Mauricio o las elecciones primarias, Eduardo Mendoza, p. 365
Mitologías de civilizaciones tan
remotas e incomunicadas como Mesopotamia y la América Central, dan por cierta
la presencia fugaz sobre la tierra de una raza de gigantes o titanes
engendrados en el pecado, por lo que la perversidad era consustancial a su
naturaleza y se veían inclinados al mal y a la violencia. Las mitologías coinciden
también en que fueron estos seres de origen tenebroso y destino trágico quienes
enseñaron a los hombres las cosas que habían de permitirles dominar el mundo:
el fuego, la agricultura, la escritura, la medicina, la adivinación y los
horóscopos, la técnica de trabajar los metales y fundir estatuas, de donde
saldrían los ídolos, y la fabricación y el manejo de las armas. No hay acuerdo
sobre si estas aportaciones fueron buenas o malas o si los hombres habrían
podido sobrevivir sin ellas. Sí hay acuerdo sobre el fin de esta raza: con las
armas de que ellos mismos se habían dotado, lucharon entre sí hasta acabar los
unos con los otros sin excepción. En algunas versiones, sus huesos amontonados son
el origen de las montañas. Otra versión menciona como de soslayo un grupo
reducido de individuos, que a veces son ángeles y a veces hombres, dedicado a
llorar su recuerdo por toda la eternidad, inútilmente.
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