Durante toda una semana el señor R. Childan había examinado ansiosamente el correo, esperando encontrar el valioso envío de los Estados de las Montañas Rocosas. Cuando abrió la tienda el viernes por la mañana y vío que en el suelo sólo había cartas pensó que iba a tener dificultades con el cliente.
Se sirvió una taza de té
instantáneo del aparato automático de la pared, y enseguida se puso a barrer
con una escoba. Artesanías Americanas, S. A. quedó pronto preparada para
recibir a los clientes del día, limpia y reluciente, con abundante cambio en la
caja registradora, un florero lleno de caléndulas nuevas, y música de fondo en
la radio. Afuera, en la calle Montgomery, los hombres de negocios corrían a las
oficinas. Lejos, pasaba un coche funicular. Childan se detuvo a mirarlo,
complacido. Mujeres con largos vestidos de seda de color ... Sonó el teléfono y
Childan se volvió hacia el aparato.
-Sí -dijo una voz familiar, y
Childan sintió que se le encogía el corazón-. Habla el señor Tagomi. ¿Mi cartel
de reclutamiento para la guerra civil no llegó todavía, señor? Recuerde, por
favor, que me hizo usted una promesa la semana pasada. -La voz encocorada y
rápida, era apenas cortés, a punto de traspasar los límites del código.- ¿No
dejé un depósito, señor Childan, con esa condición? Se trata de un regalo, como
usted sabe. Ya se lo expliqué. Un clierite.
-He hecho largas averiguaciones a
mis expensas, señor Tagomi -dijo Childan-, acerca de esa mercadería, pero usted
sabe que no se imprimió en esta región, y por lo tanto ...