Me llamo Eugene Dawn. No puedo hacer nada al respecto.
Empiezo, pues.
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Coetzee me ha pedido que revise mi ensayo. Se le atraganta. Lo
quiere más fácil de digerir, en caso contrario lo quiere ver eliminado.
Y también me quiere quitar de en medio, me doy
cuenta. Me estoy armando de valor contra ese hombre poderoso,
genial y ordinario, tan completamente desprovisto de visión.
Le temo y desprecio su ceguera. Me merecía algo mejor. Heme
aquí sometido a un director, un tipo ante el cual mi primer instinto
es arrastrarme. Siempre he obedecido a mis superiores y
he estado encantado de hacerlo. No me habría embarcado en
el Proyecto Vietnam de haber imaginado que acabaría entrando
en conflicto con un superior. El conflicto trae infelicidad, y
la infelicidad envenena la existencia. No soporto la infelicidad,
lo que yo necesito es paz y amor y orden para mi trabajo. Necesito
mimos. Soy un huevo que necesita estar en el más mullido
de los nidos bajo la más paciente de las ponedoras antes de que
se agriete mi cascarón liso y poco prometedor y emerja mi
tímida vida secreta. Se me tiene que tratar con indulgencia.
Rumio, soy un pensador, una persona creativa, alguien que no
carece de valor para el mundo. Lo normal sería que Coetzee me
entendiera mejor, pues tendría que estar acostumbrado a tratar
con gente creativa. Habiendo sido él también un creador en el
pasado, ahora es una persona creativa fracasada que vive de segunda
mano a expensas de los verdaderos creadores. Su reputación
se la ha labrado gracias al trabajo de los demás. Y aquí lo
han puesto a cargo del Proyecto Vida Nueva sin que él sepa
nada del Vietnam ni de la vida. Me merezco algo mejor.
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