El negociado del ying y el yang, Eduardo Menodoza
-¿Los del segundo tienen chacha?
-No. La que canta es Mariona.
-¿No se había casado?
-Se separó hace un año y ha
vuelto con sus padres.
-Pues no tiene edad para andar
cantando estas piezas de museo.
-Eso díselo a ella.
A mí la copla me irritaba porque
atribuía a claudicación el recuento florido de tantas penas de amores. Pero ya
he dicho que, en aquella época de transición, cuando parecía que por fin nos
habíamos vuelto adultos, todos nos sentíamos un poco abandonados y quien más,
quien menos, todos nos refugiábamos en una forma u otra de nostalgia.
Mientras tanto, la política
seguía su curso. En febrero un conato de golpe de Estado encabezado por un
puñado de militares nos dio un buen susto. Por fortuna duró poco y sirvió para
convencer a todos los españoles de que no había vuelta atrás en el camino
emprendido. También sirvió para dejar constancia de que Franco había muerto,
para bien y para mal. Durante sus largos años en la jefatura del Estado había
acumulado tanto poder que los españoles acabamos creyendo que todo cuanto
ocurría en el país se debía única y exclusivamente a su voluntad. Ahora,
después del fracasado golpe de Estado y la subsiguiente convicción general de que
el poder estaba en manos del pueblo, tuvimos que aceptar el hecho incómodo de que
la marcha del país dependía de fuerzas muy diversas, entre las cuales figuraban
en lugar destacado nuestras propias decisiones. Aquel convencimiento y un
gobierno anodino sumieron al país en una especie de atonía que a mí,
personalmente, no me venía mal.
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