Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

EPIGENETICA


Los límites de la certeza, Siri Hustvedt, p. 56

Queda mucho por hacer en la epigenética, y algunos biólogos moleculares se muestran escépticos en cuanto a los hallazgos de Meaney y esperan que se lleven a cabo más investigaciones que reproduzcan los experimentos. Las ratas no son personas, y a las personas no se las puede someter a los experimentos agresivos que se realizan rutinariamente en criaturas de laboratorio, pero hay estudios que indican que el trauma temprano, por ejemplo, también afecta la metilación y la expresión génica en los seres humanos. Más sorprendente quizá sea que se haya recuperado la noción epigenética hace tiempo desacreditada de que los padres transmiten a sus hijos las características adquiridas a lo largo de su vida, una idea que convirtió al naturalista y teórico evolucionista francés Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829) en el hazmerreír de la ciencia. Aunque a menudo se cree que Darwin y Lamarck defendían ideas opuestas, Darwin no contradijo a Lamarck. Él también creía que algunas características adquiridas eran heredables. En cuanto al estrés, esa palabra que hoy día se utiliza para todo tipo de males, se sabe desde hace mucho tiempo que el abandono y los shocks de distinta índole afectan al desarrollo infantil. Lo que nadie sabía era que esas experiencias podían alterar factores no genéticos que, sin embargo, influyen en el comportamiento de los genes y en cómo se expresan los de una persona, y que esto podía transmitirse a la siguiente generación.

La idea de M. de que el sentido de privilegio puede atribuirse directamente a los genes no ha sido corroborada por la investigación genética, lo que no es lo mismo que decir que no existe una dinámica hereditaria. El camino que va de los genes a la estructura de un organismo es  más bien tortuoso y depende de muchos factores, entre ellos los cuidados que recibe un animal los primeros años de vida. Sin embargo, persiste la “idea” de que los genes funcionan como un «programa”. El biólogo François Jacob lanzó la metáfora en 1970: «El programa es un modelo tomado de las computadoras electrónicas. Equipara el material genético de un óvulo con la cinta magnética de una computadora" Esta ecuación da por hecho que, como en un ordenador, toda la lógica está contenida en la secuencia de ADN. Ya en la década de 1950, la genetista Barbara McClintock encontró indicios de que los genes no eran un mensaje lineal estático inscrito en la secuencia del ADN. Todo esto es bien conocido y ha sido expuesto de forma reiterada en múltiples formas tanto por personas que realizan investigaciones genéticas como por filósofos de la ciencia.


ESQUILO


Los griegos antiguos, Edith Hall, p. 183

El mejor testigo de ese periodo fue Esquilo, que combatió contra los persas y escribió la pieza teatral más antigua de las que han sobrevivido, Los persas (472 a. C.), para celebrar la victoria griega. Esquilo murió en la década de 450, en la cúspide del poder ateniense, unos años en que las instituciones políticas fundamentales de la democracia (la Asamblea, el Consejo y los tribunales) alcanzaron su pleno desarrollo. Sin embargo, para las primeras dos décadas de la Guerra del Peloponeso, nuestra mejor ventana contemporánea para asomarnos a la mentalidad ateniense son Tucídides y los festivales. El capítulo concluye con Sócrates, el enigmático filósofo estrechamente vinculado a los otros tres atenienses que dejaron constancia del rumbo desastroso que tomó la ciudad en los últimos años de la guerra, entre 413 y 404 a. C., y su parcial recuperación posterior: el soldado Jenofonte, el comediógrafo Aristófanes y el filósofo Platón.

Con la revolución de 507 a. C., seguida de la resistencia triunfal al imperialismo en 490 y entre 480 y 479, se sentaron las bases de la cultura cosmopolita e innovadora de la que se nutrió la receptividad ateniense. Además de las Hístorias de Heródoto, la mejor fuente sobre esas guerras es la tragedia Los persas (Esquilo, 472 a. C.). En la época de la revolución democrática, el autor, nacido en 525 a. C., era un joven impresionable de apenas dieciocho años, hijo de una familia aristocrática que vivía a poco más de diez kilómetros al oeste de la ciudad, en la zona ribereña de Eleusis, famosa por su antiguo culto a Deméter. Vino al mundo dos años después de la muerte del tirano ateniense Pisístrato, durante el gobierno de sus despóticos hijos, Hipias e Hiparco. Hiparco murió asesinado en 514 a. C., cuando Eurípides solo tenía once años; según la propaganda democrática ateniense, un tiranicidio que pasó a simbolizar la liberación del pueblo del despótico hijo de Pisístrato. A quienes lo mataron, Harmodio y Aristogitón, se les rindió homenaje con alegres cánticos que se entonaban en las tabernas y un famoso conjunto de estatuas en un lugar prominente del ágora (la plaza del mercado). A pesar de todo, siguieron otros siete años de tensión entre los Pisistrátidas y el pueblo.

Los dirigentes de quienes se oponían a Hiparco e Hipias fueron los Alcmeónidas, una familia que por tradición apoyaba a los ciudadanos de las clases bajas y con la que Esquilo se alió políticamente. Se decía que descendían de Alcmeón, tataranieto de Néstor de Pilos. El alcmeónida más destacado de su generación fue Clístenes, nacido hacia 570 a. C. Era hijo del estadista Megacles, pero el linaje de la madre era aún más importante,  pues su abuelo materno fue Clístenes de Sición, un tirano prominente. Por lo tanto, el joven tenía credenciales ancestrales como líder y amigo del pueblo a la vez.


ATENAS, SOCIEDAD ABIERTA


Los griegos antiguos, Edith Hall, p. 179
En la Atenas democrática de los siglos V y IV a. C., la civilización griega alcanzó el apogeo de su creatividad. De las comunidades helénicas estudiadas en este libro, es posible que los atenienses de la época clásica fueran los únicos que demostraron poseer las diez características que definieron la mentalidad de los griegos antiguos. Tenían una curiosidad insaciable, eran marineros excelentes, desconfiados por naturaleza de cualquier persona con alguna clase de poder, muy competitivos, maestros en el arte de la oratoria, amantes de la risa hasta el punto de llegar a institucionalizar la comedia y, además, adictos a los pasatiempos placenteros. Con todo, no cabe duda de que el rasgo más característico del carácter ateniense, impreso en cada uno de sus logros colectivos, fue su apertura, tanto a la innovación como a la hora de adoptar ideas foráneas y expresar su subjetividad.

La democracia ateniense, a la que el estadista Solón había allanado el terreno constitucional a principios del siglo VI a. C. -si bien no se instauró hasta 507 a. C.- fue un sistema de gobierno muy novedoso: los atenienses son «siempre amigos de novedades, muy agudos para inventar los medios de las cosas en su pensamiento, y más diligentes para ejecutar las ya pensadas y ponerlas en obra», dijo, según Tucídides, que era oriundo de Atenas, un diplomático corintio. Se enorgullecían también de su apertura cultural. En un discurso de elogio a los soldados caídos en el campo de batalla durante el verano de 431 a. C., Pericles, en su Discurso fúnebre, alabó así a sus conciudadanos: «Tenemos la ciudad abierta a todos y nunca impedimos a nadie, expulsando a los extranjeros, que la visite o contemple -a no ser tratándose de alguna cosa secreta de que pudiera sacar provecho el enemigo al verla.» Esta frase fundamental demuestra que la apertura ateniense no fue solo un proceso unívoco. Los atenienses, siempre receptivos a las ideas nuevas que llegaban del exterior, acogían sin reservas a los forasteros; tampoco les daba miedo permitir que otros examinaran su modo de vida desde dentro. Esa honradez social y psicológica estaba a su vez íntimamente relacionada con su inmenso talento para analizar sin tapujos, en el teatro y la filosofía, las emociones y el comportamiento humanos.

