Azaña. Josefina Carabias
Negrín, ¡al fin era jefe!
Más tarde, cuando Negrín se hizo
con el poder, Azaña se sintió optimista. Nunca se habían llevado demasiado bien.
Eran temperamentos distintos, pero a Azaña le gustaba tener aliado un hombre de
poderosa inteligencia, de gran cultura, capaz de olvidarse de todas las
demagogias y camaraderías del comienzo de la guerra para comportarse ante él
como se comporta un verdadero jefe de Gobierno ante un jefe del Estado, y que
demostró desde el principio la energía suficiente para dar la batalla a los
anarquistas y acabar con la situación caótica de Barcelona.
Negrín convirtió el Ejército
Popular casi en un ejército regular. Para ello se apoyó en los comunistas, que
eran los únicos capaces de someterse a una disciplina. El doctor Negrín no era
comunista, aunque algunos le hayan presentado como agente de Rusia. La frase
«Yo me aliaré con el diablo si el diablo me puede ayudar a ganar la guerra” no
fue Churchill el primero que la pronunció; fue Negrín. Del mismo modo, cuando a
él, socialista -y no muy ortodoxo-, se le acusaba de dar demasiadas alas y
apoyarse mucho en los comunistas, respondía:
-No tengo otro remedio. Los
comunistas son los únicos que «me funcionan” con disciplina. Saben obedecer y
esto ya es mucho en las circunstancias en las que nos encontramos.
Azaña estuvo durante algún tiempo
contento con Negrín. Era la primera vez que se encontraba tratando con un
hombre de inteligencia comparable con la suya. Pero el total desconocimiento,
por parte de Negrín, de la Ciencia Jurídica -¡nadie se acordaba ya de eso más
que Azaña!- e incluso de los mecanismos de la política, así como su dureza y
terquedad, dificultaban, a veces, las conversaciones entre ellos. Obsesionado
siempre con la idea de conseguir una paz honorable, a Azaña le agradaba tener como
jefe del Gobierno a un hombre de talla internacional, que podía salir de España
y entenderse directamente con los estadistas extranjeros sin necesidad de
intérprete. Hablaba correctamente siete u ocho idiomas, incluso el húngaro y el
checoslovaco. Confiaba en que hasta los alemanes le habrían escuchado con
respeto porque tenían noticias de sus méritos como científico. Con un hombre así
-totalmente desprovisto del espíritu aldeano tan característico de los
políticos de la República y de tantos otros políticos de todos los tiempos-
sería más fácil conseguir lo que realmente nunca se había intentado con
eficacia. Sin embargo, pronto surgieron las desavenencias. Ni Azaña podía
convencer a Negrín de que, estando perdida la guerra, había que hacer todos los
sacrificios que fueran necesarios por conseguir la paz cuanto antes, ni Negrín podía
convencer a Azaña de que lo importante era organizarse, a costa de lo que
fuese, para “ir tirando” hasta que empezara la guerra europea, que estaba muy
próxima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario