SPQR , Mary Beard, p. 42
¿Fue Cayo en realidad tan
monstruoso como normalmente se le ha descrito? ¿Acaso la gente corriente, como
sugiere Josefo, se había dejado engañar por un emperador conocido por llevar a
cabo gestos extravagantemente generosos con las masas? Se decía que en una
ocasión se había subido a la parte más alta de un edificio del foro y que desde
allí había lanzado dinero a los transeúntes. Quizá sí. No obstante, hay
poderosas razones para sospechar de muchos de los relatos tradicionales sobre
la maldad de Cayo, que hemos heredado. Algunas de estas historias son
sencillamente inverosímiles. Dejando de lado su histrionismo de la bahía de
Nápoles, ¿pudo en realidad haber construido en Roma un inmenso puente desde la
colina Palatina hasta la colina Capitalina del que no quedan restos
concluyentes? Casi todas estas historias se escribieron años después de la
muerte del emperador, y las más extravagantes se debilitan cuanto más las
examinamos. La de las conchas bien puede remontarse a una confusión en torno a
la palabra latina musculi, que puede significar tanto «conchas» como «cabañas militares».
¿Desmantelaban los soldados un campamento provisional y no buscaban conchas? Y
la primera referencia que existe al incesto no la encontramos hasta finales del
siglo 1 d. C., mientras que la evidencia más clara de ello parece ser su
profunda aflicción por la muerte de su hermana Drusila, que difícilmente puede
ser considerada una prueba irrefutable de que mantuvieran relaciones sexuales.
La idea de algunos escritores modernos de que sus cenas se parecían mucho a las
orgías, con sus hermanas «debajo de él» y su esposa «encima», descansa en una
mala traducción de las palabras de Suetonio, que alude a la ubicación, “arriba»
y «abajo», en la mesa romana.
Sería ingenuo pensar que Cayo era
un gobernante inocente y benévolo, terriblemente incomprendido o
sistemáticamente malinterpretado. No obstante, es difícil resistirse a la
conclusión de que, por más que hubiera un atisbo de verdad en ellas, las
historias que se narran sobre él son una mezcla inextricable de hechos, exageración,
deliberada malinterpretación y descarada invención. Urdidas en gran medida
después de su muerte, y en buena parte en beneficio del nuevo emperador
Claudia, cuya legitimidad en el trono dependía en parte de la idea de que su
predecesor había sido justamente eliminado. El mismo interés que tenía Augusto
en vilipendiar a Marco Antonio lo tenía también el régimen de Claudia y
aquellos que se encontraban al servicio del nuevo emperador y querían
distanciarse del viejo sumando abusos en el haber de Cayo, fuera cual fuese la
verdad. Dicho de otro modo, puede que Cayo fuera asesinado porque era un
monstruo, pero también es posible que se le convirtiera en un monstruo porque fue
asesinado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario