Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LOS MUERTOS


Conversaciones con Ian McEwan, p. 233

En el relato de James Joyce «Los muertos», Gabriel sale, con su esposa Gretta, de la fiesta que dan sus tías, un acontecimiento anual que tiene lugar en fechas navideñas. Gretta se ha detenido en el rellano a escuchar una canción y una música de piano que proceden del salón, y que Gabriel no puede oír. Luego ella baja la escalera y ambos salen a la calle con el cantante, que es bastante famoso. Es una noche fría y húmeda, y Gabriel comienza a sentir un creciente deseo por Gretta. Le gustaría saltar por encima de todos los años que han pasado cuidando de sus hijos y preocupándose por asuntos domésticos, todas las penas que han padecido, y regresar al momento en que se conocieron. Con cierta dificultad, consiguen un coche, un coche de caballos, y él espera con ansia el momento en que llegarán a su habitación de hotel. Luego ocurre una terrible sucesión de malentendidos. Él cree que ella se da cuenta de que él la desea. Ella le besa levemente, pero está pensando en otra cosa, y a él le irrita que algo se interponga entre ellos. A continuación, ella suelta su famosa confesión de que la canción que escuchó antes: «The Lass of Aughrim», le ha hecho recordar a un muchacho de diecisiete años, Michael Furey, que antaño estuvo enamorado de ella. Gabriel siente un relámpago de furia celosa hacia este rival y dice con amargura: « ¿Quizá por eso querías ir a Galway con la chica de los Ivors?». La pareja tiene cuarenta y muchos o cincuenta años. Y ella dice: «Murió ... , creo que murió por mí». Luego le cuenta la dolorosa historia de cómo este chico, que se estaba muriendo de tuberculosis, salió en medio de la lluvia, se colocó bajo su ventana y cantó esa canción. Ella tuvo que regresar a Dublín, al convento donde estudiaba, y una vez allí le llegó la noticia de que él había muerto. Es una de las representaciones más hermosas de cómo las mentes de dos personas siguen caminos completamente distintos. Él cree estar iniciando una seducción y ella está inmersa en un dolor que luego se convierte también en el de él. Él se pone a pensar en los muertos, y Joyce hace la famosa evocación de la nieve que cae sobre las llanuras centrales y sobre las agitadas olas de Shannon y sobre la tumba de Michael Furey y sobre las colinas sin árboles. Diría que esta conversación a media noche entre Gabriel y Gretta es tal vez lo mejor que Joyce escribió jamás.


El marido domesticado


Brujería, Gonzalo Torné, p.65

Julio se había abrochado la americana y era desconsolador cómo se le ajustaba a la cintura. Sudaba. Le crecían pelillos en el hueco del mentón, ningún afeitado podía rasurarle. Qué pena, qué lástima, todo sería más sencillo si Laura fuese una belleza discreta de la que disfrutar en privado. Pero su atractivo es la bandera de los Pons, sin ella ¿quién iba a fijarse en ti? No te creas único, he conocido a muchos como tú. Antes de perderla la harás sentir inferior, le faltarás al respeto, la chantajearás con vuestros hijos, le regalarás joyas y viajes para mantenerla sujeta y desilusionada en esa órbita donde el matrimonio empieza a parecerse a la prostitución. Te justificarás diciendo que estás obligado para evitar que vuestro mundo colapse. ¿Qué crees que estás salvando? Una convivencia que os sabéis de memoria, discusiones interpretadas mil veces como un hábito del cerebro, tensiones y aburrimiento, desengaños, y la costumbre de confundir la ilusión con la responsabilidad. ¿ Y qué vas a ofrecerle si decide irse aunque sea por unas semanas? ¿Tu grotesca dependencia? Pobre Julio, deberías ser más cuidadoso antes de abrir la puerta de tu casa. Te comprendo pero no te compadezco, representas a la clase de hombre en la que siempre he evitado convertirme: el marido domesticado.