Esa apertura a nuevas ideas los ayudó a convertirse en unos marinos excelentes en muy poco tiempo, aunque relativamente tarde, solo cuando vieron aproximarse la amenaza del imperio persa.


1.173. TOMAS NEVINSON / JAVIER MARIAS


Yo fui educado a la antigua, y nunca creí que me fueran a ordenar un día que matara a una mujer. A las mujeres no se las toca, no se les pega, no se les hace daño físico y el verbal se les evita al máximo, a esto último ellas no corresponden. Es más, se las protege y respeta y se les cede el paso, se las escuda y ayuda si llevan un niño en su vientre o en brazos o en un cochecito, les ofrece uno su asiento en el autobús y en el metro, incluso se las resguarda al andar por la calle alejándolas del tráfico o de lo que se arrojaba desde los balcones en otros tiempos, y si un barco zozobra y amenaza con irse a pique, los botes son para ellas y para sus vástagos pequeños (que les pertenecen más que a los hombres), al menos las primeras plazas. Cuando se va a fusilar en masa, a veces se les perdona la vida y se las aparta; se las deja sin maridos, sin padres, sin hermanos y aun sin hijos adolescentes ni por supuesto adultos, pero a ellas se les permite seguir viviendo enloquecidas de dolor como a espectros sufrientes, que sin embargo cumplen años y envejecen, encadenados al recuerdo de la pérdida de su mundo. Se convierten en depositarias de la memoria por fuerza, son las únicas que quedan cuando parece que no queda nadie, y las únicas que cuentan lo habido.

Bueno, todo esto me enseñaron de niño y todo esto era antes, y no siempre ni a rajatabla. Era antes y en la teoría, no en la práctica.


LOS BARBAROS


El Cazador Celeste, Roberto Calasso

Según Platón, Egipto y Mesopotarnia reconocieron bastante antes que Grecia cierta verdad acerca de los «dioses del cosmos” -los astros- gracias a la «belleza de sus estados», por la cual el cielo siempre está despejado y brillante. Cosa que no debe desalentarnos, más bien al contrario: “Pero tengamos en cuenta que los griegos han perfeccionado todo lo que han recibido de los bárbaros y lo han elaborado hasta su perfección [télos].» En pocas palabras se dice aquí la diferencia irreductible entre los griegos y cualesquiera otros: el culto y la práctica de la perfección. Los griegos no pretenden haber inventado nada. Son conscientes de ser un pueblo joven, rodeado de civilizaciones sabias “desde hace muchos milenios». Su pretensión es, en todo caso, “que los griegos, con su educación, con el auxilio del oráculo de Delfos y su fidelidad en la observancia de las leyes, tributarán a todos estos dioses un culto realmente más excelente y adecuado que el culto y las tradiciones procedentes de los bárbaros». Pretensión inmensa, que al mismo tiempo ilumina con la máxima claridad la relación de los griegos con todos los bárbaros. Es verdad, allí se los reconocía provistos de doctrinas verdaderas y de origen remoto, pero necesitados de un perfeccionamiento que solo los griegos se consideraban en condiciones de ofrecer. Declaraciones, al mismo tiempo, de extrema humildad y de desenfrenada altanería. Grecia estaba fundada sobre esa combinación, según el viejo Platón -el testimonio más autorizado con que contamos.

Los bárbaros eran, entonces, lo contrario de lo que la palabra ha terminado por significar entre los modernos. No eran pueblos nuevos, rústicos, inarticulados, fuertes. Eran civilizaciones más antiguas que Grecia -sobre todo Egipto, Mesopotarnia y Persia-, que habían alcanzado una sabiduría tan alta como inmóvil. Algo los había fijado y vuelto rígidos. Ahora les tocaba a los griegos cumplir con la inmensa obra que los había precedido, volviéndola más flexible y ágil. Además, simplificándola. Ese fue el genio y el prodigio de los griegos. Nietzsche lo definió así: “La superior naturaleza moral de los griegos se revela en su sentido de totalidad y de simplificación; ellos se contentan al mostrarse como el hombre simplificado, del mismo modo en que nos contenta la vista de los animales.»


LOS JUEGOS OLIMPICOS


El Cazador Celeste, Calasso, p. 330

Los juegos olímpicos no solo eran no-primitivos sino decididamente, en cierto sentido, no-religiosos [ .. .]. Por el contrario, el culto de Dioniso y de Orfeo me parecía, con todos sus defectos y licencias, esencialmente religioso.” Jane Harrison tenía el don de la franqueza. Sabía hacer explícito lo que varios colegas suyos (Murray, Cornford, A. B. Cook) percibían pero no se atrevían a declarar.

Lo que destaca en sus palabras es la afirmación de que los Olímpicos eran algo no-religioso. ¿Cómo se pudo llegar a un tal vuelco de la situación? Habían pasado algunos milenios y ahora una estudiosa de Cambridge se encontraba con que Zeus, Apolo, Mrodita y Atenea eran extraños al sentimiento religioso, porque eran superficiales. Seguramente esa sensación era compartida no solo por algunos de sus colegas sino por cierto clima europeo hacia el año 1911.

Además de superficiales y por tanto despreciables, los Olímpicos son abismales. Nietzsche lo había dicho: “Aquellos griegos eran superficiales, ¡por profundidad!” Cuanto más se indagan las historias de los Olímpicos, tanto más se advierte una resistencia a cualquier intento de explicación. Son los dioses quienes explican a quien intenta explicarlos, no al revés.Lo que podía inducir al equívoco a Jane Harrison es que el carácter abismal iba acompañado de una invencible fragancia. Eran ligeras, aquellas figuras, y acaso insinuaban un presagio de precariedad, como un ramo de flores frescas. No imponían esa gravedad que, en Europa, se solía asociar con todo lo religioso. Europa había perdido algo por el camino, Europa había ido reduciendo progresivamente todo sentido de lo religioso. Los olímpicos, en cambio, permanecían intactos. Su irreductible extrañeza residía en eso: eran dioses, pero no se dejaban estorbar por sentimientos de contrición. El sentido de superficialidad que para algunos emanaban era algo que otros dioses mediterráneos no habían llegado a conquistar. Por eso los Olímpicos eran a tal punto dóciles y no se resistían a ser estatuas. Como tales, después de muchos siglos, siguen existiendo. Tienen el privilegio de no pedir ofrendas. Vuelven a ser lo que acaso fueron desde el principio: imágenes de la vida autosuficiente, exentas, soberanas.


LUPERCALES


El Cazador Celeste, Calasso, p. 196

Ovidio arriesga una imprudente explicación que nada explica acerca del origen de las lupercales, fiesta antigua y rústica. Unos mil novecientos años más tarde, James Frazer trató de dar razón de ese rito desconcertante. Según su reconstrucción, jóvenes completamente desnudos, con excepción de un cinturón de piel, corrían alrededor del perímetro de la Roma antigua. Con tiras de piel que habían arrancado de las cabras sacrificadas por los lupercales azotaban a quienquiera que se encontraran, pero sobre todo a las mujeres, «que ofrecían las manos para recibir los golpes, convencidas de que era una manera segura de obtener descendencia y un buen parto·. El relato de Frazer es eufemístico y no dice los detalles que todavía hoy «permanecen sin explicación», como observó Dumézil: después de haber  sacrificado a las cabras, los lupercales tienen que untarse la frente de sangre con un cuchillo, después otros jóvenes secan la sangre con un trozo de lana embebido en leche -y «los jóvenes tienen que reír después de que la sangre haya sido secada”. Esto escribió Plutarco. De esa sangre y de esa risa obligada nadie ha sabido dar razón. En cuanto a las mujeres azotadas en las manos, no siempre el rito debía limitarse a esto. En un mosaico encontrado en Túnez se ve a una mujer levantada por dos jóvenes por las axilas y las piernas, mientras un Luperco está a punto de azotarla en la parte inferior del cuerpo, desnudada.

Frazer describió las lupercales con el mismo tono impasible con el que había descrito los ritos sangrientos de muchas tribus ignotas. Esas descripciones se yuxtaponen fácilmente. Pero en el caso de las lupercales era de rigor referirse también a las crónicas de Roma, y en particular a lo que había sucedido el 15 de febrero del 44 a. C., un mes antes del asesinato de César y un año antes del nacimiento de Ovidio. Recordaba que el 15 de febrero era, en Roma, un día especial: «Una vez al año, durante un día, el equilibro entre el mundo regulado, explorado, acotado, y el mundo salvaje se rompía: Fauno lo ocupaba todo.”


JAMESIANA


El Cazador Caleste, Roberto Calasso, p. 168

De hecho, el obstáculo mayor, si se quiere comprender algo de la prehistoria, está dado por el hecho de que en el ínterin la vida de los hombres se ha aliviado enormemente. A tal punto que el mundo puede incluso no ejercer ya ninguna presión sobre quien lo observa. Al menos en determinadas situaciones experimentales, como la que se alcanzó en el siglo XIX, ante todo en los miembros de la alta burguesía que vivía de rentas, en los años de la reina Victoria. Este era el material humano predilecto de Henry James. Este, en lugar de sílex afilados, disponía de frases dejadas caer en conversaciones, anécdotas, chismes, visitas, banquetes, paseos. Sobre la base de todo eso, James reconstruía una maraña de lazos que no tenían prácticamente ninguna relación con el mundo exterior. La naturaleza era un escenario ocasional. Todo se desarrollaba en interiores, ocasionalmente en la calle o en jardines. ¿Qué podía pasar cuando el alivio, la decisión de deshacerse del mundo como de un lastre molesto, se volvía una regla de vida conscientemente practicada?

Entre los cuentos más importantes de Henry James hay algunos que no llegó a escribir. Son los «pequeños sujets de nouvelles,, embriones nunca desarrollados que solo conocemos por las anotaciones en los Cuadernos. Sin embargo, se tiene a veces la sospecha de que precisamente fuera esa su forma final la más adecuada para una historia que, en innumerables ocasiones, había nacido de una frase dicha por alguien en conversaciones, durante una de las innumerables ocasiones mundanas de las que James participaba -y que eran el terreno mismo, continuamente movido y removido, de su obra. Así sucede con una frase que le había dicho Mrs. Procter, en la que James reconoce el “minúsculo germen para un cuento diminuto”, del que solo nos queda un apunte.

En Torquay, el28 de octubre de 1895, James anotó estas palabras en su cuaderno: “Recuerdo cómo Mrs. Procter me dijo una vez que, habiendo tenido una vida repleta de problemas, sufrimientos, cargas y devastaciones, la posibilidad de sentarse a leer un libro constituía para ella, en sus años otoñales, un placer singular, un lujo profundamente sentido: tan grande era el sentimiento de seguridad que de ello emanaba, la certeza de que, tras haber sobrevivido a tantas cosas, nada podía ocurrir/e ahora. Prácticamente nunca había gozado de ese placer en tal grado y manera; y día tras día disfrutaba de él como si fuese nuevo. Tal vez exagero un poco la declaración de su éxtasis personal, pero lo cierto es que hizo el comentario y entonces me impresionó muchísimo. Ahora vuelve a mí con la sugerencia del minúsculo germen de un cuento diminuto.»


INCIPIT 1.172. INDEPENDENCIA / JAVIER CERCAS


Melchor irrumpió en el local y, abriéndose paso entre los clientes, se dirigió a la barra, se sentó en un taburete y pidió un whisky. El camarero lo miró como si fuera un extraterrestre.

-¿Qué haces aquí? -preguntó.

-Tranquilo -contestó Melchor-. Vengo en son de paz.

-¿En son de paz?

-Eso es. Me vas a poner el whisky, ¿sí o no?

El camarero tardó en contestar.

-¿Solo o con hielo?

-Solo.

Eran más de las tres de la madrugada, pero el sitio todavía estaba bastante concurrido. Varias chicas bailaban desnudas o semidesnudas en la pasarela iluminada que recorría el centro de la sala principal, acribilladas por luces estroboscópicas, mientras algunos hombres las observaban con ojos hambrientos; aquí y allá, otras chicas, solas, en parejas o en grupos, aguardaban la llegada de los últimos clientes. O el final de la noche. Por los altavoces sonaba Like a Virgin, una vieja canción de Madonna.

-Si no lo veo, no lo creo -oyó Melchor a su espalda. Mientras el camarero le servía el whisky, el hombre que acababa de hablar se sentó en un taburete junto al policía.

INCIPIT 1.171. NOMBRE FALSO / PIGLIA


NOTA PRELIMINAR

Escribí los relatos de este libro en distintas épocas pero siempre en el mismo lugar. En aquel tiempo vivía en un departamento de la calle Sarmiento, en el centro de Buenos Aires, y cuando pienso en estos cuentos me acuerdo de una ventana que daba a las azoteas y las cúpulas y los edificios de la ciudad. Supongo que el hecho de haberlos escrito mirando cada tanto la claridad de esa ventana les da para mí cierta unidad: como si las historias hubieran estado ahí, del otro lado del vidrio.

«Las actas del juicio”, “Mata Hari 55”, y «El Laucha Benítez” son de mediados de los años 60 y me traen el recuerdo de una época en la que descubría las múltiples posibilidades de la literatura y las extrañas tensiones entre ficción y realidad. Inspirados en hechos reales (en un caso, el asesinato del general Urquiza, un caudillo federal del siglo XIX; en otro caso, las actividades clandestinas de los «comandos civiles» que participaron en la revolución que derrocó a Perón en 1955


ROHIPNOL


Tomás Nevinson, Javier Marías. p. 608

Ahora sí abrió Centurión el paquete de Pérez Nuix. Tenía tiempo de sobra, pero mejor no improvisar. Se llevó la sorpresa de que contenía lo que le había pedido y algo más, había dos fármacos. El solicitado era Rohipnol (si se escribe así, no lo sé, nunca más lo he tenido en la mano y del97 hace mucho tiempo), que, como su nombre insinúa, posee efectos hipnóticos, o más bien aturdidores y anuladores de la voluntad: pérdida total de la conciencia o casi, borradura del tiempo, dificultad o imposibilidad de recordar lo sucedido bajo su influencia, o si acaso una especie de confusión radical, nadie está seguro de que pasara lo que algunos fogonazos o alucinaciones retrospectivos lo inducen a figurarse que pasó. Depende de las personas, a veces hay un blanco absoluto. Era una droga bastante utilizada desde finales de los ochenta para desvalijar en su casa a incautos tras un inicio de seducción, o tras la  consumación. La empleaban chaperos y putas, que efectuaban la primera parte del trabajo (seducción y administración en una bebida) y después avisaban a sus compinches para que se encargaran de limpiar el chalet o el piso con pericia y celeridad. Las secuelas eran inexistentes o mínimas en los afectados: sólo esfuerzos ímprobos para despertar, niebla densa o impenetrables nubes, y más a menudo un completo vacío, jamás se enteraban de lo acontecido durante su trance, o por los resultados nada más. También se valían de ella violadores contumaces y arteros, reacios a usar la fuerza y temerosos de la ley. Dormían a la víctima o la dejaban fuera de juego, algunas ni tenían conciencia de haber sufrido el ataque y por tanto no denunciaban; si luego notaban escozor, irritación y hasta dolores, tendían que fueran vírgenes, podían no percatarse de la penetración, sobre todo si había sido exclusivamente digital. Hoy me temo que aún recurren a ese fármaco y a similares los violadores más cobardes, los que actúan en grupo. En 1997 esta práctica no estaba tan extendida, hasta los delincuentes eran menos salvajes y animalescos.

