Quizá convenía a la idea de un disco de covers en cuya portada el sujeto emisor de la música se representara junto a otro: en este caso Twiggy, icono pop de la década de los sesenta, precisamente esa de la que eran tomadas las canciones a versionar. Twiggy estuvo allí, en el spotlight, mientras Bowie todavía luchaba por tocar con una banda competente o, mejor aún, lanzar un single que lograra entrar en top 20. El encuentro de Bowie y Twiggy en 1973 (después de que el primero mencionara a la segunda en la letra de “Drive-In Saturday” ese mismo año) era la unión de dos décadas, los sesenta y los setenta; pero, del mismo modo que las covers del álbum presentaban canciones mod disfrazadas de glam, también Twiggy es sometida a un formateo específico que, en lugar de mostrarla como aparecía en los sesenta, la vuelve otra. Después de Aladdin Sane encontrarnos con un Bowie ciborg no debería sorprender, pero hay un significado extra en el hecho de que Twiggy, a su lado en la portada, comparta los mismos artificios de efectos especiales que dibujan una máscara sobre el rostro, acentuada por el maquillaje claro que contrasta con la piel bronceada, al contrario de lo que vemos en Bowie, cuyo torso pálido choca con la barrera de la máscara dibujada para aparecer, del lado de adentro, con una tonalidad más oscura. Twiggy lleva el cabello cubierto de una manera que puede evocar la indumentaria de un astronauta imaginado en los años cincuenta, a la vez que exhibe un maquillaje más complejo que Bowie, que además del tono base de la piel y del dibujo en la máscara lleva apenas los ojos delineados. En este caso, la famosa diferencia entre los ojos de Bowie queda resaltada por el uso de una lentilla aplicada sobre el ojo izquierdo (el de la pupila permanentemente dilatada), que lo hace lucir de iris amarronado mientras el otro permanece de su celeste natural. La pose que forman ambas figuras es en última instancia tan significativa como el juego de las miradas y las expresiones; ambos miran hacia adelante, hacia el espectador, pero en el rostro de Bowie hay asombro, pasmo o incluso sorpresa, mientras que en el de Twiggy sólo se lee tedio, efecto apuntalado por su cabeza recostada sobre el hombro derecho de Bowie. Si bien el contacto queda sugerido, en lo que ofrece la mirada, en lo que dejan ver sus ojos, no hay una verdadera conexión, como si no fueran capaces de compartir el momento o, incluso, como si no estuvieran viendo lo mismo: uno es un fantasma (el del pasado, el del futuro incierto) para el otro, pero al final de alguna manera deberán haber sido siempre el mismo (¿no se preguntaban los periodistas de moda de los sesenta si Twiggy era un chico o una chica?). El fondo ha sido abstraído una vez más, en este caso con un color celeste que se aclara ligeramente hacia el borde inferior de la imagen, con las letras que forman el titulo del álbum presentadas en el alto contraste de un rojo intenso con detalles en amarillo.
Te quiero más que a la salvación de mi alma
Pin Ups (1973).
Quizá convenía a la idea de un disco de covers en cuya portada el sujeto emisor de la música se representara junto a otro: en este caso Twiggy, icono pop de la década de los sesenta, precisamente esa de la que eran tomadas las canciones a versionar. Twiggy estuvo allí, en el spotlight, mientras Bowie todavía luchaba por tocar con una banda competente o, mejor aún, lanzar un single que lograra entrar en top 20. El encuentro de Bowie y Twiggy en 1973 (después de que el primero mencionara a la segunda en la letra de “Drive-In Saturday” ese mismo año) era la unión de dos décadas, los sesenta y los setenta; pero, del mismo modo que las covers del álbum presentaban canciones mod disfrazadas de glam, también Twiggy es sometida a un formateo específico que, en lugar de mostrarla como aparecía en los sesenta, la vuelve otra. Después de Aladdin Sane encontrarnos con un Bowie ciborg no debería sorprender, pero hay un significado extra en el hecho de que Twiggy, a su lado en la portada, comparta los mismos artificios de efectos especiales que dibujan una máscara sobre el rostro, acentuada por el maquillaje claro que contrasta con la piel bronceada, al contrario de lo que vemos en Bowie, cuyo torso pálido choca con la barrera de la máscara dibujada para aparecer, del lado de adentro, con una tonalidad más oscura. Twiggy lleva el cabello cubierto de una manera que puede evocar la indumentaria de un astronauta imaginado en los años cincuenta, a la vez que exhibe un maquillaje más complejo que Bowie, que además del tono base de la piel y del dibujo en la máscara lleva apenas los ojos delineados. En este caso, la famosa diferencia entre los ojos de Bowie queda resaltada por el uso de una lentilla aplicada sobre el ojo izquierdo (el de la pupila permanentemente dilatada), que lo hace lucir de iris amarronado mientras el otro permanece de su celeste natural. La pose que forman ambas figuras es en última instancia tan significativa como el juego de las miradas y las expresiones; ambos miran hacia adelante, hacia el espectador, pero en el rostro de Bowie hay asombro, pasmo o incluso sorpresa, mientras que en el de Twiggy sólo se lee tedio, efecto apuntalado por su cabeza recostada sobre el hombro derecho de Bowie. Si bien el contacto queda sugerido, en lo que ofrece la mirada, en lo que dejan ver sus ojos, no hay una verdadera conexión, como si no fueran capaces de compartir el momento o, incluso, como si no estuvieran viendo lo mismo: uno es un fantasma (el del pasado, el del futuro incierto) para el otro, pero al final de alguna manera deberán haber sido siempre el mismo (¿no se preguntaban los periodistas de moda de los sesenta si Twiggy era un chico o una chica?). El fondo ha sido abstraído una vez más, en este caso con un color celeste que se aclara ligeramente hacia el borde inferior de la imagen, con las letras que forman el titulo del álbum presentadas en el alto contraste de un rojo intenso con detalles en amarillo.
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