La chica del pelo raro, DF Wallace, p. 217
-Porque si nadie es como parece
en realidad -le dije-, eso me incluye a mí.Y a ti.
Rudy elogió en voz alta la puesta
de sol. Dijo que tenía un aspecto explosivo, rodeándonos por todas partes y a
tan poca distancia del agua. Se reflejaba y se duplicaba en aquella parte del
río. Pero él únicamente se había fijado en el agua. Yo había estado mirándolo.
-Oh, Dios mío -es lo que dijo
Letterman cuando la cara del coordinador Reese, elegante pero con dos círculos
de hollín alrededor de los ojos como si fuera un mapache, consiguió salir ilesa
del círculo perfecto de explosivos humeantes. Al cabo de unos meses, después de
que yo misma saliera indemne de una situación gracias a que me quedé en el
centro, protegida por la quietud que se creó a partir del enorme estruendo del
que yo, que era su causa, estaba justo en medio, y resguardada, me asombré
nuevamente de lo sinceras y naturales que esas palabras resultaban en alguien que
permanecía en aquella posición.
Y he recordado, y he trabajado
muy duro para demostrarlo, que si algo tengo claro, es que soy una mujer que
dice lo que piensa. Es así como quiero verme a mí misma para seguir adelante en
la vida.
Y es por eso por lo que le
pregunté a mi marido, mientras íbamos en nuestra limusina a reunirnos con Ron y
Charmian y puede que también con Lindsay para tomar unas copas y cenar al otro lado
del río, a costa de la NBC, cómo pensaba que él y yo éramos en realidad, si es
que pensaba algo.
Lo cual resultó ser un error.
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