Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

Miguel de Molina


Presentes, Paco Cerdá, p. 55

si se escondiera, no sería el gran Miguel de Molina, y por eso esta noche, aun doliéndole todo, aun sintiendo el miedo cerca y saberse perseguido por los heraldos de la muerte, quiere gustar y triunfar y volver a sentir, sobre las tablas del Pavón, esa droga que le embriaga más que el coñac: el aplauso.

Solo hace tres días que reapareció. Los rumores se habían desatado. Qué le ha pasado a Miguel de Malina. Nadie lo sabe. Solo él. El público sabe que es una estrella del espectáculo. Que en la República demostró que un hombre puede cantar cuplés flamencos sin imitar a nadie ni vestirse de mujer. Que el vuelo de las mangas de dos metros de su primera blusa, seda georgette verde nilo con lunares de terciopelo rodeados de pedrería, había cautivado. Que en la guerra había cantado por el frente republicano para animar a las tropas y a la retaguardia y también a los pobres heridos y enfermos en los hospitales, sentado él en una silla desvencijada junto a sus camas y contándoles pasajes divertidos de su vida y anécdotas alegres de la gitanería que tan bien conoció en su infancia y juventud. Es Miguel de Molina. El de na te pido na te debo, me voy de tu vera olvídame ya. El de ojos verdes, verdes como la albahaca, verdes como el trigo verde y el verde verde limón. El cantante libre y del pueblo. O como la otra noche le dijeron, asco en la boca y odio en las garras cuando iban a darle la paliza: un marica y rojo. Por eso ha desaparecido una semana entera del Pavón.


OSCAR WILDE


Bartebly y compañía, Vila-Matas, p. 122

51) Siempre fue una vieja aspiración de Osear Wílde, expresada en El crítico como artista, «no hacer absolutamente nada, que es la cosa más difícil del mundo, la más difícil y la más intelectual».

En París, en los dos últimos años de su vida, gracias nada menos que a sentirse aniquilado moralmente, pudo hacer realidad su vieja aspiración de no hacer nada. Porque, en los dos últimos años de su vida, Wílde no escribió, decidió dejar de hacerlo para siempre, conocer otros placeres, conocer la sabía alegría de no hacer nada, dedicarse a la extrema vagancia y al ajenjo. El hombre que había dicho que «el trabajo es la maldición de las clases bebedoras» huyó de la literatura como de la peste y se dedicó a pasear, beber y, en muchas ocasiones, a la contemplación dura y pura.

«Para Platón y Aristóteles -había escrito-, la inactividad total siempre fue la más noble forma de la energía. Para las personas de la más alta cultura, la contemplación siempre ha sido la única ocupación adecuada al hombre.»

También había dicho que «el elegido vive para no hacer nada», y así fue como vivió sus dos últimos años de vida. A veces recibía la visita de su fiel amigo Frank Harris -su futuro biógrafo-, que, asombrado ante la actitud de absoluta vagancia de Wilde, solía comentarle siempre lo mismo:

- Ya veo que sigues sin dar golpe ...

Una tarde, Wilde le contestó:

-Es que la laboriosidad es el germen de toda fealdad, pero no he dejado de tener ideas y, es más, si quieres te vendo una.


CRISTIANOS ANTIGUOS


Elizabeth Finch, Julian Barnes, p. 94

Estos galileos arribistas, además, hacían gala de una naturaleza histérica, como evidenciaba su afición por el martirio, algo que, en palabras de Juliano, «los llevaba a encontrar la muerte deseable, pensando que si se arrancan su vida violentamente subirán volando hacia el cielo».

Por último, el Apóstata se muestra perplejo ante la absoluta falta de sofisticación del cristianismo, su rechazo a reconocer a los expertos, su inclinación a alabar al idiota y al simplón por delante del escriba y el sabio. Thomas Taylor, traductor de la obra de Juliano al inglés en 1809 y él mismo «politeísta filosófico», se explayó con entusiasmo sobre este punto:

No parece sino que Cristo encontraba sus delicias en estar con los niños, las mujeres y los pescadores. [A los apóstoles] les predica la insensatez, y les enseña que se aparten de la sabiduría, llamándolos a imitar a los niños, a los lirios, el grano de mostaza, y a los pájaros; todos ellos seres sencillos, sin pretensiones, que se dejan guiar por el instinto, sin artificio y cuidado alguno [ ... ]. En la Escritura, además, se menciona con frecuencia a ciervos, venados y corderos [ ... ]. Ahora bien, no hay animal más simple que este. Así lo atestigua el dicho de Aristóteles que habla del «espíritu borreguil», tomado sin duda de la estupidez de este animal, y que, según él, solía aplicarse como injuria contra zafios y majaderos. Pues bien, este es el rebaño del que Cristo se proclama pastor. Y hasta él mismo se complace con el nombre de cordero.

Cabe señalar que estudios científicos recientes han demostrado que, en contra de la creencia tradicionalmente instaurada, las ovejas son en realidad animales de gran inteligencia y complejidad emocional, con buena memoria y capacidad de entablar amistades y de sentir pesar cuando mandan a sus compañeras al matadero.


INCIPIT 1.515. UN LUGAR INCONVENIENTE / JONATHAN LITTELL Y ANTOINE D'AGATA


Otra vez

1. En 1990, una mujer que entonces me era cercana remitió una solicitud a Maurice Blanchot para una revista que ella editaba. La respuesta le llegó en forma de dos cartas: una, manuscrita y personal, la otra, mecanografiada y pública. Yo traduje esta última (bajo pseudónimo) para la revista en cuestión. Empezaba así: «Estimada señora, disculpe que le responda con una carta. Leyendo la suya, donde me solicita un texto para ser incluido en el número de una revista universitaria americana (Yale) con el tema "La literatura y la cuestión ética", sentí miedo, casi desesperación. "Otra vez, otra vez", me dije. No es que pretenda haber agotado un tema inagotable, al contrario, tengo la certeza de que ese tema vuelve a mí porque es intratable»!

2. Un tema intratable que vuelve a mí. También podríamos verlo corno una pedrada en la cabeza que me noquea, que me deja atontado. Ni siquiera había empezado y ya estaba exhausto. De nuevo Blanchot: «Querer escribir, menudo absurdo: escribir es la degradación de la voluntad».

3. Fue a principios de 2021, cuando Europa salía a duras penas del Covid. Un amigo me pidió que escribiera sobre Babyn Yar. «¿Por qué no escribes algo sobre Babyn Yar? Deberías escribir sobre Babyn Yar.» ¿Otra vez? Oh, no, otra vez no.


INCIPIT 1.514. ELIZABETH FINCH / JULIAN BARNES


Se plantó frente a nosotros, sin apuntes, libros ni nervios. El atril lo ocupó su bolso. Echó un vistazo alrededor, sonrió, en silencio, y comenzó.

-Habrán observado que el título de este curso es «Cultura y civilización». No se alarmen. No los voy a acribillar a gráficos circulares. No voy a intentar embuchar les datos como a un ganso cebado; lo único que se consigue con eso es una hipertrofia en el hígado, lo cual no sería sano. La próxima semana les proporcionaré una selección de lecturas totalmente opcional; ni perderán nota por ignorarla, ni la ganarán por estudiarla sin descanso. Les daré clase como a los adultos que sin duda son. La mejor forma de educar, como. sabían los griegos, es la colaborativa. Pero ni yo soy Sócrates, ni ustedes una clase de Platones, si es que es ese el plural correcto. No obstante, dialogaremos. Por otro lado, dado que ya no están en el colegio, no me dedicaré a dispensar blandos gestos de aliento y flojas palmaditas en la espalda. Para algunos de ustedes, puede que yo no sea la mejor profesora, en el sentido de la más adecuada a su temperamento y mentalidad. Vaya esto por delante para quien corresponda.


