Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

La Iglesia del ejercicio físico


El movimiento del cuerpo a través del espacio, Lionel Shriver, p. 250

La Iglesia del ejercicio físico proporcionaba claridad. Es decir, establecía un inequívoco conjunto de virtudes -esfuerzo, agotamiento, desprecio del dolor, desafío de los límites percibidos, cualquier distancia más larga que la anterior, cualquier ritmo más rápido- que despejaba toda posible confusión sobre lo que se consideraba un uso productivo del día. También definía el mal: la pereza. Y, más que nada, a propósito del testimonio de Remington sobre los poderes curativos de un mejor ritmo cardiaco para el Parkinson, el insomnio, la diabetes, la demencia senil y la depresión, solo con el ejercicio se podía prevenir la enfermedad, la degeneración y el deterioro mental. Así pues, elevada a la enésima potencia, la Iglesia del ejercicio físico prometía no solo el final de todo envejecimiento y de todos los achaques, sino también su revocación, la vida eterna.

Era el timo más viejo del mundo.

MACHISMO


El movimiento del cuerpo a través del espacio, Lionel Shriver, p. 67
-Se comportó como un hombre durante cinco segundos y eso le pasó factura -dijo Griff-. Últimamente, cuando enciendo el televisor, lo que veo son montones de hombres que se han hecho cortar el pito porque se sienten chicas. No lo dudo. Se comportan como si lo fueran. Ahora hay tan pocos hombres como gallinas con dientes.
-Mmm -dijo Serenara sin definirse al respecto-. Es posible que haya algunos que no siempre se sientan capaces de ser el responsable, el experto, la autoridad. El que tiene que ser fuerte, el seguro de sí mismo. Siempre el protector, nunca el protegido. Es demasiada exigencia. Hoy elegimos las mujeres. Chillamos y hacemos que el hombre mate la cucaracha en la cocina y después, cuando alguien cuestiona nuestro valor para enfrentarnos a una amenaza, podemos pontificar y hacernos las ofendidas. Bien pensado, es un apaño que no está nada mal. Podemos ser campeonas mundiales y dirigir grandes empresas, y después decir que nos traumatiza una mano en la rodilla cuando la indefensión es políticamente útil. A los hombres no se les da esa posibilidad de elegir, y están siempre expuestos a parecer una decepción. La masculinidad como ideal es algo muy ridículo. Después, si consiguen ser temibles y no tener miedo, lo que es muy improbable, y emocionalmente impasibles ante cualquier horror que les ocurra ... , los pilares del poder, de la corrección, de la voluntad, cargándose a los dragones a diestro y siniestro, bueno ... , eso es algo que solo se puede esperar, ¿no? Tienen todas las de perder. Puede que no sea de extrañar que haya tantos hombres que quieran vestirse de mujer.

FEMINISMO


Testo yonqui, PB Preciado, p. 156

El feminismo podía haber promulgado como método anticonceptivo la masturbación técnica obligatoria, la huelga sexual de las mujeres heterosexuales y fértiles, el lesbianismo masivo, la ligadura de trompas obligatoria desde la adolescencia, el aborto libre y gratuito, incluso el infanticidio, si fuera necesario. Un escenario aún más prometedor: era posible, desde un punto de vista biotecnológico, haber exigido la administración a todas las mujeres en edad gestante de una microdosis mensual de testosterona como método al mismo tiempo anticonceptivo y de regulación política del género. Esta medida hubiera terminado de una vez con la diferencia sexual y con la hegemonía heterosexual. Eso no significa que las cis-mujeres (testosteronadas) no seguirían follando con los cis-hombres, sino que esa práctica no podría continuar siendo interpretada como meramente heterosexual. No tendría ningún fin reproductivo; además, no sería el encuentro sexual entre dos personas de sexo opuesto, sino más bien sexo gay con posibilidad de penetración vaginal. Más aún, el feminismo de posguerra podía haberse interesado por la gestión del cuerpo de los cis-hombres: haber declarado de interés nacional la castración, la homosexualidad, el uso obligatorio del preservativo, la obturación de los canales seminales, la administración generalizada de una androcura ( que disminuye la producción de testosterona en los cis-hombres), etc. Había, efectivamente, buenas soluciones, pero el feminismo liberal hizo un pacto diabólico con el sistema farmacopornográfico.


EL SALVADOR


Los que sueñan el sueño dorado, Joan Didion, p. 261

El terror es la realidad de este lugar. Los coches de policía blanquinegros patrullan de dos en dos, y en todos se ve el cañón de un rifle sobresaliendo de una ventanilla abierta. Los controles de carreteras se materializan al azar, con los soldados saliendo de los camiones, abriéndose en abanico y tomando posiciones, con el dedo siempre en el gatillo y los seguros haciendo clic. Da la sensación de que te apuntan con el arma para pasar el raro. Todas la mañanas El diario de hoy y La prensa gráfica publican historias con moraleja: «Una madre y sus dos hijos fueron asesinados con arma cortante (corvo) por ocho sujetos desconocidos el lunes en la noche». Y en el periódico de la misma mañana: encontrado en el arcén de una carretera el cuerpo sin identificar de un joven estrangulado. Otro artículo de la misma mañana: encontrados en otra carretera los cuerpos sin identificar de tres jóvenes, con la caras parcialmente destrozadas por bayonetas y una cruz grabada a cuchillo en una de ellas.

