Tuve que regresar a Barcelona
tras varios años de ausencia, cuando me comunicaron que mi padre había
fallecido repentinamente.
En el aeropuerto del Prat me
esperaba mi hermana Anamari. De camino a casa, en un flamante Renault de
segunda mano que se había comprado a plazos con su primer sueldo, me contó los
detalles de la muerte. Como todo había ocurrido hacía poco y muy deprisa,
nuestra madre estaba aturdida, pero serena, dijo Anamari.
Le pregunté si sabía algo de
nuestro hermano Agustín. Llevaba tiempo en paradero desconocido y apenas
teníamos noticias suyas. Anamari le había enviado un telegrama a las señas del
teatro en el que decía trabajar la última vez que escribió a nuestros padres, y
todavía no había recibido contestación.
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