EL TRIUNFO DEL PAGANISMO


Elizabeth Finch, Julian Barnes, p. 108

Para sus partidarios de los siglos venideros, Juliano era esa figura seductora: un Líder Perdido. ¿Y si hubiese gobernado durante treinta años más, relegando el cristianismo año tras año y volviendo a consolidar, de un modo gradual, y más tarde contundente, el politeísmo de Grecia y Roma? ¿ Y si sus sucesores hubieran proseguido con esa política durante siglos? ¿Qué habría pasado entonces? Quizás no hubiese hecho falta un Renacimiento, dado que las antiguas tradiciones grecorromanas seguirían intactas, y las grandes bibliotecas de la erudición no se habrían destruido. Puede que no hubiese sido necesaria una Ilustración, porque ya se habría producido en gran parte. Se habrían evitado las distorsiones sociales y morales seculares impuestas por una religión de Estado poderosísima. Cuando llegase la Edad de la Razón, llevaríamos ya catorce siglos viviendo en ella. Y los sacerdotes cristianos que hubiesen sobrevivido, con sus creencias peculiares, excéntricas, pero inofensivas -o más bien, neutralizadas-, se codearían en igualdad de condiciones con paganos y druidas, abrazaárboles y dobladores de cucharas, judíos y musulmanes, etcétera y etcétera, todos ellos bajo la protección benévola y tolerante de lo que a la postre habría sido el helenismo europeo. Imaginemos los últimos quince siglos sin guerras religiosas, tal vez sin ninguna intolerancia religiosa o incluso racial. Imaginemos la ciencia liberada de las trabas de la religión. Borremos a todos aquellos misioneros que les metían la fe con calzador a los pueblos indígenas, acompañados de soldados que les robaban el oro. Imaginemos la victoria intelectual de lo que creían la mayoría de los helenistas: que si algún placer podíamos disfrutar en la vida, era en esta breve estancia terrenal nuestra, no en un cielo absurdo y disneyficado después de muertos.


ANTIOQUIA


Elizabeth Finch, Julian Barnes, p. 98

De camino a Persia, Juliano se detuvo en la ciudad de Antioquía. Le resultó repulsiva en muchos aspectos: cristiana, sibarita, corrupta, avara y holgazana. Pero contenía también uno de los templos paganos más sagrados: el de Apolo en el arrabal de Dafnea, levantado justo en el lugar en el que Dafne, huyendo, se había transformado en un árbol de laurel. En su interior había una estatua de Apolo hecha de madera de vid, de treinta metros de alto y envuelta en un manto de oro: se decía que igualaba en magnificencia a la de Zeus en Olimpia. Desde Constantinopla, Juliano había mandado instrucciones para restaurar el templo y disponerlo todo para su llegada. Había imaginado bestias listas para el sacrificio, libaciones, y a la juventud de la ciudad espléndidamente ataviada para darle la bienvenida. Pero no encontró nada de eso. Cuando preguntó qué habían preparado para los sacrificios, el sacerdote sacó un ganso mísero y solitario, que él mismo había traído de casa.

Pero el problema iba más allá de la indolencia y la insolencia.El lugar estaba corrompido desde que el propio hermano de Juliano, Galo, antiguo gobernador de Antioquía, había construido justo al lado del templo una iglesia en honor a san Babilas, un mártir cristiano local, y había depositado allí los restos del santo. En Delfos, Juliano había consultado a la sacerdotisa de Apolo y le había preguntado por qué el oráculo ya no hablaba. «¡Los muertos», le contestó, «me impiden hablar! ¡Desgarra las urnas, extrae los huesos, echa de aquí a los muertos!» Juliano obedeció esta instrucción; retiró el sarcófago de Babilas y lo devolvió a la tumba de la que Galo lo había sacado. Hubo protestas callejeras que rozaron la revuelta, se gritaron insultos al emperador; algunos cristianos terminaron arrestados y fueron «torturados con látigos y uñas de gato». Un par de días más tarde, el Templo de Apolo ardió por completo, y los treinta metros de la deidad de madera quedaron reducidos a cenizas. Como es lógico, las sospechas recayeron sobre los cristianos (pese a que un adorador pagano que había tenido un descuido con los cirios era el culpable).


JULIANO EL APOSTATA


Elizabeth Finch, Julian Barnes, p. 88

Juliano fue un emperador romano que jamás puso un pie en Roma. Un emperador accidental; aunque, en aquellos tiempos, acceder al poder imperial por accidente era un hecho más habitual. Vivió su juventud como estudioso, lejos de la corte, lejos de menesteres militares. En el año 351, convocaron a su hermano Galo a la corte de Milán, lo nombraron César, lo mandaron a gobernar el Este, lo hicieron volver al cabo de tres años, lo juzgaron por corrupción y lo ejecutaron. Cuando convocaron a Juliano a Milán, él medio esperaba que lo eliminasen también. Pero encontró la protección de la segunda esposa del emperador Constantino, Eusebia, y es posible, además, que aquel muchacho estudioso no fuera considerado una gran amenaza. Lo pusieron al frente del ejército occidental del imperio en la Galia, dando por hecho -al menos, según su propia versión- que fracasaría. Eusebia le proporcionó obras de filosofía, historia y poesía para que pudiera proseguir con sus estudios mientras acababa con las diversas tribus germánicas. Cruzó el Rin tres veces en guerras pacificadoras; sus tropas lo proclamaron augusto a las puertas de París. Burló los intentos de hacerlo regresar a Milán, y marchó para enfrentarse a Constando, que gobernaba en la mitad oriental del imperio. Cuando los ejércitos se aproximaban ya, tuvo lugar un feliz accidente: Constando murió de fiebres en Mopsuestia en 361, y dejó a Juliano sin oposición.

