Hoy ha muerto mamá. O quizás ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: «Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias.» Pero eso no quiere decir nada. Quizá fuera ayer.
El asilo de ancianos está en
Marengo, a ochenta kilómetros de Argel. Tomaré el autobús a las dos y llegaré
por la tarde. De esa manera podré velarla; regresaré mañana por la noche. He
pedido dos días de permiso a mi patrón y no ha podido negármelos ante una excusa
semejante. Pero no parecía satisfecho. Llegué a decirle: «No es culpa mía.» No
me respondió. Pensé entonces que no debía haberle dicho eso. Al fin y al cabo,
no tenía por qué excusarme. Más bien le correspondía a él darme el pésame. Pero
lo hará sin duda pasado mañana, cuando me vea de luto.
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