Vista a distancia, y solo a juzgar por sus hechuras, bien podría tratarse de una de aquellas mansiones que las familias acomodadas de antaño se construían en lugares de moda y dotaban de todos los equipamientos que se consideraban indispensables para pasar un buen verano.
Pero, a diferencia de aquellas
casas, esta se alza en medio de una zona desértica, desesperantemente pedregosa
y de una sequedad casi ofensiva. Las lejanas estribaciones de la sierra que
surgen a su espalda hacen de pantalla a los frentes de nubes procedentes del
mar y que tras chocar contra esa barrera montañosa se desvían hacia el este
llevándose consigo la posibilidad de una lluvia que podría ser casi un milagro
para esta tierra paupérrima y de aspecto lunar. Pese a las dificultades que por
fuerza hubo de plantearles un medio tan hostil a la vida, los actuales
propietarios tuvieron la precaución de plantar nada más instalarse una tupida
arboleda que defendiese la casa y sus dependencias de los embates del cierzo y
atemperase los efectos de las tormentas de polvo que con tanta frecuencia se
desencadenan en esta parte del país. De aquellos árboles protectores quedan en
pie bastantes ejemplares perfectamente robustos y saludables, aunque lo que
predominan son las raquíticas siluetas de unas variedades que, encima de ser
más débiles o menos aptas para medrar en un desierto, se han avisto afectadas
por un mal que con toda evidencia acabará matando cualquier tipo de vida. Sin
embargo, y en contra de lo que pueda parecer debido a semejante entorno, la
casa misma ofrece un aspecto cuidado e incluso de las rejas del jardín y las
contraventanas de las cuatro fachadas se diría que no hace mucho han sido
repintadas de verde.
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