La muerte de Jesús, JM Coetzee, p. 67
-Don Quijote sabía que era una
jaula, no una carreta, pero de todos modos dejó que el hechicero lo encerrara.
Porque sabía que si quería ...
Se detienen en la puerta. Sentada
a los pies de la cama de David, escuchando lo que dice, hay una joven con
uniforme de enfermera, oronda como una paloma. Alrededor de ella, se apiñan los
otros niños de la sala.
-Quijote sabía que podía
escaparse cuando quisiera porque no se había inventado ninguna cerradura capaz
de derrotarlo. Entonces, el hechicero hizo restallar el látigo y los dos corceles
comenzaron a tirar de la jaula en la que estaba el noble caballero. Los
caballos se llamaban Sombra y Marfil. Marfil era blanco y Sombra, negro; tenían
la misma fuerza, pero Marfil era un animal tranquilo que tenía siempre la
cabeza en otra parte, siempre estaba pensando; Sombra, en cambio, era fiero y
caprichoso; eso significa que quería hacer lo que se le antojaba, de modo que a
veces el hechicero tenía que usar el látigo para que obedeciera. ¡Hola, Inés!
¡Hola, Simón! ¿Estaban escuchando mi historia?
La enfermera se puso de pie de un
salto y se escabulló en el corredor con la cabeza gacha y aire de culpa.
Los niños, que llevaban todos el
pijama color celeste del hospital, no les prestaron atención. Esperaban con
impaciencia que David reanudara la narración. La más pequeña, una niñita con el
pelo recogido en dos coletas, no tenía más de cuatro o cinco años; el mayor era
un muchachito robusto en cuya cara ya apuntaba el bozo.
-Anduvieron y anduvieron hasta
que al fin llegaron a la frontera de un extraño país. “Aquí os abandono, Don
Quijote”, dijo el hechicero. «Ese es el reino del Príncipe Negro, que ni
siquiera yo me atrevo a pisar. Dejaré que Marfil, el caballo blanco, y Sombra,
el caballo negro, os guíen ahora en vuestras aventuras.” Hizo restallar el
látigo una vez más y los dos caballos emprendieron la marcha, llevando a Don
Quijote y la jaula a esa tierra desconocida.
David se detuvo, mirando a lo
lejos.
-¿Y? -dijo la pequeñita de las
coletas.
-Mañana leo el resto y veré qué
pasa con Don Quijote.
-Pero no le pasa nada malo,
¿verdad? -dice la chiquitina.
-A Don Quijote nunca le pasa nada
malo porque es dueño de su destino -replica David.
-Qué suerte -contesta ella.