El verano sin hombres, Siri Hustvedt, p. 155
Comentario: Los conjuros de las tinieblas nos cuentan verdades. ¿Cuáles son? Los chicos serán chicos: bravucones, salvajes, correrán, darán patadas, treparán a los árboles. Pero las chicas, ¿serán chicas? ¿Delicadas, educadas, dulces, pasivas, manipuladoras, furtivas, malvadas? Todos empezamos iguales en el útero de nuestras madres. Cuando flotamos en el mar amniótico de nuestra primera inconsciencia, todos nosotros tenemos gónadas. Si el cromosoma Y no actuara sobre las gónadas de algunos para gestar unos testículos, todos seríamos mujeres. La biología revierte la historia del Génesis: Adán es Adán a partir de Eva y no al revés. Los hombres son las costillas metafóricas de las mujeres, en lugar de ser las mujeres quienes surjan de la costilla de un hombre. La mayoría de las veces XX = ovarios y XY = testículos. El afamado médico griego Galeno creía que los genitales femeninos eran los masculinos invertidos y viceversa, una opinión que se mantuvo durante siglos: «Si se sacan al exterior los órganos reproductores de las mujeres y se meten en el interior, por decirlo de alguna manera, y se pliegan los de los hombres, encontraremos que en ambos casos serán iguales en todos los sentidos”. Por supuesto, los que estaban en el exterior siempre triunfaban sobre los del interior. No sé exactamente por qué. A mí me parece que los del exterior son bastante vulnerables. De hecho, el miedo a la castración es algo lógico. Si yo tuviera los órganos reproductores colgando fuera de mi cuerpo también estaría muy preocupada por ese paquetito tan delicado. Igual que sucede con el ombligo, el antiguo modelo sexual diferenciaba a los que lo tenían para dentro y los que lo tenían para fuera, lo que significaba que alguien que lo tuviera para dentro podía darnos un día una sorpresa y convenirse en alguien que lo tuviera para fuera, sobre todo si la persona ya se comportaba como alguien que ya presentase esta última característica. Simplemente sucedía que esa verga plegada sobre sí misma y escondida en el interior del cuerpo hacía una súbita aparición. Montaigne, escritor cumbre de la literatura del siglo XVI, suscribió la tesis de los que lo tenían para dentro y los que lo tenían para fuera: “Los hombres y las mujeres están creados a partir del mismo molde y, si dejamos de lado la educación y las costumbres, no existe entre ellos gran diferencia”. Repite la famosa historia de Marie-Germain, que, en la versión de Montaigne, era simplemente Marie hasta la edad de veintidós años (quince años en otras versiones), pero que un día, debido a un gran esfuerzo (tuvo que saltar una zanja mientras perseguía a unos cerdos), le asomó la vara masculina y de ahí en adelante nació Germain. Increíble, diréis. Imposible, diréis. Pero en Puerto Rico existe una familia en concreto, y otra en Texas, con una afección genética en la cual XY presenta a todos los efectos las mismas características de XX. En otras palabras, el fenotipo oculta el genotipo hasta la pubertad, momento en que las niñas se convierten en niños para crecer, de ahí en adelante, como hombres.
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