Mediante el Edicto de Milán de 313, Constantino y su coemperador, Licinio, habían despenalizado el cristianismo. El Estado pasó así a ser oficialmente neutral en lo tocante a la religión, si bien se concedió a los sacerdotes cristianos libertad para viajar sin restricciones por todo el imperio y se los eximió de obligaciones tributarias. Tras la muerte de Constantino en el año 337, sus hijos Constantino II y Constando II gobernaron como cristianos. De modo que cuando, al convertirse en emperador, Juliano se proclamó pagano y anunció que no volvería a pisar jamás una iglesia cristiana, no estaba desinstaurando el cristianismo, porque en ningún momento se había instaurado. Los cristianos, por descontado, no lo vieron así, y algunos sospechaban que, en caso de que Juliano regresara victorioso de su guerra en Persia, se centraría en la persecución de su Iglesia. ¿Qué le impedía prohibir de nuevo la religión cristiana y erigirse en un segundo Diocleciano?


DUCHAMP


Bartebly y compañía, Vila-Matas, p. 67

Duchamp dejó la pintura más de cincuenta años porque prefería jugar al ajedrez. ¿No es maravilloso? Le imagino enterado perfectamente de quién fue Duchamp, pero permítame ahora que le recuerde sus actividades como escritor, permítame que le cuente que Duchamp ayudó a Katherine Dreier a formar su personal museo de arte moderno, la Société Anonyme, Inc., le aconsejaba las obras de arte que debía coleccionar. Y cuando en los años cuarenta se hicieron planes para donar la colección a la Universidad de Yale, Duchamp escribió treinta y tres noticias críticas y biográficas de una página sobre artistas, desde Archipenko a Jacques Villon.

«Jugador de torneos de ajedrez y artista intermitente, Marcel Duchamp nació en Francia en 1887 y murió en 1968 siendo ciudadano de los Estados Unidos. Se sentía en casa en ambos mundos y dividía su tiempo entre ellos. En el Armory Show de Nueva York, en 1913, su Desnudo bajando una escalera divirtió y ofendió a la prensa, provocando un escándalo que le hizo famoso in absentia a la edad de veintiséis años y le atrajo a los Estados Unidos en 1915. Tras cuatro años de existencia en Nueva York, abandonó aquella ciudad y dedicó la mayoría de su tiempo al ajedrez hasta 1954. Algunos jóvenes artistas y conservadores de museos de varios países redescubrieron entonces a Duchamp y su obra. Él había regresado a Nueva York en 1942, y durante su última década allí, entre 1958 y 1968, volvió a ser famoso e influyente.»

Incluya a Marcel Duchamp en su libro sobre la sombra de Bartleby. Duchamp conocía personalmente a esa sombra, llegó a fabricarla manualmente. En un libro de entrevistas, Pierre Cabanne le pregunta en un momento determinado si se dedicaba a alguna actividad artística en esos veinte veranos que pasó en Cadaqués. Duchamp le contesta que sí, pues cada año reconstruía un toldo que le servía para estar a la sombra en su terraza. A Duchamp siempre le gustó estar a la sombra. Le admiro mucho y, además, es un hombre que trae suerte, inclúyalo en su tratado sobre el No. Lo que más admiro de él es que fue un gran embaucador.

En la foto Etant donnés

Ferrer Lerín


Bartebly y compañía, Vila-Matas, p.56

16) Es como si últimamente les hubiera dado a los escritores del No por ir directamente a mi encuentro. Estaba tan tranquilo esta noche viendo un poco de televisión cuando en BTV me he encontrado con un reportaje sobre un poeta llamado Ferrer Lerín, un hombre de unos cincuenta y cinco años que de muy joven vivió en Barcelona, donde era amigo de los entonces incipientes poetas Pere Gimferrer y Félix de Azúa. Escribió en esa época unos poemas muy osados y rebeldes -según atestiguaban en el reportaje Azúa y Gimferrer-, pero a finales de los sesenta lo dejó todo y se fue a vivir a Jaca, en Huesca, un pueblo muy provinciano y con el inconveniente de que es casi una plaza militar. Al parecer, de no haberse ido tan pronto de Barcelona, habría sido incluido en la antología de los Nueve Novísimos de Castellet. Pero se fue a Jaca, donde vive desde hace treinta años dedicado al minucioso estudio de los buitres. Es, pues, un buitrólogo. Me ha recordado al autor austríaco Franz Blei, que se dedicó a catalogar en un bestiario a sus contemporáneos literatos. Ferrer Lerín es un experto en aves, estudia a los buitres, tal vez también a los poetas de ahora, buitres la mayoría de ellos. Ferrer Lerín estudia a las aves que se alimentan de carne -de poesía- muerta. Su destino me parece, como mínimo, tan fascinante como el de Rimbaud.


INCIPIT 1.513. PRESENTES / PACO CERDA


Las luces se han apagado. Y ahí está él. Presente.

El Fundador, el Profeta, el Ausente.

El Maestro, Glorioso Mártir, César Eterno.

El Héroe Nacional, Figura de la Raza, Primero de los Caídos.

La Muerte que Vive, Novio de España, Artífice del Imperio.

El Elegido, Genio Creador, el Nunca Muerto.

Está ahí, yacente frente al altar, orlado de nombres pomposos, rehén de unos laureles que alejan y mortifican. Y sin embargo, perforando la neblina de este amanecer marino que arrulla a Alicante entre volteos tristes de campana, en las calles agitadas por la muchedumbre y  dentro de esta iglesia solo resuena un nombre humilde, común, pequeño: José Antonio.

Por él, y no por Dios, se han apagado las luces.

Cuando el obispo ha levantado la sagrada forma, una corneta ha sonado. Las luces del templo han dejado de brillar. Afuera sestea la madrugada. En el interior de San Nicolás no hay oscuridad, solo penumbra. Veinticuatro hachones de fuego arden con llamas temblorosas, ascendentes, puro Greco expresionista. Esos fuegos primitivos encuadran el túmulo funerario. Imponente. Oscuro. Permanece elevado a tres metros de altura. Para verlo, los mentones se alzan en reverencia y admiración. En lo alto, sobre un catafalco forrado de terciopelo negro,  brilla la caja de ébano. Dentro reposa él. Presente. Dispuesto a emprender el viaje más largo, de lo terrenal a lo redentor.


INCXIPIT 1.512. CARNICERO / JOYCE CAROL OATES


Nota del editor

Por la presente, hete aquí una biografía que recoge diversas voces, principalmente, la de mi difunto padre, el doctor SilasAloysius Weir (1812-1888), quien fuera durante treinta y cinco años director del Manicomio Estatal de Lunáticas de Trenton, en Nueva Jersey, y, por consenso entre sus colegas médicos, cirujanos y psiquiatras, «padre de la ginopsiquiatría », véase, la psiquiatría especializada en la mujer. Sin embargo, Silas Aloysius Weir también fue pionero en otros aspectos de la medicina, como revelará esta biografía.

En un principio, como albacea testamentario de mi padre, mi intención había sido reunir un compendio de testimonios de sus colegas de profesión con respecto a su obra pionera, en conmemoración del (décimo) aniversario de su fallecimiento; buena parte de mi propósito original se mantiene, sin duda, aunque otros documentos -de fuentes insospechadas- y mi propio comentario han ensanchado esta obra.

He descubierto que resulta imposible obtener una representación fiel de la vida y la carrera de Silas Aloysius Weir. Como valiente pionero de su campo, si bien a veces obstinado, es natural que mi padre despertase mucho resentimiento, rivalidades y censura en su época; tras su muerte, las posiciones con respecto a su reputación se han recrudecido y por lo general, caen de uno de estos dos lados: apoyo o denuncia.

Mi propia posición, como albacea, pero también como su primogénito es, no obstante, objetiva, espero.


INCIPIT 1.511. BRUJERIA / GONZALO TORNE


1. iVERANO BOMBA!

