El verano sin hombres, Sirir Hustvedt, p. 180
El club de lectura
ha crecido. Se ha multiplicado como los proverbiales hongos por todo el lugar y
es una actividad cultural dominada casi exclusivamente por mujeres. De hecho,
la lectura de obras de ficción ha sido a menudo considerada algo femenino.
Muchas mujeres leen ficción. La mayoría de los hombres, no. Las mujeres leen
ficción escrita tanto por hombres como por mujeres. La mayoría de los hombres,
no. Si un hombre abre las páginas de una novela lo hace porque le gusta que
figure un nombre masculino en la portada. De alguna manera le supone una
seguridad. Nunca se sabe lo que puede sucederle a esos genitales colgantes si
su dueño se sumerge en los sucesos imaginarios concebidos por alguien que tiene
sus partes en el interior. Sin embargo, a los hombres les gusta alardear de
dejar la ficción de lado: “Yo no leo novelas, aunque mi mujer sí lo hace”. La
imaginación literaria contemporánea parece emanar un distintivo perfume
femenino. Recordad a Sabbatini: nosotras las mujeres tenemos el don del
cotorreo. Pero, para ser francos, hemos sido consumidoras de novelas desde su
nacimiento, a finales del siglo XVII, y en aquella época leer una novela tenía
un tufillo de clandestinidad. La delicada mente femenina, como recordaréis que
he mencionado en otras partes de este libro, podría verse fácilmente afectada
si se la expone a la literatura, a la novela en especial, con sus historias de
pasiones y traiciones, con sus monjes locos y libertinos, sus mujeres
despechugadas y sus diversos señores B., sus violadores y violadas. Al
convertirse en un pasatiempo para señoritas, la novela se tiñó de rosa, por si
acaso. Tenía su lógica: la lectura es una actividad privada, una actividad que
tiene lugar, casi siempre, de puertas adentro. Una joven podría retirarse a sus
aposentos con un libro y allí, recostada sobre sus sábanas de seda, embeberse de
las emociones y espantos creados por la punta de una pluma de ave y, al
requerir para la lectura una sola mano, podría la otra manejarse a su albedrío.
En resumen, el temor radicaba en que se pudiera leer con una sola mano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario