PRÓLOGO (París, 2011)
Aquella primavera participé en el
guión de una serie de televisión. El argumento era el siguiente: una noche, en
una pequeña población de montaña, se aparecen unos muertos. No se sabe por qué
ni por qué aquellos muertos en vez de otros, Ellos mismos no saben que están
muertos. Lo descubren en la mirada asustada de las personas a las que aman y que
les amaban, y a cuyo lado les gustarla recuperar su sitio. No son zombies, no
son fantasmas, no son vampiros. No estamos en una película fantástica, sino en
la realidad. Se plantea seriamente la pregunta: ¿qué ocurriría si, supongamos, esta
cosa imposible sucediese de verdad? ¿Cómo reaccionarías si al entrar en la
cocina encontrases a tu hija adolescente, muerta hace tres años, preparándose
un cuenco de cereales, temerosa de que le eches una bronca porque ha vuelto
tarde, sin acordarse de nada de lo que pasó la noche anterior? Concretamente:
¿qué gesto harías? ¿Qué palabras pronunciarías?
No escribo textos de ficción
desde hace quince años, pero sé reconocer un potencial narrativo cuando me lo proponen,
y aquél era con mucho el más intenso que me hayan propuesto en mi carrera de
guionista.
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