¿Qué nos retiene en un sitio? ¿Por qué nos quedamos al lado de alguien? A menudo me ha parecido intuir una posible respuesta a estas preguntas, pero enseguida se me ha escurrido entre los dedos ... Así que no empezaré divagando, prefiero hablaros del verano en el que conocí a Laura Pons en el mismo pueblecito costero donde de niño pasaba las vacaciones, aunque solo mi madre se instalaba allí durante el verano largo que arranca con el primer sol de mayo y se prolonga hasta que el viento de noviembre impide el baño. El pueblecito está contado enseguida. Queda en esa zona del sur de Europa que los catalanes insistimos en considerar un norte. Lo rodea un semicírculo de montañas cubiertas de pinos con las laderas salpicadas por masías dispersas: a medida que desciende el terreno las viviendas se acumulan hasta formar un tejido urbano alrededor de la plaza, donde el ayuntamiento y la iglesia coinciden en darle la espalda a la doble hilera de casas que se abren al mar como un anfiteatro. A veces la puesta de sol incendia el mar, pero solo los días que las embarcaciones se mecen bajo la luz blanca de junio el conjunto cumple con la promesa de los pueblos de postal.


INCIPIT 1.510. CONVERSACIONS CON IAN McEWAN


INTRODUCCIÓN

En mayo de 2008, Ian McEwan y Steven Pinker mantuvieron una charla en público en el marco del Festival Voces del Mundo del PEN American Center. Su conversación giró en torno a la comunicación, la psicología evolucionista y cómo, en palabras de Pinker, «si uno repasa la transcripción de una conversación, es evidente la poca comunicación de datos que se produce. En gran parte se compone de insinuaciones y eufemismos, y contamos con que nuestro interlocutor rellenará los huecos». En un diálogo, el contexto es importante, lo mismo que los matices de la expresión y el tono, y el proceso de trasladar los intercambios verbales a la página origina, indudablemente, leves pérdidas de significado o de intencionalidad. McEwan es muy consciente de este hecho, y su implicación en las conversaciones reunidas en el presente volumen revela hasta qué punto le interesan la especificidad del lenguaje y la exactitud del sentido. Las conversaciones son muy reveladoras, pero, lo que aún es más importante, documentan un diálogo permanente entre el autor, sus obras y sus lectores. A través de esta serie de apasionantes y francos debates, McEwan ofrece una visión única de su proceso de escritura y proporciona acceso a las múltiples facetas de su persona como autor famoso, erudito, padre y escritor.


Ian McEwan


Conversaciones con Ian McEwan, p. 258

McEwan: Bueno, no creo que estar en la cámara acorazada de una biblioteca sea una vida póstuma, pero probablemente es la única vida póstuma que voy a tener, y en eso seré más afortunado que la mayoría. No veo razón alguna para pensar que algo sobrevivirá a la extinción de mi cerebro y mi cuerpo. A medida que te adentras en los sesenta, es inevitable que tu obra quede permeada por un sentido más potente de tu propia finitud. En realidad, es casi como una disciplina. Incluso en el sentido de lo más trivial, pienso en lo oneroso que es tener otro verano húmedo y nublado cuando ya sólo te quedan diez o veinte. De modo que hay una verdadera sensación de que el tiempo se acaba.

Una vez le pregunté a Updike sobre este asunto. Me dijo que estaba pensando en deshacerse de muchos libros porque tal vez se mudase a un lugar más pequeño, y yo le comenté: «Vaya, eso le producirá mucha angustia». Y él me respondió: «Bueno, eso es lo que habría pensado hasta los cincuenta y cinco años o así, pero luego algo sucede. Empieza a importarte menos. Es curioso -continuó- que pensar en tu muerte no te llene de la misma tristeza o miedo que te producía cuando tenías treinta años». Y creo que empiezo a notar un hálito de eso mismo. Así que, tal vez, sin religión te resignas biológicamente de todos modos. Simplemente te importa menos.


BARTEBLY


Conversaciones con Ian McEwan, p. 237

Querría preguntarle acerca de Bartleby el escribiente, porque se diría que rompe todas las reglas de la comunicación humana. No quiere entrar en el juego y vuelve loco al narrador del relato de Melville. En determinado momento, el narrador se da cuenta de que ése es su destino, de que Dios le ha mandado a Bartleby, y de que su papel en la vida es simplemente proporcionarle a Bartleby un lugar tras la mampara de su oficina en el que estar. Luego pasas la página y no quiere más que librarse de ese horrible íncubo. Pasa de un estado de ánimo a otro. En cierto modo, es una historia paralela a «Los muertos », porque la muerte de Bartleby produce también una poderosa sensación de humanidad. El descubrimiento por parte del narrador del único pequeño dato que ha podido averiguar sobre la vida de Bartleby-que tuvo un trabajo en otra oficina que consistía en abrir cartas muertas cuyos remitentes habían fallecido- produce el famoso grito: « ¡Ah, Bartleby! ¡Ah, humanidad!» al final del relato. Pero me pregunto, desde el punto de vista cognitivo, ¿qué le pasa a Bartleby? Siempre he pensado que era autista.

