Iluminada, Mary Karr, p. 298
Una mujer sale a la palestra y
dice que su poder superior la ha ayudado a asistir a una boda de la familia sin
probar ni gota de alcohol, a pesar de que sus beodos parientes intentaron
obligarla a tragar toda clase de cócteles, y yo a duras penas contengo el
impulso de salir pitando de alli. Poder superior mis cojones, oigo decir a mi
padre, y La Iglesia es una estafa para !os pobres. Miro de reojo al profesor de
clásicas, que levanta los pulgares como si la mujer hubiera marcado un
touchdown, y pienso: ¿En qué clase de mundo de fantasía me he metido, que los
ricos piden consejo a los pobres? En cualquier momento podría levantarse un predicador
con una serpiente en la mano y arrancarse a bailar mientras su esposa menor de
edad pasa la gorra. Me echo más crema en las manos y me quedo sentada en el
filo de la silla igual que un pajarillo encaramado a un cable.
El tipo de delante apela a una
señora con traje de Chanel rematado con botones dorados y largas cadenas
colgantes. Parece sacada de las páginas de una revista de ocio para ricachones.
Relata que solía esconder la botella de vodka dentro de un pavo que guardaba en
el congelador del sótano. Mientras cocinaba, bajaba, la sacaba y pegaba un
lingotazo. Y su familia, que había intervenido ya dos veces, revolvía cestas de
ropa sucia y roperos, buscando sin éxito el alijo. Hasta que una noche, nos
cuenta con voz quebrada, se había formado tanta escarcha que no fue capaz de
extraer la botella y tuvo que levantar al pavo entero y beber de él.
Dice: Y ése fue mi momento de
lucidez, el momento en que pensé: La gente no bebe de esta manera. En vez de
despreciarla por sus pecados cual institutrices, los presentes se parten de
risa -yo incluida- mientras ella esboza una sonrisa de asombro. Y, como yo
nunca he bebido vodka de un ave congelada, me digo que a esta puta loca no le
llego ni a la suela de los zapatos.
Otro fulano cuenta que enterró
muchas botellas en el jardín de la casa de su madre justo antes de que lo
obligaran a desintoxicarse. Recién salido de la cliníca, sólo tenía que
esconderse una pajita dentro del bañador. Cogía una toalla, el aceite
bronceador y salía, con la excusa de tomar el sol. Su madre lo espiaba todo el
día a través de la puerta corredera y se quedaba de una pieza cuando a última hora
de la tarde lo veía entrar haciendo eses, borracho perdido y colorado como un
cangrejo. Más carcajadas, y oigo cómo me sumo al clamor general, porque este
grupo está más vivo y monta más bullicio que la concurrencia de la mayoría de discotecas.
¿Fue en esta misma reunión donde
un hombre contó la historia de cuando intentó ahorcarse? La soga no estaba en
condiciones y al anochecer su mujer abrió la puerta del garaje y se lo encontró
borracho perdido.
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