Miguel Ángel Blanco



Tomas Nevinson, Javier Marías, p. 405

En la madrugada del día 13, domingo, murió en ese hospital donostiarra.

Por lo visto los miembros del comando tuvieron prisa, lo cual hizo sospechar que se trataba de 'un secuestro corto' y que, fuera cual fuese la reacción del Gobierno, pensaban ejecutar a su rehén. A las cuatro y diez de la tarde del sábado 12, los terroristas metieron a Miguel Ángel Blanco en el maletero de un coche, un Seat Toledo azul oscuro al parecer, y lo llevaron hasta un descampado de Lasarte-Oria. Irantzu Gallastegui o 'Amaia' se quedó al volante del vehículo, mientras sus compañeros -Gaztelu o 'Txapote' era además su pareja sentimental o sexual- obligaron a su prisionero a caminar una treintena de metros por un sendero. Entonces Geresta Mujika o 'Ttotto' lo forzó a arrodillarse, siempre atado de manos, no recuerdo si por delante o a la espalda, y a las cinco menos diez, cincuenta minutos después de la expiración del plazo dado, Gaztelu o 'Txapote', que ya había matado a sangre fría otras veces a personas desarmadas, le pegó dos tiros con una pistola Beretta de calibre 22 Long Rifle según la sentencia de 1998 en un juicio con los acusados in absentia, todavía no habían sido atrapados. La primera bala le entró más o menos detrás de la oreja derecha. La segunda, o 'de ajusticiamiento', le fue disparada en la nuca y fue la que lo mató.

La rabia, la ira, la frustración por el desenlace de la siniestra cuenta contrarreloj, se apoderaron del país. De nuevo se sucedieron las manifestaciones multitudinarias, tan indignadas como impotentes, en todas las ciudades y pueblos, y nunca ETA fue tan odiada ni tan maldecida, ni siquiera tras los atentados masivos de 1987 en los que de alguna manera que siempre he desconocido había participado Magdalena O rúe O'Dea. Hasta presos de la organización habían pedido, en los días previos, la liberación del concejal. En el propio País Vasco, donde contaba con muchos seguidores y no pocos hinchas de salón, la gente se revolvió contra ella mayoritariamente, boicoteó o dejó de comprar en los negocios y tiendas regentados por simpatizantes suyos, que jamás se habían ocultado, al contrario: habían presumido y se habían beneficiado de su proximidad; y en algunas localidades se intentó asaltar o incendiar las respetadas sedes de Herri Batasuna, el partido que era su brazo político y que hoy se llama de otra forma, sin haber cambiado en absoluto (sólo que ya no hay violencia ni 'lucha armada'). La policía defendió esas sedes, mientras los manifestantes gritaban a los agentes: '¡No los protejáis, que después os matarán!'.


LA VIA LACTEA


El Cazador Celeste, Calasso, p. 183

Aunque los héroes eran hijos o descendientes de Zeus y de una mortal, lo cual los acercaba a los dioses, estaban destinados a morir, igual que los hombres. Para volverse inmortales era necesario chupar la leche de Hera, la primera enemiga de las madres de los héroes. Tercera consorte de Zeus, Hera había engendrado a Ares, Hebe e Ilitia -todas ellas habitantes del Olimpo. La leche de Hera era permanente. Podía ser chupada por quien que, de otro modo, estuviera destinado a morir. A cada instante, Hera se encontraba en la condición de las mujeres que acaban de dar a luz. En ese estado, perseguía a las  mujeres parturientas o que estaban a punto de dar a luz, preñadas por el semen de Zeus. No era uno de los secretos menores de la fisiología divina.

En esto pensaba Zeus mientras Hera dormía. Acercó a su seno al pequeño Hércules, ya condenado a sus trabajos. Zeus no quería que un día desapareciera en el Hades. Hércules se agarró a un pezón de Hera y empezó a chupar con ardor, como un amante. Hera se revolvió y lo rechazó. La leche seguía fluyendo, sin embargo, y haciendo un gran arco salpicó el cielo. Las gotas formaban grumos en la bóveda oscura, en una larga cinta desflecada. Otras gotas fueron a dar sobre la tierra, esparcidas entre los campos y los desiertos. Así se formó la Vía Láctea. En la tierra despuntaron los lirios blancos, los mismos que un día el arcángel Gabriel llevaría a María, en el momento de la Anunciación.


DEL AMOR


Independencia, Javier Cercas, p. 213

Vivales habla sin perder detalle de lo que ocurre en la pantalla, y Melchor recuerda una escena de otro wéstern Un vaquero cree descubrir, atónito, que le gusta una mujer y, para aclarar sus sentimientos, le pregunta al encargado del saloon: “¿Tú has estado alguna vez enamorado?». “No», contesta el encargado. “Yo siempre he sido camarero.» Pasados unos segundos, Melchor le pregunta a Vivales si ha oído hablar de una novela titulada Terra Alta.

-¿Qué? -responde Vivales.

John Wayne acaba de irrumpir en la escuela, cubierto de polvo y urgente de malas noticias -Liberty Valance y sus hombres se dirigen al pueblo con la intención de matar a James Stewart-, y este suspende la clase y sale de estampida hacia el campo, montado en una carreta tirada por caballos, dispuesto a aprender a disparar. Acompañado de su esclavo negro, John Wayne le sigue, frena su carreta, se ofrece a enseñarle a usar la pistola. Melchor vuelve a formular la pregunta y añade el nombre del autor de la novela. Vivales contesta que no ha oído hablar de ella.

-Trata sobre mí -explica Melchor.

Por indicación de John Wayne, James Stewart está colocando tres latas llenas de pintura sobre sendos postes. Cuando termina de colocar la última, John Wayne hace volar a tiros las tres mientras se burla de la ingenuidad de James Stewart, que sale disparado hacia John Wayne y, furioso y bañado de pintura, lo tumba en el suelo de un puñetazo que provoca la carcajada de Pompey, su esclavo negro. Vivales, que no se ríe nunca, se ríe. Melchor se pregunta si se está riendo de John Wayne o de él. El abogado le saca enseguida de dudas.

-¿Qué? -pregunta de nuevo.

-Trata sobre mí -explica Melchor.

Vivales se vuelve por vez primera hacia él, un rastro de risa flotando todavía en su boca.

-La novela -repite Melchor-. Trata sobre mí. Es lo que me han dicho.

El abogado intenta sin éxito asimilar sus palabras.

-¿Una novela que trata sobre ti?

-Sí -contesta Melchor-. Se titula Terra Alta.


INDEPENDENCIA


Independencia, Cercas, p. 58

-Los tres son sobre todo unos hijos de papá. Unos hijos de puta también, desde luego, pero sobre todo unos hijos de papá. Nacieron así y se morirán así... La gente rica es de otra especie. ¿Nunca has oído decir eso? Bueno, pues es la verdad. Te lo digo yo. El mundo se divide en dos clases de personas: los ricos y todos los demás, incluidos aquellos que aspiran a ser ricos, que son la mayoría. Aquí donde me tienes, yo fui uno de ellos.

>>Mi padre decía que Cataluña siempre ha estado en manos de un puñado de familias. Ellos mandaban antes del franquismo, mandaron durante el franquismo, mandan después del franquismo y mandarán cuando tú y yo estemos muertos y enterrados ... El dinero es una cosa mágica, una cosa inmortal y trascendente. El dinero es la hostia. Es algo muchísimo más fuerte que el poder, porque el poder depende de él, y además sobrevive a todo, empezando por los cambios de poder. Bueno, pues mis tres amigos pertenecen a ese puñado de familias catalanas. Por eso yo me empeñé en ser amigo suyo. Y por  eso me doy asco ... ¿Seguro que no quieres un poco de whisky?

-Seguro. Continúa.

-Continúo ... Aunque, bien pensado, no sé si debería. En realidad, no sé por qué hago esto. No sé qué voy a sacar en limpio ...

-Claro que lo sabes. Hemos hecho un trato.

-¿De verdad vas a ayudarme?

-Y a te he dicho que sí. Te he dicho que haré lo que pueda.

-¿Qué te interesa de ellos? ¿Por dónde empezamos?

-Eso también te lo he dicho: empieza por el principio. ¿Cuándo los conociste?

-¿Cuándo los conocí ... ? Hace muchos años, en Esade, la escuela de negocios adonde la élite catalana manda a sus cachorros para que aprendan cómo se hace el dinero. Y cómo se conserva ... Los tres se conocían de antes, claro, en realidad se conocían de toda la vida, porque el puñado de familias que mandan en Cataluña se conoce de toda la vida. Casas y Vida! vivían muy cerca, en la avenida Pearson. Rosell también vivía por Pedralbes, no recuerdo exactamente dónde, no fui mucho a su casa, mucho menos en todo caso que a la de los otros ... Sea como sea, los tres habían coincidido desde niños por todas partes, en el Club de Tenis Barcelona, que queda cerca de donde vivían, o en la Cerdanya, que era adonde iban en navidades y en verano. Los tres tienen la misma edad, nacieron el mismo año, el mismo que yo, y habían sido alumnos de Aula, otra escuela de élite. Y los tres tenían montones de hermanos y hermanas; yo en cambio soy hijo único ... Ninguno de los tres era un gran estudiante, eso es verdad, pero Casas y Vida! leían bastante y son inteligentes, incluso muy inteligentes, cosa que nunca se ha podido decir de Rosell, que ha acabado en política porque la familia lo consideraba demasiado torpe para los negocios.


CERVANTES


Madrid, Andrés Trapiello, p. 234

Cervantes es maravilloso sobre todo en el tono: la naturalidad con la que cuenta las cosas. “Lo que se sabe sentir se sabe decir” es una frase de El amante liberal que he citado mil veces. No hay otra enseñanza que valga. Y que el Quijote sea una novela a la que le sobran quinientas páginas da lo mismo, podría haber tenido otras quinientas y seguiría siendo la obra maestra que es. El empezar a contar una cosa por el principio siguiendo el hilo, al trantrán, como luego hicieron Galdós y Baraja, sin temor a distraerse en el camino con otras, si le parecían curiosas. Yendo y viniendo, pero sin enredarse nunca en asuntos ociosos. Siempre la línea clara y el sentimiento en primer plano. Y esa mirada limpia y compasiva sobre las criaturas. Y lo más difícil de todo: hablar con naturalidad de la cultura, hasta hacer de la cultura algo natural, el que no parezca nunca un autor literario, como todos los demás, Lope, Quevedo, Calderón, no siendo inferior en conocimientos a ninguno de ellos. ¿Y su vida? Ese ir tirando, unas veces con viento a favor y muchas otras en contra, pero sin quejarse nunca (Azorín solo le afeaba a Cervantes que este se alabara de vez en cuando, pero qué iba a hacer el hombre si los demás le tenían en tan poca estima). Ese “no hay nadie tan malo como Cervantes, ni tan necio que alabe a don Quijote», de Lope, se ha vuelto contra este, por lo mismo que se recuerda a Gide más por haber rechazado el manuscrito de A la recherche, que por lo suyo propio, y a los del Premio Nobel, por no habérselo dado a Tolstoi, a Galdós o a Rilke. Lope no respetó ni siquiera los anteojos rotos de Cervantes, al que se los pidió prestados para ver algo; dijo “que parecían huevos estrellados mal hechos» (le pasó eso a Cervantes por prestárselos). A Cervantes se le lee siempre con la sonrisa en los ojos, y, sin que se olvide nunca del sinsentido de nuestra vida, toda su literatura navega con el pabellón de la esperanza. Y cuánta  delicadeza era para mí entonces que hubiera escrito el Quijote cuando era viejo, dándonos ánimos a los jóvenes para intentar algo parecido un día. Y ese humor tan fino, que no desciende ni condesciende con lo plebeyo, porque hasta cuando Sancho se propasa un poco, sabe cerrar Cervantes la suerte en una media verónica elegantísima.

Recuerdo que hablando un día con Ferlosio de la lengua de Cervantes (y hay que recordar que a Ferlosio, que habló muy acertadamente en su premio Cervantes sobre el carácter y destino en los personajes del Quijote, que nunca le interesó demasiado, dicho sea de paso), me recomendó las cartas escritas por indianos a finales del XVI y principios del XVII, y recopiladas por Enrique Otte. Eran para Ferlosio un tesoro de la lengua, como también el de Covarrubias, y fuente inagotable de humanidad y detalles exactos. Y no se equivocaba.


LA MALANDANZA


Madrid, Andrés Trapiello, p. 229

MADRID es la ciudad ideal para los que viven de una nómina de la Administración («el pan del Estado es escaso, pero muy blanco”), y también para tres tipos de personas: las de las clases pasivas, los que no necesitan nóminas, y los que no van a tenerla nunca: mi caso.

En poco tiempo aprendí que si quería llevar adelante algunos proyectos (el de La Veleta y el Salón de pasos perdidos, sobre todo), tenía que hacerlos viables con otros que vinieran a financiarlos (palabra que igual les viene grande a los que emprendí entonces). Empecé, como ya he contado, echando mano de la tipografía. Además es uno un gran partidario de los encargos, incluso de hacer de negro (mi experiencia en este último oficio con el pintor José Guerrero fue un voluntariado, pero muy instructivo desde el punto de vista literario: su autor llegó a tener por reales las ficciones que inventé sobre su propia vida).

Los trabajos venales son más fáciles en una ciudad grande como Madrid, en la que puede uno llevar la vida que quiera, sin compromisos y sin que nadie al cabo de un tiempo te eche de menos. Por eso en Madrid se olvida a los muertos mucho antes que en ninguna parte (y porque aquí, como ya se ha dicho también, se muere mucho más que en otras ciudades, aquí se está muriendo la gente de continuo; en los periódicos había una sección que se titulaba  “fallecidos ayer en Madrid”, y no terminaba nunca, y eso que usaban el verbo «fallecer” y no morir, porque les parecía que falleciendo se muere uno menos que muriendo); y los éxitos y los fracasos duran menos también por las mismas razones, cada mes hay en Madrid una «gala”, un reparto de premios, alguien que entra en la Academia, un estreno de teatro, de cine, de ópera, la inauguración de una exposición, una recepción real, una presentación de credenciales o una toma de posesión, lo cual, dicho sea de paso, hace la vida para los que quieren triunfar mucho más enconada que en otras partes, tratando de estar siempre en candelero (políticos, artistas, empresarios), pero también mucho más agradable a los que han fracasado, arropándoles y haciéndoles pasar inadvertidos en una perpetua hibernación o, como el cesante Villaamil, en una tregua desesperanzada.


LA MOVIDA


Madrid, Andrés Trapiello, p. 192

La movida fue nuestro ultraísmo. La mitad de los que estaban en ella pintaba, hacía fotos, escribía algo, diseñaba, trataba de rodar películas o había montado un grupo de rock. Pero al tener todos entre veinte y treinta años, no les había dado tiempo de encabronarse aún con nadie y pensaban en el triunfo. La otra mitad eran los seguidores y grupis. Y lo gracioso es que la gente tenía dinero para las copas, se trabajaba a salto de mata y se dormía lo justo.

Como sucede en cualquier movimiento de esas características sociales, lo primero en cambiar fue la indumentaria y los pelos. Se dejaron las barbas a los comunistas, la pana a los socialistas, los aretes en las orejas a los vascos, el cava a los catalanes y la grifa (y demás ficciones) a los andaluces. Los chicos de la movida empezaron a gastar americanas y corbata (sin anudársela del todo, en plan James Dean) y las chicas volvieron a llevar faldas y a pintarse de rojo los labios. Los varones se cortaron mucho el pelo (para distinguirse de los progres) o se lo erizaron en plan estatua de la Libertad, a lo punk, y ellas empezaron a ir a la peluquería (para distinguirse de las jipis) pero no a usar permanentes ni lacas (para distinguirse de las mamás). Y se enterraron los colores penitenciales por otros más vivos y warholianos. Primaron sobre cualesquiera otros valores los de la juerga y el cachondeo. Las palabras de moda, como el «ábrete sésamo», fueron transgresión, demoledor y chachi. Y así, en muy poco tiempo la ciudad de «un millón de muertos, según las últimas estadísticas», pasó a la de un puñado de vitelloni, dispuestos a divertirse trabajando y a trabajar transgrediendo. Nunca habían estado más cerca las dos cosas. Y además empezaba a haber dinero, institucional sobre todo, para una y otra, y nada produce mayor satisfacción que transgredir con cargo a los presupuestos generales del Estado, sobre todo a los que lograban ir escapando del sida y las sobredosis.

Hay en la actualidad una gran controversia sobre el alcance de la revolución cultural que supuso la movida. A todo el mundo le gustaba Madrid. Al descubrir al mismo tiempo libertad y ciudad, Madrid fue para todos la ciudad de la libertad, y le dedicaron sus obras de creación. Desde las juventudes del 27, Madrid no había conocido un momento tan esplendoroso, y volvimos a decir lo de Jorge Guillén: “el mundo está bien hecho”, o sea, chachi. Barcelona, que durante los últimos años del franquismo había sido el respiradero de España adonde llegaba el aire libre de Europa, el poco que nos dejaban respirar, había albergado la esperanza de convertirse en la capital de la cultura y aun de España, cuando muriera el dictador, y se sintió, como ya he dicho, despechadísima, humillada. Empezó entonces a mirar hacia Madrid, sin acabar de comprender por qué a Almodóvar se le había ocurrido nacer en un pueblo de La Mancha y no en Hospitalet, donde había tan buenos charnegos dispuestos a hablar en catalán y abrir una cartilla de ahorros en la Caixa, y por qué los periódicos extranjeros se preguntaban por lo que sucedía en Madrid y no allí. Ni los pintores modernos de Barcelona entendían a sus homólogos de Madrid, a los que llamaban “esquizos”, ni las almas bellas del Liceo podían comprender cómo en Madrid reivindicaban la estética del Fary y los Chunguitos. Por suerte para todos, las Olimpiadas de 1992 resarcieron a Barcelona de “los seculares agravios”, y los nacionalistas dejaron unos años de victimarse y dar la matraca, entretenidos en robar como pujoles y chupar del bote.


COMUNES TAMBIEN


Madrid, Andrés Trapiello, p. 158

La gente tenía ganas de leer, ver o decir lo que le diera la gana sin temor a represalias ni censuras humillantes. Que a uno le echaran o no de un trabajo, daba igual. Acababa encontrando otro. En dos o tres años las librerías se llenaron de libros prohibidos hasta entonces y algunos hicieron su agosto editando pelmazos politicos de letra apretada, la moda del día. Los quioscos madrileños se llenaron de publicaciones pomo y se abrieron las primeras salas X. Después de cuarenta años sin libertad de prensa, la euforia llevó a algunas demasías desconcertantes. Uno de los nuevos periódicos madrileños (Diario 16) reprodujo en su última página y a gran tamaño la foto del cadáver de un hombre al que el desplome de un muro, a consecuencia de un temporal, había sorprendido en el momento en que sodomizaba a una gallina, “que también falleció en el acto”, no se sabe si del golpe o estrangulada entre las manos de su amante. La foto no ahorraba ningún detalle. Y al poco, en la misma línea, otra en la que se veía a una mujer en el momento de entrar en las urgencias de un hospital aliado de un guardia municipal que llevaba en brazos con gran delicadeza el perro lobo del que su dueña no había podido desengancharse, cubierta la cópula con una manta. Los jerarcas del antiguo régimen no desaprovechaban esas ocasiones para señalar las diferencias entre libertad y libertinaje. Ni que decir tiene que  unos cuantos nos sumamos entusiasmados al libertinaje y empezamos a pedir, a través de la Cope! (Coordinadora de presos en lucha, una idea del grupo luxemburguista de Bonet que llevaron a Savater, Ferlosio y García Calvo}, la libertad de los presos ... ¿Politicos? Ja, para pedir eso ya estaban los benditos partidos de izquierda. Nosotros pedíamos la libertad de los presos comunes, de todos, sin distinción de códigos ni delitos, criminales, pederastas, chorizos, envenenadoras, y en cuanto cogimos carrerilla pedimos también que abrieran las puertas de los manicomios y soltaran a todos los locos, esquizofrénicos, depresivos, psicópatas. El poeta Leopoldo Maria Panero, un hombre previsor, estaba entusiasmado con esto último. Fue una alegría inmensa saber que teníamos como capitanes a Ferlosio, Savater, García Calvo, Gilles Deleuze, Félix Guattari y Michel Foucault,  quien hizo poco después un llamamiento mundial para que nadie se creyera lo del sida, según él una patraña inventada por la Cía para reprimir el deseo de los homosexuales (murió, naturalmente, de sida al poco tiempo, llevándose con él a los miles de incautos que le creyeron}.


1.170. YOGA / EMMANUEL CARRERE


La llegada

Ya que hay que empezar por alguna parte el relato de aquellos cuatro años en los que intenté escribir un librito risueño y sutil sobre el yoga, afronté cosas tan poco risueñas y sutiles como el terrorismo yihadista y la crisis de los refugiados, me sumergí en una depresión melancólica tan grande que tuvieron que internarme cuatro meses en el hospital Sainte-Anne, y perdí, por último, a mi editor, que por primera vez desde hace treinta y cinco años no leerá un libro que yo he escrito, ya que hay que empezar, pues, por alguna parte elijo la mañana de enero de 2015 en que, al cerrar mi bolsa, me pregunté si sería mejor llevar mi teléfono, del que de todas formas tendría que desprenderme allí donde iba, o dejarlo en casa. Opté por lo más radical, y apenas abandoné nuestro edificio me resultó excitante haber quedado fuera del alcance de los radares. Luego un saltito más para coger el tren en la estación de Bercy, un satélite de la de Lyon, modesta y ya provinciana, especializada en la Francia profunda.


1.169 NUNCA SERAS UN VERDADERO GONDRA / BORJA ORTIZ DE GONDRA


Pero yo no hubiera querido contar.

Y por las noches, mientras tecleo con rabia, doloridamente, no dejan de acosarme las dudas: ¿para quién, ya, esta vigilia? ¿No es un empeño vano, puesto que no hay más destinatario? ¿A quién querías que me dirigiera, si a nadie le interesan hoy aquellos rencores olvidados? Es entonces cuando necesitaría poder descolgar el teléfono como nunca lo hice y preguntarte: ¿qué importancia puede tener ahora que dijese que no, que diera aquel portazo que lo inauguró todo, que nunca leyese la carta que estaba sobre la mesilla? ¿A quién le servirá de algo conocer que abandoné a mi madre cuando decidió quedarse a pesar de la desbandada de los hijos? Es cierto: no, no supe ver que sin ti y sin mí, la casa tenía los días contados. No supe o no quise saber. Y por eso estoy condenado a escribir en estas madrugadas neoyorquinas de insomnio, aunque no sé ya si lo hago por ti, porque tu nota arrugada que terminó por llegarme pide que acabe el tiempo del sueño, o si en realidad fuerzo mis dedos rendidos sobre el teclado para obligarme a mirar y a comprender y sufrir y pagar, y tal vez así consiga saldar la deuda y la culpa. Los ecos de entonces arden como navajas entrando en la piel, tantos recuerdos que no son míos, que deben de ser de nuestro padre o de cualquiera de aquellos antepasados de los que tan poco sabíamos, reminiscencias y memorias prestadas de Gondras que se encarnan en la página y a veces, solo algunas veces, calman el dolor. Hasta que llega la siguiente noche y la siguiente angustia, cuando empieza el combate por alzar una casa de palabras y vuelvo a descubrir que esas voces lejanas que me susurran al oído son intraducibles, que ningún pasado se puede reducir a vocablos


PALOMA XAMORRO


Madrid, Andrés Trapiello, p. 154

Fue cuando esa amiga me contrató como redactor en un programa de arte moderno de la segunda cadena de Tve, para que le ayudara a librarse de mi compañero de piso, al que había contratado algunos meses antes. Fue una elección difícil, entre dos traiciones.

Este trabajo nuevo era, en relación al arte, todo lo contrario del de la revista: pintores jóvenes, modernos, sexo, drogas y rockapop: La Movida. Irrumpió esta en Madrid como cincuenta años antes la generación del 27, con parecida suficiencia y ganas de pasarlo bien. O sea, que acudíamos en procesión a ver las exposiciones, pero daba igual, porque casi todo el mundo iba ciego y al final era como en la época del feróstico, que entre lo que uno no veía y lo que imaginaba, se iba tirando.

La directora del programa, decepcionada de ver que no acababa uno de traicionarla ni a ella ni al otro, se sugestionó con que mi colega y yo tratábamos de hacerle la juja, sabotear su programa y apoderarnos de la jefatura, cosas ambas ridículas: «¡Yo quiero ser la mejor entrevistadora de España!”, gritaba reiteradamente el día que nos expulsó del paraíso (¡qué sueldos!), dando a entender que nosotros se lo estábamos estorbando. Nos puso de patitas en la calle sin contemplaciones. Hizo bien. Éramos una nulidad, no servíamos para aquello. Tenía por manos un par de mazapanes y unos morros pequeñitos, fruncidos en repulgos y muy graciosos, y al hablar parecía que te lanzara besitos. A mí me entraron ganas de cantarle a todas horas aquello tan madrileño de “quien no vive en calle / de la Paloma, / no sabe lo que es pena / ni lo que es gloria. / Toma piñones, / que me gusta la gracia / con que los comes». Era de corta estatura y muy bonita de cara, como la de una muñeca, con uno de aquellos cardados redondeados depelo frito que se estilaban entonces a lo Angela Davis. Creo que era buena persona, solo que coincidimos en un mal momento. Yo le estaré eternamente reconocido también porque fue ella quien me presentó a Miriam, a quien, por cierto, fichó como subdirectora de La edad de oro poco después de que nos echara a nosotros, claro que la misma ilusión que había puesto en unirnos la puso luego en querer separarla de mí y llevarla al vicio y a la papelina, sin maldad, solo por enredar un poco.


DEIMOS Y POBOS


Perder el miedo, Sara Mesa, p. 33

La Antigüedad, tan poblada de dioses paganos y de símbolos, tiene un curioso relato del origen del miedo. Aunque la etimología no es una ciencia exacta, parece ser que la palabra pánico viene del semidios Pan, hijo de Hermes, que ya en su nacimiento (con sus cuernos retorcidos, su poblada barba y sus patitas de cabra) le dio un buen susto a su madre. Luego, al crecer, se hizo muy aficionado a corretear tras las ovejas y perseguir ninfas por el bosque para violarlas, cosa de pánico se mire por donde se mire. También tenía reacciones iracundas si se le despertaba de la siesta (podría matarle, vaya), por lo que se ganó el apodo de Demonio del Mediodía.

Por su parte, Deimos (equivalente griego de metus, término latino del que proviene miedo) era el dios del horror, lo cual tiene todo su sentido si se investiga su genealogía, dado que era hijo de Ares, dios de la guerra. Curiosamente su hermano gemelo era Pobos, de donde viene fobia, pues ya se sabe que el miedo y el odio suelen ir cogidos de la mano, tan juntitos como iban Deimos y Pobos cuando tiraban del carro de su padre sembrando el terror dondequiera que fuesen. Según la mitología, era tanto el miedo que daban esos dos que a los soldados les bastaba con oír a lo lejos el sonido del carro para sufrir una angustia indecible.

Más allá de todos estos relatos, en la Antigüedad se podía tener miedo a cosas bastante más ... tangibles. Por ejemplo, en la Antigua Roma, a morir en el incendio de tu ciudad (ay, Nerón, Nerón) o a que, por ser esclavo, paralítico o ciego, te echaran a los leones en el circo para diversión del público romano. También, por qué no, a que te crucificaran por robar o desobedecer, te comieran los cerdos por no llegar virgen al matrimonio o te enterraran viva por adúltera. “Que me odien, con tal de que me teman», dijo el cruel Calígula. A su lado, los dioses del miedo se nos quedan pequeños.


Elle


Monstruas y centauas, Marta Sanz, p. 42

La segunda película a la que me quería referir es Elle (Paul Verhoeven). La protagonista es una mujer violada. La actriz que interpreta el papel es Isabelle Huppert. Tengo mis mitomanías -reduccionistas, injustas, fetichistas: a veces, frente a la revoltosa Vulvita Palpita, me invade la apisonadora cosificadora de mi occipucio masculino- y soy de las que aman a Isabelle Huppert tanto que tiendo a justificar cualquier producción en la que ella participe. Veo Elle con «Sentido del humor». Un sentido del humor que, en nuestras sociedades, desaparece a más velocidad que la selva amazónica. La desaparición se vincula con la falta de pericia para romper el espejo de la literalidad textual -sobre este asunto hablaremos más adelante-. Elle es una mujer violada que no al médico, no denuncia, comparte la experiencia con sus amigos durante una velada como quien comenta otro asunto cotidiano. Elle se niega a ser víctima, porque Elle es una jefa, pertenece a la clase dominante, puede con eso y con más. Está conforme con el mundo en el que vive y valora mucho al hombrecito que da órdenes y cuenta el dinero en el interior de los occipucios-cajeros automáticos. Está bien así. Asume el paradigma de la mujer fuerte -la que no puede ser protegida corno una niña, una discapacitada, una pobre- que querría liderar -Señor, qué verbo- una gran empresa multinacional de videojuegos. Hablo de memoria, pero esa es la reminiscencia que Elle dejó en mí. También me obligó a cuestionarme hasta qué punto negarse a ser victimizada es una forma de suavizar la opresión. Terciopelo azul y el placer de la cincha. Saber estar, con elegancia y la manicura perfecta, en el epicentro del patriarcado.


Misoginias


Monstruas y centauras, Marta Sanz. p. 39

Mi cinefilia y mi feminismo y mi empecinamiento spitzeriano en que leer es haber leído, me llevan a vindicar también cuando voy al cine. Esta relación entre ocio y análisis es un defecto -lo digo por dar la razón a las mayorías, no porque lo crea de verdad-. Me interesan mucho dos películas europeas recientes: una me interesó por una frase, la otra por la concepción global del texto fílmico. En Los casos de Victoria (Justine Triet), la abogada protagonista asevera que considerar víctimas a todas las mujeres es el mayor acto de misoginia que se puede cometer. En la misma dirección ideológica, Agues Poirer' se hace eco de la carta firmada por la escritora Anne-Élisabeth Moutet, Catherine Millet o Catherine Deneuve en respuesta al feminismo estadounidense y sus «paranoias antimasculinas”: «Señalan que las mujeres no son niñas a las que se deba proteger.» Y añaden algo más: «No nos reconocemos en este feminismo que incluye el odio a los hombres y a la sexualidad.» Frente a la «policía del pensamiento» del Me Too, en la Arcadia feminista francesa se «considera que la seducción es un juego inocuo y agradable, que se remonta a los tiempos del "amor cortés medieval". Si la contundencia del «Denuncia a tu cerdo» es cuestionable -incluso lamentable-, ¿no lo es también esa sofisticada malversación del abuso y la desigualdad atemperadas por una tradición chic?, ¿no es un tanto sucia esa negación de la sexualidad atribuida a mujeres que han sido violadas, humilladas, vejadas?, ¿no estarían buscando también esas mujeres una sexualidad libre?, ¿en las manifestaciones de Moutet, Millet, etc., no se parte de una discutible y simplificadora prepotencia cultural en la que solo las mujeres francesas conocerían las verdaderas esencias de la seducción, la sensualidad y la sexualidad?, ¿no hay algo tópico y manoseado en ese estereotipo de la sabiduría erótica y las cigüeñas que vienen de París?, ¿no es el amor cortés el origen de un petrarquismo bubónico que se reconvierte en una ideología romántica del amor que convierte a cada amada en un ser incomprensible, ausente, no humano, rompible como una figurita? No, definitivamente, no me encuentro demasiado cómoda dentro de esta polémica que, sin embargo, ha sido central a lo largo de mi vida y de mis libros. Porque forma parte de-ese lenguaje frente al que me rebelo pero que a la vez hace de mí lo que soy.


LA MEDITACION


Yoga, Emmanuel Carrère, p.287

La meditación es estar sentado inmóvil, en silencio. La meditación es todo lo que se te pasa por la conciencia durante el tiempo en que estás inmóvil, en silencio. La meditación es provocar que nazca en tu interior un testigo que observa el torbellino de los pensamientos sin permitir que le arrastren. La meditación es ver las cosas como son. La meditación es despegarte de tu identidad. La meditación es descubrir que eres otra cosa que lo que dice sin cesar: ¡yo!, ¡yo!, ¡yo! La meditación es descubrir que eres otra cosa que tu ego. La meditación es una técnica para erosionar tu ego. La meditación es zambullirse y afincarse en las contrariedades de la vida. La meditación es no juzgar. La meditación es prestar atención. La meditación es observar los puntos de contacto entre lo que eres tú y lo que no eres tú. La meditación es el cese de las fluctuaciones mentales. La meditación es observar esas fluctuaciones que llamamos los vritti para calmarlos y al final eliminarlos. La meditación es estar al corriente de que los demás existen. La meditación es zambullirte en tu interior y excavar túneles, construir barreras, abrir nuevas vías circulatorias y presionar para que algo nazca y desembocar en el gran cielo abierto. La meditación es encontrar en tu interior una zona secreta e irradiante en la que te sientes bien. La meditación es estar en tu lugar, sea donde sea. La meditación es ser consciente de todo todo el tiempo (esta definición es de Krishnamurti). La meditación es aceptar todo lo que se presenta. La meditación es no contarse más historias. La meditación es desistir, no esperar ya nada, no intentar una acción, sea la que sea. La meditación es vivir en el instante presente. La meditación es mear y cagar cuando meas y cagas, nada más. La meditación es no añadir nada. Ya está. He leído y releído esta lista de definiciones y no les encuentro ningún pero. Descontando la de Krishnamurti, no proceden de libros sino, a mi escala pequeñísima, de una experiencia de primera mano.


LA SALUD PSIQUICA


Yoga, Emmanuel Carrère, p. 31

La salud psíquica, según Freud, consiste en ser capaz de amar y trabajar, y desde hacía casi diez años yo era, para mi gran sorpresa, capaz de hacerlo. N o lo habría creído si me lo hubieran vaticinado cuando era más joven. No esperaba tanto de la vida. Ahora bien, yo acababa de escribir uno tras otro, sin largos y angustiosos intervalos de sequía, cuatro gruesos libros que muchos consideraban buenos, y todos los días daba gracias al cielo por un matrimonio que me hacía feliz. Al cabo de tantos años de vagabundeo sentimental creía haber llegado a puerto. Creía que mi amor estaba al abrigo de tempestades. No estoy loco: sé bien que todo amor está amenazado -que todo lo está, de todas formas-, pero me representaba esta amenaza como algo que ahora venía del exterior, ya no de mí mismo.  Freud tiene una segunda definición de la salud física, tan impactante como la primera, y es que ya estás a salvo del infortunio neurótico, solamente expuesto a la desdicha ordinaria. El infortunio neurótico es el que se fabrica uno mismo, en una forma horriblemente repetitiva; el ordinario es el que te reserva la vida de formas tan diversas como imprevisibles. Contraes un cáncer o, peor aún, lo contrae uno de tus hijos, pierdes tu trabajo y caes en la miseria: una desgracia ordinaria. Por lo que a mí respecta, la vida no me ha deparado muchas de estas desdichas: ningún gran duelo hasta ahora, ni problemas de salud o de dinero, hijos que se abren camino, y tengo el raro privilegio de que me gusta mi oficio. En cambio, no temo a nadie por lo que respecta al infortunio neurótico. Sin jactarme, tengo un talento excepcional para convertir en un infierno una vida que lo posee todo para ser dichosa, y no permitiré que nadie hable a la ligera de este infierno: es real, terriblemente real.


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