Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

AZAÑA


Azaña, Josefina Carabias, p. 315

«No se aceptan regalos»

En París, uno de los que habían sido amigos suyos y que había abandonado definitivamente España porque encontró medios de vIda fuera y se hallaba en buena situación económica, me dijo un día:

-Ha venido Fulano [no recuerdo quién era] y me ha dicho que hace poco le invItó a comer don Manuel y que le dio bastante pena ver que en su mesa faltan muchas cosas de las que a él le gustaban. Me gustaría que acompañaras a mi mujer a encargar unos paquetes para hacérselos llegar, como regalo. Tú sabes qué cosas les gustan a él ya su mujer.

Estuvimos en Chez Fauchon, la mejor tienda de comestibles de París en la plaza de la Magdalena. Elegimos los mejores cafés, las más bellas frutas en dulce, los frascos de foie gras trufado, varias cajas de finísimas galletas, y pastas para el té, azúcar, miel, mermeladas, latas de té para un par de años, leche en polvo, mantequilla salada, quesos de todas clases ... Sin embargo, conociendo como conocía algo al personaje, yo me imaginaba que, a pesar de tratarse de cosas que le eran muy gratas, Azaña no consideraría oportuno el envío.

En efecto, algún tiempo después supe, por otro amigo de la familia que había querido hacer tan espléndido regalo, lo decepcionante que había sido el acuse de recibo: «Agradezco muy sinceramente su envío de víveres, pero debo decirles que les han informado a ustedes mal. Yo no carezco de nada de lo indispensable porque en las circunstancias actuales lo indispensable es muy poco y las apetencias son mínimas. He hecho, pues, entrega de sus obsequios a los  establecimientos que cuidan niños, ancianos y convalecientes. Por las notas adjuntas verán que todo ha sido bien recibido y espero que, en lo sucesivo, sus obsequios sean enviados directamente adonde más falta hacen, a fin de ganar tiempo”.

Quien fue capaz de devolver un lote maravilloso de libros que le envió Pérez de Ayala desde Londres en un momento que le pareció inoportuno -en lugar de habérselos enviado mientras estaba preso- no era hombre capaz de aceptar las costosas exquisiteces, aunque algunas de  ellas no fueran enteramente superfluas, que le enviaban quienes podían permitirse hacer tales obsequios, mientras los niños y los enfermos en España pasaban hambre.


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