El 24 de agosto de 1899 nace en Buenos Aires, capital de la República Argentina, un niño. La Cruz del Sur a las puertas del laberinto señala hacia los cuatro puntos cardinales la extensión de ese laberinto trazado en su espacio infinito: la pampa. El niño recién nacido oye desde los brazos de una de sus abuelas sonidos que no comprende. El niño recién nacido siente que otros brazos lo sostienen y otros sonidos más ásperos y breves, que tampoco comprende, lo acarician. La inquietud por la diferencia se disipa con el contacto cálido y protector de los abrazos. El niño crece y comprende que esas son dos lenguas distintas: el inglés y el español.
Allí comienza el trazado de su
camino que tercamente se bifurca en otro, que tercamente se bifurca en otro.
Bifurcación que se dio en su vida, en la lengua, en el espacio, en el tiempo
que marcará mucho más adelante la separación del amor y de la aventura de
Europa, que marcará también la separación entre el mundo de sus lecturas y el real.
En el prólogo de Evarísto Carriego dice:
Yo creí, durante años, haberme
criado en un suburbio de Buenos Aires, un suburbio de calles aventuradas y de
ocasos visibles. Lo cierto es que me crié en un jardín, detrás de una verja con
lanzas, y en una biblioteca de ilimitados libros ingleses.
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