Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 1.165. LA NINFA CONSTANTE / MARGARET KENNEDY


EL CIRCO DE SANGER

En la época de su muerte, el nombre de Albert Sangex era apenas conocido por el público filarmónico de Gran Bretaña. Entre los muy pocos que habían oído hablar de él, existían varios que le llamaban Sangé, a la manera francesa, por su poca inclinación a suponer que a veces nacen en Hammersmith grandes hombres.

Allí, sin embargo, fue donde nació, de padres de la baja clase media, en la segunda mitad del siglo XIX. El mundo entero lo supo tan pronto como murió y fue sepultado. Los ingleses, al descubrir un nuevo patrimonio, se excitaron en extremo; parecía que se había hablado mucho de Sanger en el resto del mundo. Sus pretensiones a la inmortalidad fueron empeñosamente estudiadas por personas que abrigaban la esperanza de tener muy pronto una oportunidad de escuchar sus obras. Se descubrió que su idioma era anglosajón, que podía demostrarse no era atín, ni gótico, ni eslavo. Las columnas necrológicas hablaban de la alegre sencillez de sus ritmos, un rasgo inequívocamente nacional que, declaraban, debía remontarse a Chaucer. Lamentaban la muerte de otro profeta sin honores en su patria.

Pero el público británico no era del todo culpable; pocos son los que pueden admirar sinceramente una pieza de música que jamás han oído. Durante la vida de Sanger sus obras nunca fueron ejecutadas en Inglaterra. Esto era en parte culpa suya, porque no componía más que óperas, y en escala particularmente grandiosa. Su representación era una empresa de riesgo, aun en las condiciones más promisorias; y en Inglaterra, las condiciones en que se estrena una ópera jamás son promisorias. La prensa sugería que otros compositores tampoco habían sido repetidamente escuchados en Londres, Mientras Sanger languidecía en un pequeño limbo del olvido. O no era precisamente así. El limbo no era tan pequeño.


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