Pinker: Es posible. El déficit cognitivo más evidente en el autismo es la falta de intuición, que es precisamente lo que usamos para leer entre líneas, para meternos en la mente de otros e imaginarnos qué quieren decir. A menudo, a las personas autistas se les escapan las sutilezas de la conversación, al menos por lo que respecta a la comprensión. Un amigo mío, que tiene un hijo autista, llamó a su casa un día y el chico cogió el teléfono. Mi amigo le preguntó: «¿Está tu madre en casa?» y el chico dijo: «Sí». Y eso fue toda la conversación. Su madre estaba en casa. No comprendió que le estaba pidiendo hablar con la madre.

McEwan: Bartleby muestra esa falta de conciencia.


LOS MUERTOS


Conversaciones con Ian McEwan, p. 233

En el relato de James Joyce «Los muertos», Gabriel sale, con su esposa Gretta, de la fiesta que dan sus tías, un acontecimiento anual que tiene lugar en fechas navideñas. Gretta se ha detenido en el rellano a escuchar una canción y una música de piano que proceden del salón, y que Gabriel no puede oír. Luego ella baja la escalera y ambos salen a la calle con el cantante, que es bastante famoso. Es una noche fría y húmeda, y Gabriel comienza a sentir un creciente deseo por Gretta. Le gustaría saltar por encima de todos los años que han pasado cuidando de sus hijos y preocupándose por asuntos domésticos, todas las penas que han padecido, y regresar al momento en que se conocieron. Con cierta dificultad, consiguen un coche, un coche de caballos, y él espera con ansia el momento en que llegarán a su habitación de hotel. Luego ocurre una terrible sucesión de malentendidos. Él cree que ella se da cuenta de que él la desea. Ella le besa levemente, pero está pensando en otra cosa, y a él le irrita que algo se interponga entre ellos. A continuación, ella suelta su famosa confesión de que la canción que escuchó antes: «The Lass of Aughrim», le ha hecho recordar a un muchacho de diecisiete años, Michael Furey, que antaño estuvo enamorado de ella. Gabriel siente un relámpago de furia celosa hacia este rival y dice con amargura: « ¿Quizá por eso querías ir a Galway con la chica de los Ivors?». La pareja tiene cuarenta y muchos o cincuenta años. Y ella dice: «Murió ... , creo que murió por mí». Luego le cuenta la dolorosa historia de cómo este chico, que se estaba muriendo de tuberculosis, salió en medio de la lluvia, se colocó bajo su ventana y cantó esa canción. Ella tuvo que regresar a Dublín, al convento donde estudiaba, y una vez allí le llegó la noticia de que él había muerto. Es una de las representaciones más hermosas de cómo las mentes de dos personas siguen caminos completamente distintos. Él cree estar iniciando una seducción y ella está inmersa en un dolor que luego se convierte también en el de él. Él se pone a pensar en los muertos, y Joyce hace la famosa evocación de la nieve que cae sobre las llanuras centrales y sobre las agitadas olas de Shannon y sobre la tumba de Michael Furey y sobre las colinas sin árboles. Diría que esta conversación a media noche entre Gabriel y Gretta es tal vez lo mejor que Joyce escribió jamás.


El marido domesticado


Brujería, Gonzalo Torné, p.65

Julio se había abrochado la americana y era desconsolador cómo se le ajustaba a la cintura. Sudaba. Le crecían pelillos en el hueco del mentón, ningún afeitado podía rasurarle. Qué pena, qué lástima, todo sería más sencillo si Laura fuese una belleza discreta de la que disfrutar en privado. Pero su atractivo es la bandera de los Pons, sin ella ¿quién iba a fijarse en ti? No te creas único, he conocido a muchos como tú. Antes de perderla la harás sentir inferior, le faltarás al respeto, la chantajearás con vuestros hijos, le regalarás joyas y viajes para mantenerla sujeta y desilusionada en esa órbita donde el matrimonio empieza a parecerse a la prostitución. Te justificarás diciendo que estás obligado para evitar que vuestro mundo colapse. ¿Qué crees que estás salvando? Una convivencia que os sabéis de memoria, discusiones interpretadas mil veces como un hábito del cerebro, tensiones y aburrimiento, desengaños, y la costumbre de confundir la ilusión con la responsabilidad. ¿ Y qué vas a ofrecerle si decide irse aunque sea por unas semanas? ¿Tu grotesca dependencia? Pobre Julio, deberías ser más cuidadoso antes de abrir la puerta de tu casa. Te comprendo pero no te compadezco, representas a la clase de hombre en la que siempre he evitado convertirme: el marido domesticado.


