Obertura
La mañana del 23 de abril de
2011, la secretaria depositó sobre mi escritorio un paquete enviado por correo
ordinario, sin remitente y con matasellos de Colombo, en cuyo interior se
alineaban una carta y un manuscrito titulado Memorial del engaño, firmado por J
Volpi. Me imaginé frente a una broma de mal gusto o el desafío de algún
malicioso autor de la agencia (pensé en dos o tres nombres). Como cualquier
neoyorquino, había seguido con cierto interés la historia de Volpi, un inversor
de Wall Street y mecenas de la ópera que, de acuerdo con una nota del Times de octubre
de 2008, había estafado a sus clientes, en una suerte de esquema Ponzi, por un
monto cercano a los 15 mil millones de dólares: una cifra considerablemente
menor a los 65 mil millones defraudados por Bernard Madoff, pero suficientes
para acreditarlo como otro de los grandes criminales financieros de la Gran
Recesión iniciada ese año. Sólo que, mientras Madof fue condenado a ciento
cincuenta años de prisión tras confesar su desfalco, Volpi huyó del país ante
la inminencia de su arresto sin que a la fecha exista indicio alguno sobre su
paradero .
En su carta, o en la carta
escrita en su nombre, Volpi me pedía (casi me exigía) que leyese su autobiografía
y, en caso de apreciar su «innegable valor documental y literario», me
decidiese a representarlo. Me repelió su tono altivo e imperioso -un tono que,
según la prensa, siempre caracterizó sus intervenciones públicas-, pero aun así
le solicité a S. Ch., entonces vicepresidenta de la agencia, que me presentase un
dictamen. Con un escepticismo idéntico al mío, ella intentó desembarazarse del
encargo y lo delegó en un asistente.
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