Extraterritorial, p. 49
Aun cuando dejemos de lado que
una obra artística o literaria pueda afectar al público de modo impredecible,
que una obra teatral o determinado cuadro puedan despertar en un hombre la
compasión y en otro el odio, actualmente tenemos suficientes pruebas de que la
sensibilidad y la producción artísticas no representan un obstáculo para la barbarie.
Está comprobado, aun cuando nuestras teorías sobre la educación y nuestros
ideales humanísticos y liberales no lo hayan comprendido, que un hombre puede
tocar las obras de Bach por la tarde, y tocarlas bien, o leer y entender
perfectamente a Pushkin, y a la mañana siguiente ir a cumplir con sus
obligaciones en Auschwitz y en los sótanos de la policía. El carácter
civilizado de la cultura en Ruskin y la confiada identificación de Sartre de la
literatura con la libertad son insostenibles. Quizás eran ingenuos, ya que
muchas obras de arte, música y literatura florecieron con el mecenazgo de
tiranías. En lo que se refiere a la literatura moderna, basta pensar en las
posiciones políticas de Yeats, T. S. Eliot y Pound para hacer frente a la
incongruencia entre la creación poética de primer nivel y el humanismo radical
y libertario en el que pensaban Ruskin y Sartre. Y, en un caso (aunque, como lo
señalaré, existe otro todavía más desconcertante), una de las formas más extremas
de barbarie política coincidió con una obra que un número considerable de
críticos ubican en la vanguardia de la literatura moderna.
La verdad sobre Louis-Ferdinand
Céline merece ser recordada, aunque sólo sea por las falsificaciones, las
verdades a medias y el misterio con los que sus apologistas enturbian nuestra
visión. En 1937 Céline publicó Bagatelles pour un massacre, donde clamaba por
la aniquilación de todos los judíos de Europa describiéndolos como basura, como
bazofia subhumana de la que había que deshacerse si se deseaba que la
civilización recobrara su energía y se mantuviese la paz. Si exceptuamos ciertas
obras panfletarias publicadas en Europa oriental a finales del siglo pasado y
relacionadas con la falsificación de los llamados “Protocolos de Sión”, la obra
de Céline fue la primera manifestación pública de lo que sería la «solución
final» de Hitler. Un segundo tratado antisemita, L'école des cadavres, apareció
en 1938. Les beaux draps, publicado en 1941, reafirma la convicción del autor
de que la derrota y las desgracias de Francia fueron resultado directo de las
intrigas judías, la estupidez judía y la reconocida asquerosidad de las
influencias judías y sus complots en las altas esferas. En 1943, cuando hombres,
mujeres y niños judíos eran deportados desde todos los rincones de Europa
occidental para ser torturados hasta la muerte y convertidos en cenizas
anónimas, Louis- Ferdinand Céline vuelve a publicar Bagatelles pour un
massacre, acompañando la obra con adecuadas fotografías antisemitas.
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