El testigo, Juan Villoro, p. 233
Entre las fotos de los cristeros,
le sorprendió una en que se fusilaban relojes para detener el tiempo de la
historia. El pueblo en armas de Cristo Rey fue dueño de su tiempo por tres años.
Luego desapareció de la memoria oficial. Seguramente, la vocación de martirio
facilitó la derrota. Julio leyó en la carta de un combatiente: «¡Qué fácil está
el cielo ahora!11 Una fra.se celebratoria, escrita por alguien más dispuesto a
morir que a luchar. La vida ultraterrena era recompensa suficiente.
En un país de caudillos, a los
cristeros les faltaron jefes. Aunque algunos sacerdotes fueron comandantes
decisivos y se contrató a Gorostieta para definir la táctica militar, en
esencia no hubo otro líder que Cristo. Costaba trabajo describir esa rebelión sin
mayor estrategia que las tropas articuladas por el repicar de los campanarios.
En otra carta leyó que un
batallón no se preocupaba de no haber comulgado porque muy pronto recibiría el
bautizo de la sangre. La felicidad de la muerte o su conversión en hecho
sacramental resultaban intolerables para Julio. Se senda revisando testimonios
talibanes después del 11 de septiembre. Al mismo tiempo, no podía ser
indiferente ante la veracidad del sufrimiento, la inocencia de esas voces, la
pureza y la severa necesidad de su fe. En el país derrotado por esa guerra
surgió el PAN, la opción política de los católicos, que sin embargo ya era
difícil asociar con los cristeros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario