Este era un recuerdo insomne, no un sueño. Era la lección de piano otra vez: un suelo de baldosas naranja, una ventana alta, un instrumento de media cola en una habitación sin muebles cerca de la enfermería. Tenía once años e intentaba tocar lo que otros quizá conocieran como el primer preludio del Libro I de El clave bien temperado de Bach, versión simplificada, aunque él no sabía nada de eso. No se planteaba si era famoso u oscuro. No tenía cuándo ni dónde. Solo alcanzaba a concebir que alguien se había tomado en algún momento el trabajo de componerlo. La música sencillamente estaba aquí, un asunto de la escuela, o algo oscuro, como un pinar en invierno, exclusivo de él, de su laberinto privado de frío pesar. Nunca le dejaría marchar.
La profesora estaba sentada a su
lado en la banqueta ancha. De cara redonda, erguida, perfumada, severa. Su
belleza quedaba disimulada por su compostura. No regañaba ni sonreía nunca. Había
chicos que decían que estaba loca, pero él lo dudaba.
Cometió el error en el mismo
lugar, el que siempre cometía, y ella se le acercó más para mostrárselo. Notó
su brazo firme y cálido contra el hombro, las manos, las uñas pintadas, justo encima
de su regazo. Sintió un hormigueo tremendo que le impedía prestar atención.
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