INCIPIT 1.509. BARTEBLY Y COMPAÑIA / ENRIQUE VILA-MATAS


Nunca tuve suerte con las mujeres, soporto con resignación una penosa joroba, todos mis familiares más cercanos han muerto, soy un pobre solitario que trabaja en una oficina pavorosa. Por lo demás, soy feliz. Hoy más que nunca porque empiezo -8 de julio de 1999- este diario que va a ser al mismo tiempo un cuaderno de notas a pie de página que comentarán un texto invisible y que espero que demuestren mi solvencia como rastreador de bartlebys.

Hace veinticinco años, cuando era muy joven, publiqué una novelita sobre la imposibilidad del amor. Desde entonces, a causa de un trauma que ya explicaré, no había vuelto a escribir, pues renuncié radicalmente a hacerlo, me volví un bartleby, y de ahí mi interés desde hace tiempo por ellos.

Todos conocemos a los bartlebys, son esos seres en los que habita una profunda negación del mundo. Toman su nombre del escribiente Bartleby, ese oficinista de un relato de Herman Melville que jamás ha sido visto leyendo, ni siquiera un periódico; que, durante prolongados  lapsos, se queda de pie mirando hacia fuera por la pálida ventana que hay tras un biombo, en dirección a un muro de ladrillo de Wall Street; que nunca bebe cerveza, ni té, ni café como los demás; que jamás ha ido a ninguna parte


INCIPIT 1.508. HUACO RETRATO / GABRIELA WIENER


Lo más extraño de estar sola aquí, en París, en la sala de un museo etnográfico, casi debajo de la Torre Eiffel, es pensar que todas esas figurillas que se parecen a mí fueron arrancadas del patrimonio cultural de mi país por un hombre del que llevo el apellido.

Mi reflejo se mezcla en la vitrina con los contornos de estos personajes de piel marrón, ojos como pequeñas heridas brillantes, narices y pómulos de bronce tan pulidos como los míos hasta formar una sola composición, hierática, naturalista. Un tatarabuelo es apenas un vestigio en la vida de alguien, pero no si este se ha llevado a Europa la friolera de cuatro mil piezas precolombinas. Y su mayor mérito es no haber encontrado  Machu Picchu, pero haber estado cerca.

El Musée du quai Branly se encuentra en el VII Distrito, en el centro del muelle del mismo nombre, y es uno de esos museos europeos que acogen grandes colecciones de arte no occidental, de América, Asia, África y Oceanía. O sea que son museos muy bonitos levantados sobre cosas muy feas. Como si alguien creyera que pintando los techos con diseños de arte aborigen australiano y poniendo un montón de palmeras en los pasillos, nos fuéramos a sentir un poco como en casa y a olvidar que todo lo que hay aquí debería estar a miles de kilómetros. Incluyéndome.


INCIPIT 1.507. A RESGUARDO / DAVID LEAVITT


-¿Estaríais dispuestos a preguntarle a Siri cómo asesinar a Trump? -preguntó Eva Lindquist.

Eran las cuatro de la tarde de un día de noviembre, el primer sábado tras las elecciones presidenciales de 2016, y Eva estaba sentada en el porche cubierto de su casa de fines de semana en Connecticut, en compañía de Bruce, su marido; sus invitados, Min Marable, Jake Lovett y la pareja formada por Aaron y Rachel Weisenstein, ambos profesionales de la edición literaria; Grady Keohane, un coreógrafo soltero que tenía una casa en las cercanías; y la prima de Grady, Sandra Bleek, que acababa de dejar a su marido y pasaba unos días con su primo mientras se adaptaba a su nuevo estado. No estaba en el porche Mate Pierce -un amigo de Eva más joven que ella (treinta y siete años)-. Estaba en la cocina, preparando una segunda tanda de scones, había tenido que tirar la primera ya que había olvidado añadirle la levadura.

Un benévolo atardecer de otoño iluminaba la escena, que era de bienestar y placidez: la estufa de leña caldeaba el porche, y los invitados estaban acomodados en el sofá y los sillones de mimbre blanco, con los cojines que Jake había tapizado


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