El cambio más radical en la carrera de David Bowie tuvo su equivalente visual en la portada de su primer álbum de los ochenta, en la que aparece con su imagen de boxeador. Un Bowie bronceado, en forma, con el cabello platinado, contempla a su rival o sparring con mirada concentrada y amenazante. Nos asomamos a una escena en un espacio irreal, con su superficie de fondo altamente textura da, en la que se proyecta cinematográficamente la imagen de una ciudad (no muy diferente, por cierto, al fondo más remoto de la portada de Diamond Dogs) y contra la que el boxeador Bowie (cuyo cuerpo también queda invadido por la proyección) arroja una sombra más definida aún que la de Scary Monsters and Super Creeps. Por encima de todo esto el nombre de Bowie, marcadamente estilizado, ocupa el cuadrante superior de la imagen en colores que tanto contrastan con el fondo como replican su textura. El título, por su parte, queda presentado bajo la forma de un esquema de pasos de danza, un algoritmo que sugiere que, con toda su pose «natural”, “física” o incluso “corpórea”, Let's Dance no deja de ser un artificio. Hay un simulacro de fondo; y hay una referencia al álbum anterior, resuelta quizá en la idea de una sombra siempre presente, un residuo inerradicable, un fantasma al que acaso esta vez Bowie se apresta a combatir, con su cuerpo bañado en una luz no tan diferente a la del fondo de Low (hecha la excepción de su hombro, cuello y brazo izquierdos, iluminados por un resplandor frío, azulado, que no queda claro de dónde proviene pero que parece delatar al espectro, a esa “seria luz de la luna” de la que habla la letra de la canción que da nombre al álbum y que sería, además, el nombre de la gira que lo llevaría por el mundo y lo harta tocar para su mayor audiencia hasta el momento).
No hay comentarios:
Publicar un comentario