Roma, 13 de julio de 1949
La dolencia del hombre de la cama
nueve era grave. Una fiebre intensa y una afección hepática aguda le impedían
comer y no le dejaban centrarse en los objetos de ambición y deseo que le
habían motivado durante toda su vida. Las breves anotaciones que había
registradas al pie de la cama apenas ofrecían información, y gran parte de esta
era inexacta: «El 9 de julio de 1949 ingresó un paciente llamado Reinhardt.
La fecha era correcta; el
apellido, no. Su verdadero apellido era Wachter, pero, de haberse utilizado,
habría alertado a las autoridades de que al paciente, un alto mando nazi, se le
buscaba por asesinato masivo. Antaño había sido la mano derecha de Hans Frank,
gobernador general de la Polonia ocupada, ahorcado tres años antes en Núremberg
por la matanza de cuatro millones de seres humanos. También Wachter estaba
acusado de asesinato masivo, concretamente del fusilamiento y la ejecución de
más de cien mil personas. Era una estimación a la baja.
«Reinhardt” había huido y se
encontraba en Roma. Se creía perseguido por los estadounidenses, polacos,
soviéticos y judíos por genocidio y crímenes contra la humanidad. Esperaba
llegar a Sudamérica.
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