Al borde de una crisis nerviosa,
Phil viajó a San Rafael para ver al doctor Flibe, el cual, con aire suspicaz,
le preguntó si por casualidad no había tomado esa droga alucinógena de la que tanto
hablaban las revistas. Se hablaba (y esa información intrigaba particularmente
al doctor) de terapias a base de LSD que los psicoanalistas más chic de Los
Angeles ofrecían a sus pacientes más chic por una sesión de doscientos dólares.
El actor Cary Grant había revelado al Time Magazine que desde hacía un año se
sometía todas las semanas a esas sesiones, una costumbre que había cambiado radicalmente su
visión del mundo y su manera de actuar. Al enterarse, el doctor Flibe había ido
a ver su última película, Charade, esperando detectar ese cambio que, de hecho,
los advertidos notaban. El entusiasmo no solo se limitaba a unos cuantos locos
sueltos de Hollywood, también se propagaba en los ambientes académicos más
respetables: un profesor de Harvard acababa de perder su cargo por haber
preconizado entre sus estudiantes el consumo intenso de esa droga. Bajo sus
efectos, aseguraba haber vivido unas experiencias indescriptibles
Dick se encogió de hombros: sí,
había oído hablar de eso, había leído a Huxley, que decía más o menos lo mismo;
pero nunca había tomado LSD, no era algo que fuera fácil de obtener en Point
Reyes; además, su experiencia no se parecía en absoluto a la del profesor de
Harvard. Quizá porque no entendía el proselitismo de este. Si hubiera visto lo
que él había visto, ese rostro monstruoso en el cielo, seguramente no habría
incitado a sus estudiantes a seguirlo. A menos que fuera el peor de los canallas:
un siervo de Satán que arrastraba las presas hacia su amo. Pensándolo bien,
puede que fuera posible. Posible, aunque espantoso: si ese Leary se prestaba a
eso, Adolf Hitler era un monaguillo comparado con él...
-Tranquilo, tranquilo -dijo el
doctor Flibe, a quien su paciente ponía cada vez más nervioso.
-¿Sabe lo que decía John Collier?
-preguntó Phil-. El universo es un tipo que vierte cerveza en un vaso. Esto
genera mucha espuma, y nuestro mundo no es más que una burbuja en medio de esa espuma. A veces algunos, desde sus
burbujas, llegan a vislumbrar la cara del tipo que vierte la cerveza, y desde ese
momento ya nada es como antes para ellos. Eso es lo que me ha pasado.
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