Vive en un apartamento de una
sola habitación junto a la estación de ferrocarril de Mowbray que le cuesta
once guineas al mes. El último día laborable de cada mes coge el tren para ir a
la ciudad, a Loop Street, donde A. & B. Levy, agentes inmobiliarios, tienen
su placa metálica y su despacho minúsculo. Al señor B. Levy, el menor de los
hermanos Levy, le entrega el sobre con el alquiler. El señor Levy vacía el
sobre encima de su mesa abarrotada y cuenta el dinero. Gruñendo y sudando, le
hace un recibo.
-¡ Voila, joven! -dice, y se lo
da haciendo una floritura. Se esfuerza mucho para no retrasarse con el alquiler
porque está en el apartamento de manera fraudulenta. Cuando firmó el contrato
de arrendamiento y les pagó la entrada a A. & B. Levy, no rellenó su
ocupación con «estudiante”, sino con “ayudante de bibliotecario", y dio la
biblioteca de la universidad como dirección de trabajo.
No es mentira, o no del todo. De
lunes a viernes trabaja atendiendo el mostrador de la sala de lectura por las
noches. Es un trabajo que la mayoría de los bibliotecarios, sobre todo mujeres,
prefieren no hacer porque por las noches el campus, situado en la ladera de una
montaña, resulta demasiado lúgubre y solitario. Incluso él siente un escalofrío
cuando abre la cerradura de la puerta y avanza a tientas por el pasillo a
oscuras hasta el interruptor central. A un maleante le resultaría muy sencillo
esconderse entre las estanterías cuando el personal se va a casa a las cinco en
punto, luego desvalijar las oficinas. Él se estremece
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