Al principio no había nada. Después hubo de todo.
En ese momento, después de
anochecer, en un parque sobre una ciudad occidental, el aire derrama una lluvia
de mensajes.
Hay una mujer sentada en el suelo, apoyada en
un pino. La corteza, dura como la vida, le oprime la espalda. Las agujas del árbol
perfuman el ambiente y una fuerza bulle en el corazón del bosque. Los oídos de
la mujer sintonizan las frecuencias más bajas. El árbol dice cosas con palabras
anteriores a las palabras.
Dice: El sol y el agua son preguntas siempre
dignas de respuesta.
Dice: Una buena solución debe ser
reinventada muchas veces, desde el principio.
Dice: Cada pedazo de planeta
necesita que lo aferren de una forma nueva. Existen más modos de ramificarse de
los que un lápiz de cedro hallaría jamás. Las cosas pueden viajar a cualquier sitio;
para ello, no hay más que permanecer inmóvil.
Eso es justo lo que hace la
mujer. Las señales llueven a su alrededor como semillas.
Esta noche las palabras recorren
largas distancias. Las curvaturas de los alisos hablan de antiguos desastres.
Los filamentos de las pálidas flores de castaño sacuden su polen; pronto se
convertirán en frutos con púas. Los álamos repiten el murmullo del viento. Los
caquis y nogales muestran sus cebos, y los serbales, sus racimos color rojo
sangre. Los viejos robles blanden profecías del clima venidero.
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