El camino que conducía a la escuela era lo más bello que ésta ofrecía, por eso a Wolfram le hubiera gustado prolongarlo el mayor tiempo posible. Pero entonces habría llegado tarde, y llegar tarde era una falta grave.
Con la agitación, no encontraba la puerta correcta; incluso se equivocaba de planta y estorbaba la clase de otros cursos. Los maestros, que en su mayoría llevaban cuello alto y quevedos, le clavaban una mirada feroz, mientras los alumnos se alegraban de la interrupción. Tardaba casi un cuarto de hora en poder balbucear una disculpa; sin embargo, tal retraso no admitía disculpa. Antes de que le dieran permiso para tomar asiento, se llevaba una reprimenda: «Contigo sólo valen los escarmientos», y recibía una amonestación en el diario de clase. Para colmo, no cuidaba su uniforme;
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