Los lenguajes de la verdad, Salman Rushdie, p. 482
Cuando recuperé la salud y las
fuerzas, recorrí las calles, debidamente protegido con mascarilla y guantes,
con la intención de restaurar mi relación con esta ciudad, Nueva York, a la que
siempre he querido desde que la visité por primera vez a principios de los años
setenta. Encontrarme completamente solo en el gran vestíbulo de la Grand
Central Station me produjo una sensación sobrecogedora. Vi el corazón segado en
el césped de Bryant Park como homenaje a los trabajadores esenciales, la Quinta
Avenida vacía, y a un caballero de pelo blanco sentado en un banco de Madison
Square Park que tocaba tranquilamente la guitarra. Vi una Times Square
desierta. Y presenté mis respetos a la tienda de delicatessen que había sido el
legendario Max's Kansas City. Ahora estaba cerrada, como había cerrado el club
nocturno mucho antes. ¿Volvería a abrir? Era imposible saberlo. Tal vez el
pasado retornaría como por arte de magia y los fantasmas de Lou Reed y la
Velvet Underground volverían a tocar en el piso de arriba, Bowie y Warhol se
sentarían en la trastienda, y Debbie Harry serviría mesas.
Luego la ciudad volvió a cambiar,
coincidiendo con una segunda crisis, y durante un tiempo, al menos, fue como si
la pandemia hubiera dejado de existir.
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