Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

MEDICACION


Hormigón, Thomas Bernhard, p. 63

Nos asquea la química, me dije, a media voz, como me he acostumbrado a hacer a causa de estar mucho solo, pero al fin y al cabo debemos a esa química, que odiamos más que cualquier otra cosa en el mundo, nuestra vida, nuestra existencia, sin esa maldita química nos habrían arrojado ya desde hace decenios al cementerio o a donde fuera, en cualquier caso no estaríamos ya en este mundo. Después de que a los cirujanos no les queda ya nada que cortarme, dependo completamente de esos medicamentos, y cada día doy las gracias a Suiza y a sus industrias del lago Leman de que existan y, gracias a ellas, yo, lo mismo que probablemente millones de personas, deben cada día su vida y su existencia, por miserable que sea, a esas gentes, hoy denigradas por todos más que cualesquiera otras, de las cajas de cristal de las proximidades de Vevey y Montreux. Como casi roda la humanidad está hoy  enferma y depende de medicamentos, haría bien en pensar que, en la más alta medida, depende al fin y al cabo exclusivamente de esa química que tanto condena. Desde hace tres decenios por lo menos no existiría yo, y no hubiera visto ni vivido todo lo que en estos treinta años he visto y vivido, y en el fondo me aferro  a todo eso que he visto y vivido con todo mi corazón y con toda mi alma. Pero el hombre está hecho precisamente de tal modo que lo que más maldice es lo que lo mantiene y, en general, lo mantiene con vida. Devora las pastillas que lo salvan y desfila a cada instante, con estúpido impulso condenatorio, por las grandes ciudades, hoy degeneradas, para manifestarse precisamente en contra de esas pastillas que lo salvan; actúa continuamente, y como es natural instigado continuamente a ello por los políticos y su prensa, de forma vociferante y en cualquier caso sin pararse siquiera a pensar, en contra de los que lo mantienen vivo. Yo mismo se lo debo todo a la química, por decirlo con una sola frase, desde hace treinta años. Después de esa comprobación, guardé mi bolsa de medicamentos, y por cierto, en la llamada maleta intelectual, no en la maleta de la ropa.


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