Los lenguajes de la verdad, Salman Rushdie, p. 271
Hace algunos años inicié a Christopher Hitchens en un juego literario bastante tonto: rebautizar las obras de Shakespeare a la manera de las novelas de Robert Ludlum (El intercambio Rhinemann, El caso Bourne, El pacto de Holcroft). Esto nos lleva, por ejemplo, a La sanción Rialto (El mercader de Venecia), La implicación del pañuelo (Otelo) y La forestación de Dunsinane (Macbeth). Y Hamlet se convertiría en La indecisión de Elsinor.
En Hamlet, la pregunta se refiere
a los interminables aplazamientos del príncipe de Dinamarca, que se prolongan lo
suficiente para convertirla en la obra más larga de Shakespeare. ¿Por qué,
entonces, después de que el fantasma de su padre le diga claramente cómo murió,
Hamlet pospone tanto su venganza? ¿Por qué tantas incertidumbres y
divagaciones? En este caso, el propio autor proporciona la respuesta. Hamlet es
víctima de la pereza.
“De poco tiempo a esta parte -el
porqué es lo que ignoro- he perdido completamente la alegría, he abandonado todas
mis habituales ocupaciones, y, a la verdad, todo ello me pone de un humor tan
sombrío, que esta admirable fábrica, la tierra, me parece un estéril
promontorio; ese dosel magnífico de los cielos, la atmósfera, ese espléndido firmamento
que allí veis suspendido, esa majestuosa bóveda tachonada de ascuas de oro,
todo eso no me parece más que una hedionda y pestilente aglomeración de
vapores. ¡Qué obra maestra es el hombre! ¡Cuán noble por su razón! ¡Cuán
infinito en facultades! En su forma y movimientos, ¡cuán expresivo
y-maravilloso! En sus acciones, ¡qué parecido a un ángel! En su inteligencia,
¡qué semejante a un dios! ¡La maravilla del mundo! ¡El arquetipo de los seres!
Y, sin embargo, ¿qué es para mí esa quinta esencia del polvo? No me deleita el
hombre, no, ni la mujer tampoco ...”
No hay comentarios:
Publicar un comentario