Erase una vez en Hollywood. Tarantino, p. 64
La novelita de Levin, que era más
bien un relato largo, cuenta la historia de Rosemary Woodhouse (Mia Farrow),
una joven recién casada con un ambicioso actor llamado Guy Woodhouse (John Cassavetes).
Tras casarse, ambos se mudan al típico apartamento de Nueva York y entablan
relación con una pareja de ancianos excéntricos, Minnie y Roman Castevet (Ruth
Gordon y Sidney Blackmer). La pobre Rosemary ni se imagina que en realidad se
trata de una pareja de satanistas en busca de un cuerpo que dé a luz al
Anticristo de las antiguas profecías. Esa visión adivinatoria que tuvo Evans de
que debía ser Polanski quien dirigiera aquella película pasará a la historia
como una de las decisiones más inteligentes que ha tomado nunca un ejecutivo de
los estudios.
Después de leer el material,
Polanski solo vio un inconveniente para dirigirlo, pero era considerable.
Polanski era ateo. Y, si no crees en Dios, tampoco crees en el diablo. Por
supuesto, muchos directores podrían haber dicho, y dirían: “¿Qué importa eso?
Solo es una película. Para dirigir King Kong no hay que creer en los monos
gigantes”. Y no estarían equivocados. Pero Roman no se sentía cómodo haciendo
una película que reforzara la fe en la religión, una filosofía que él rechazaba
de plano. Al mismo tiempo, el cineasta era consciente de que podía ser una
película excelente. Así pues, ¿cómo reconcilió sus creencias personales con el
material que debía filmar? Lo que hizo fue escenificar la historia tal como estaba
escrita, pero añadiéndole un cambio de perspectiva casi imperceptible.
Hasta el último momento de la
película, nada confirma las siniestras sospechas de Rosemary. Polanski no
muestra en ningún momento un solo indicio de algo que pueda catalogarse de
sobrenatural. Todas las “pruebas” que tiene Rosemary de la siniestra conspiración
que cree que se está urdiendo contra ella son anecdóticas y circunstanciales.
Dado que el público siente simpatía por Rosemary, además del hecho de que está viendo
una película de terror, la mayoría de los espectadores adopta, sin
cuestionarla, la misma perspectiva investigadora que la protagonista.
Pero es posible que la anciana
pareja que vive en el mismo rellano no sean los cabecillas de un aquelarre de
siniestros satanistas, y también es posible que su marido no haya vendido su
alma y la del bebé nonato al diablo, porque es igual de verosímil, y
francamente más probable, que Rosemary esté sufriendo un brote psicótico
provocado por su depresión posparto.
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