«¿Cómo explicármelo, cómo reconciliarme conmigo mismo? —pensaba,
las pocas veces que llegaba a pensar—. No puede tratarse de lascivia. La
carnalidad más tosca es omnívora, mientras que la otra, la refinada, exige
que haya, tarde o temprano, una satisfacción. Y si bien es cierto que he
vivido cinco o seis aventuras de las corrientes, ¿acaso podría comparar su
naturaleza insípidamente fortuita con esta otra llama tan singular? ¿Qué
pensar de ésta? En nada se asemeja, por supuesto, a la aritmética del
libertinaje oriental, en el que una pieza resulta tierna en razón inversa a su
edad. Oh, no, no puede ser contemplada como un grado especial dentro de
un conjunto genérico, puesto que se trata de algo que está absolutamente
divorciado de lo genérico, algo que no es más valioso sino incomparabl e.
¿Qué es, pues? ¿Enfermedad, delito? Por otro lado, ¿resulta compatible con
los escrúpulos y la vergüenza, con la mojigatería y el miedo, con la
continencia y la sensibilidad? Porque ni siquiera soy capaz de considerar la
posibilidad de causar dolor o de provocar inolvidables
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