Eichmann en Jerusalén, Hannah Arendt, p. 130
Bien, en este caso, Eichmann fue
afortunado, ya que únicamente vio lo que era una fase previa a las futuras
cámaras de monóxido de carbono de Treblinka, uno de los seis campos de
exterminio del Este, en el que morirían varios cientos de miles de judíos. Poco
después, en el otoño del mismo año, Müller, el superior inmediato de Eichmann,
le mandó inspeccionar el centro de exterminio de las zonas occidentales de
Polonia incorporadas al Reich, llamadas el Warthegau. Este campo se encontraba
en Kulm (en polaco Chelmno), donde, el año 1944, se asesinarían a más de
trescientos mil judíos procedentes de toda Europa, que habían sido primeramente
“reasentados” en el gueto de Lódz. El campo se hallaba en pleno funcionamiento,
pero el sistema era distinto al empleado en el anterior, ya que en vez de cámaras de gas se utilizaban
camiones. He aquí lo que Eichmann vio: los judíos se encontraban en una gran
sala; les dijeron que se desnudaran totalmente; entonces llegó un camión que se
detuvo ante la puerta de la gran estancia, y se ordenó a los judíos que
entrasen, desnudos, en el camión; las puertas se cerraron y el camión se puso
en marcha. «No sé cuántos judíos entraron, apenas podía mirar la escena. No, no
podía. Ya no podía soportar más aquello. Los gritos ... Estaba muy
impresionado, y así se lo dije a Müller cuando le di cuenta de mi viaje. No, no
creo que mi informe le sirviera de gran cosa. Después, seguimos al camión en automóvil,
y entonces vi la escena más horrible de cuantas recuerdo. El camión se detuvo
junto a un gran hoyo, abrieron las puertas, y los cadáveres fueron arrojados al
hoyo, en el que cayeron como si los cuerpos estuvieran vivos, tal era la
flexibilidad que aún conservaban. Fueron arrojados al hoyo, y me parece ver
todavía al hombre vestido de paisano en el acto de extraerles los dientes con
unos alicates. Aquello fue demasiado para mí. Volví a entrar en el automóvil y
guardé silencio. Después de haber presenciado esto era capaz de permanecer
horas y horas sentado al lado del conductor de mi automóvil, sin intercambiar
ni una sola palabra con él. Fue demasiado. Me destrozó. Recuerdo que un médico
con bata blanca me dijo que si quería podía mirar, a través de un orificio, el interior
del camión, cuando los judíos aún estaban allí. Pero rehusé la oferta. No
podía. Tan solo me sentía con ánimos para irme de allí.”
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