PREÁMBULO: UN YONQUI DE LA EDICIÓN
El empleo del tiempo en la
editorial hasta 2017, fecha en la que cedo la dirección literaria a la gran
Silvia Sesé, ha sido idéntico durante muchos años. Cuando llego por la mañana a
Anagrama primero atiendo en mi despacho el correo, las incidencias de las que,
durante décadas y hasta su jubilación, me informó María Cortés, y desde entonces,
hace ya muchos años, Noemí Marín, ambas excelentes colaboradoras.
Después me dirijo a la mesa de
Teresa Ariño, quien, desde 1989, se ocupa de la revisión de las primeras
pruebas de las futuras primeras ediciones de los libros con inaudita precisión:
ningún error, ninguna imperfección escapan de su despiadada mirada.
Durante los seis o siete primeros
años me ocupaba, entre otras cosas y en solitario (la plantilla la formábamos
una secretaria y yo), de la revisión de todos los textos con mejor o peor
fortuna, pero a partir del sexto año trabajé con frecuencia en colaboración con
el recién fichado Michael Faber-Kaiser, que ingresó, a media jornada, como
ayudante de producción (imprentas, calidades de papel, existencias, etc.).
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