Palabras mayores: nueva narrativa mexicana, p.134.135
Los primeros reportes de
actividad aeronáutica irregular detectada sobre los municipios del Sotavento
(Veracruz, Boca del Río, Alvarado y Tlalixcoyan, principalmente) datan de 1989.
Los habitantes de este paisaje agreste, ganaderos y campesinos, estaban ya habituados
a la presencia de las luces nocturnas. Los más viejos las llamaban «brujas»;
los más informados, avionetas. Incluso conocían el lugar en donde aquellas
luces descendían: una brecha bordeada de matorrales y alimañas usada por el
Ejército como pista de aterrizaje natural. Lo llamaban rancho La Víbora.
En esa planicie natural rodeada
de esteros, era común para los habitantes de Tlalixcoyan percatarse de la
presencia de soldados. La pista de La
Víbora era usada por las fuerzas armadas para realizar maniobras especiales.
Por ello a nadie le extrañó que, a finales de octubre de 1991, llegaran
cuadrillas de soldados a tusar la maleza baja del llano a golpes de machete y
librar la pista de obstáculos. Una semana después, la mañana del7 de noviembre
de ese mismo año de 1991, el Ejército,
la Policía Federal y una avioneta Cessna de origen colombiano se vieron
envueltos en un sangriento escándalo que apenas logró burlar el apretado cerco
de censura del gobierno: integrantes del 13° Batallón de Infantería abrieron
fuego contra un grupo de agentes federales antes de que éstos pudieron aprehender
a los tripulantes de la avioneta colombiana detectada desde las costas de
Nicaragua por el Servicio de Aduanas estadounidense. La avioneta Cessna,
supuestamente tripulada por traficantes colombianos, aterrizó sobre el llano La
Víbora a las 6:50 de la mañana, seguida del King Air de los federales. Los
tripulantes de la avioneta, hombre y mujer, abandonaron un cargamento de 355
kilos de cocaína en costales y desaparecieron en el monte mientras que los soldados
dellJ. Batallón de Infantería, apostados en dos columnas a lo largo de la
pista, abrieron fuego contra los agentes federales hasta «neutralizarlos».
De aquel suceso recuerdo dos
fotos que aparecieron en el periódico local Notiver. En una de ellas, siete
hombres yacían en hilera sobre el pasto, bocabajo. Eran los agentes
acribillados por el ejérci to. Cinco de ellos vestían de oscuro y los otros dos
iban de paisano, y aunque portaban chamarras negras, sucias de tierra y zacate,
ninguno llevaba zapatos. La segunda fotografía mostraba a un sujeto sentado en
el suelo, con el cañón de un fusil apuntándole al rostro. El hombre, que
portaba las siglas de la PGR en el pecho, miraba di recto hacia la lente. Sus
labios, congelados a mitad de un espasmo, dejaban entrever una lengua hinchada:
era el único federal sobreviviente de la masacre.
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