INCIPIT 1.509. BARTEBLY Y COMPAÑIA / ENRIQUE VILA-MATAS


Nunca tuve suerte con las mujeres, soporto con resignación una penosa joroba, todos mis familiares más cercanos han muerto, soy un pobre solitario que trabaja en una oficina pavorosa. Por lo demás, soy feliz. Hoy más que nunca porque empiezo -8 de julio de 1999- este diario que va a ser al mismo tiempo un cuaderno de notas a pie de página que comentarán un texto invisible y que espero que demuestren mi solvencia como rastreador de bartlebys.

Hace veinticinco años, cuando era muy joven, publiqué una novelita sobre la imposibilidad del amor. Desde entonces, a causa de un trauma que ya explicaré, no había vuelto a escribir, pues renuncié radicalmente a hacerlo, me volví un bartleby, y de ahí mi interés desde hace tiempo por ellos.

Todos conocemos a los bartlebys, son esos seres en los que habita una profunda negación del mundo. Toman su nombre del escribiente Bartleby, ese oficinista de un relato de Herman Melville que jamás ha sido visto leyendo, ni siquiera un periódico; que, durante prolongados  lapsos, se queda de pie mirando hacia fuera por la pálida ventana que hay tras un biombo, en dirección a un muro de ladrillo de Wall Street; que nunca bebe cerveza, ni té, ni café como los demás; que jamás ha ido a ninguna parte


INCIPIT 1.508. HUACO RETRATO / GABRIELA WIENER


Lo más extraño de estar sola aquí, en París, en la sala de un museo etnográfico, casi debajo de la Torre Eiffel, es pensar que todas esas figurillas que se parecen a mí fueron arrancadas del patrimonio cultural de mi país por un hombre del que llevo el apellido.

Mi reflejo se mezcla en la vitrina con los contornos de estos personajes de piel marrón, ojos como pequeñas heridas brillantes, narices y pómulos de bronce tan pulidos como los míos hasta formar una sola composición, hierática, naturalista. Un tatarabuelo es apenas un vestigio en la vida de alguien, pero no si este se ha llevado a Europa la friolera de cuatro mil piezas precolombinas. Y su mayor mérito es no haber encontrado  Machu Picchu, pero haber estado cerca.

El Musée du quai Branly se encuentra en el VII Distrito, en el centro del muelle del mismo nombre, y es uno de esos museos europeos que acogen grandes colecciones de arte no occidental, de América, Asia, África y Oceanía. O sea que son museos muy bonitos levantados sobre cosas muy feas. Como si alguien creyera que pintando los techos con diseños de arte aborigen australiano y poniendo un montón de palmeras en los pasillos, nos fuéramos a sentir un poco como en casa y a olvidar que todo lo que hay aquí debería estar a miles de kilómetros. Incluyéndome.


INCIPIT 1.507. A RESGUARDO / DAVID LEAVITT


-¿Estaríais dispuestos a preguntarle a Siri cómo asesinar a Trump? -preguntó Eva Lindquist.

Eran las cuatro de la tarde de un día de noviembre, el primer sábado tras las elecciones presidenciales de 2016, y Eva estaba sentada en el porche cubierto de su casa de fines de semana en Connecticut, en compañía de Bruce, su marido; sus invitados, Min Marable, Jake Lovett y la pareja formada por Aaron y Rachel Weisenstein, ambos profesionales de la edición literaria; Grady Keohane, un coreógrafo soltero que tenía una casa en las cercanías; y la prima de Grady, Sandra Bleek, que acababa de dejar a su marido y pasaba unos días con su primo mientras se adaptaba a su nuevo estado. No estaba en el porche Mate Pierce -un amigo de Eva más joven que ella (treinta y siete años)-. Estaba en la cocina, preparando una segunda tanda de scones, había tenido que tirar la primera ya que había olvidado añadirle la levadura.

Un benévolo atardecer de otoño iluminaba la escena, que era de bienestar y placidez: la estufa de leña caldeaba el porche, y los invitados estaban acomodados en el sofá y los sillones de mimbre blanco, con los cojines que Jake había tapizado


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