Los papeles de Herralde, p. 164
Ha recordado a menudo Herralde la
frase de la responsable de la librería Cinc d'Oros de Barcelona: los que antes
leían a Lenin, ahora leen a Highsmith. Solo con los años la progresión crecerá
de forma cuantitativa, mientras persisten los tiempos «tres durs pour la
non-fiction serieuse”, corno escribe a
Grasset en mayo de 1981, o “literalmente catastróficos”, según escribe a José
Luis Pardo en julio de 1982 para renunciar a un manuscrito que quizá podría asumir
Taurus, «una de las poquísimas editoriales con capacidad económica para hacerlo”.
Se acabó el tiempo de la
guerrilla virtual y apenas quedan en el catálogo vestigios del antiguo espíritu
con alguna obra de Toni Negri o de Félix Guattari, o un Cinismo y pasión, de
André Glucksmann, tan ruinoso corno lo ha sido Posiciones, de Louis Altbusser.
No queda vida ahí fuera para la colección de Debates, y ha ido adelgazándose
hasta casi la extinción en 1979 Cuadernos Anagrama. No quedan lectores tampoco
para una republicana Ibérica sin salida (aunque cabrá aún una Teoria y
presencia de la tortura en España, a medias entre Fernando Savater y Gonzalo
Martínez-Fresneda, en 1983), y desde luego no hay rastro en los ochenta de Elementos
Críticos, al menos como los de antes. Son los anticipos de desapariciones tan
traumáticas corno la de una revista roja de humor plagada de amigos corno Por favor,
en 1978, y se acaban desde entonces las semblanzas gamberras de la serie
Señoras y señores de Juan Marsé, las peroratas irónicas de V ázquez Montalbán,
los desmadres de Maruja Torres, las anarquías hedonistas de Fernando Savater,
el costumbrismo contracultural de Joan de Sagarra, la sensible cinefilia de José
Luis Guarner o el crudo humor gráfico de Forges y, muy en particular, de Jaume
Perich, cómplice radical y compañero de viaje del PSUC, corno Herralde, y cuya
muerte salvajemente prematura en 1995 motivaría una de las cartas más
conmovedoras de toda su correspondencia, dirigida a su pareja Anna Berini. En
1982 también agoniza hasta desaparecer el órgano oficial de la izquierda intelectual
antifranquista, T riun.fo, y tampoco la efímera conversión a semanario logra
salvar al denso Cuadernos para el Didlogo, de tintes democratacristianos y
socialistas. Hasta Bocaccio cambia de manos en 1982, y también entonces deja de
ser lo que fue.
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