus vecinos, los colegios, las iglesias, los equipos de sóftbol y comunidades en general -la vasta legión de vidas afectadas por la presencia de una sola persona que vive o ha vivido entre ellos-, lo que quiere decir que el número de norteamericanos directa o indirectamente marcados por la violencia de las armas asciende a millones cada año.
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