 Es sobre todo a partir de estas informaciones de los periódicos que la embajada de Estados Unidos lleva a cabo sus recuentos de cadáveres, que luego envía a Washington en forma de unos informes semanales que la gente de la embajada denomina los “fiambre-gramas». Estos recuentos se presentan en una especie de clave tortuosa que no consigue ocultar lo que todo el mundo da por sentado en El Salvador: que la mayoría de la gente muere a manos de las fuerzas gubernamentales. En un memorando enviado a Washington el 15 de enero de 1982, por ejemplo, la embajada realizó un desglose «cauteloso» de su recuento de 6. 909 “supuestos» asesinatos políticos cometidos entre el 16 de septiembre de 1980 y el 15 de septiembre de 1981.De esos 6.909, según el memorando, se creía que 922 habían sido «cometidos por las fuerzas de seguridad», 952 por «terroristas de izquierdas», 136 «terroristas de derechas» y 4.889 por los famosos «asaltantes conocidos» de los que hablaban siempre aquellos periódicos de San Salvador que se seguían publicando.


INCIPIT 1.397. EL MOVIMIENTO DEL CUERPO A TRAVES DEL ESPACIO / LIONEL SHRIVER


-He decidido correr una maratón.

En una sitcom de segunda, Serenata habría escupido el café del desayuno. Pero no. Era una persona comedida, y, además, en ese preciso momento había hecho una pausa entre sorbo y sorbo.

-¿Qué? -preguntó; su tono era un poco altivo, aunque cortés.

-Ya me has oído. -Remington, otra vez junto a la cocina, la examinó con una desapasionada mirada de desconcierto-. Tengo la vista puesta en la carrera de abril, la de Saratoga Springs.

Serenata tuvo la sensación, rara en su matrimonio, de que debía vigilar lo que decía.

-Lo dices en serio. No me estás tomando el pelo.

-¿Es que acaso suelo hacer declaraciones de intenciones y después echarme atrás, como si solo estuviera tonteando? No sé muy bien cómo tomarme tu incredulidad: solo me suena a insulto.

-Mi «incredulidad» podría tener algo que ver con que nunca te he visto correr de aquí a la sala.

-¿ Y por qué tendría que correr de aquí a la sala?

Esa literalidad tenía precedentes. Para ellos era natural hablarse así, de forma tan quisquillosa. Era un juego.

-Diría que llevas treinta y dos años sin dar una vuelta a la manzana al trote


INCIPIT 1.396. MAS INTERVENCIONES / HOUELLEBECQ


Jacques Prévert es uno de esos hombres cuyos poemas aprendemos en el colegio. Resulta que amaba las flores, los pájaros, los barrios del viejo París, etc. Pensaba que el amor alcanzaba su plenitud en un ambiente de libertad; en general, estaba más bien a favor de la libertad. Llevaba gorra y fumaba Gauloises; a veces la gente lo confunde con Jean Gabin; por otra parte, fue él quien escribió los guiones de El muelle de las brumas, Las puertas de la noche, etc. También escribió el guión de Los niños del paraíso, considerado su obra maestra. Todas estas  son buenas razones para aborrecer a Jacques Prévert; sobre todo si uno lee los guiones que Antonin Artaud escribió en la misma época y que nunca se rodaron. Es lamentable comprobar que ese repugnante realismo poético, cuyo principal artífice fue Prévert, sigue causando estragos, y que la gente se lo atribuye a Leos Carax como si fuera un halago ( del mismo modo que Rohmer sería sin duda un nuevo Guitry, etc.). De hecho, el cine francés nunca se ha recuperado de la llegada del sonoro; acabará enterrado por su culpa, y bien está.

En la posguerra, más o menos en la misma época que Jean-Paul Sartre, Jacques Prévert tuvo un éxito enorme; a uno le impresiona, a su pesar, el optimismo de esa generación. En la actualidad, el pensador más influyente sería más bien Cioran.


IGUALDAD


Los que sueñanm el sueño dorado, Joan Didion, p. 261

Una razón de que la víctima de aquel caso se pudiera abstraer con tanta facilidad, y de que su situación pudiera representar tan fácilmente a la de la ciudad misma, era que en tanto que víctima de violación la mayoría de las informaciones de prensa seguían sin dar su nombre. Aunque la convención que existe en la prensa inglesa y americana de no dar el nombre de las víctimas de violaciones (los periódicos franceses sí publican el nombre de las víctimas adultas) deriva del deseo comprensible de proteger a la víctima, la justificación de esta protección especial se basa en una serie de presupuestos dudosos, e incluso mágicos. Al proporcionar una protección a las víctimas de violación que no se da a las víctimas de otras clases de ataques, dicha convención presupone que la violación constituye un tipo de profanación que no se da en otras clases de asaltos. Y presupone también que esta profanación es de una naturaleza tal que hay que mantenerla en secreto, que la víctima de violación siente, y sentiría todavía más si se la identificara, una vergüenza y un desprecio por ella misma que son característicos de esta clase de asalto; en otras palabras, que de alguna forma poco clara la propia víctima ha sido responsable del ataque que ha sufrido, que existe un contrato especial entre este tipo concreto de víctima y su asaltante. la convención presupone, finalmente, que la víctima sería, si se revelara este contrato especial, el objeto natural de un interés lascivo; que en el acto de la penetración masculina intervienen  unos misterios tan poderosos que la mujer que es penetrada de a manera (a diferencia, por ejemplo, de aquella otra a la que le aplastan la cara con el ladrillo o le penetran el cerebro con un trozo de tubería) queda marcada de forma permanente, incluso “cambiada» -sobre todo si existe una «diferencia» racial o social perceptible entre la víctima y su asaltante, como pasaba en los relatos del siglo XIX sobre mujeres blancas raptadas por los indios- “arruinada”.


PATRICIA


Los que sueñan el sueño dorado, Joan Didion, p. 251

Resultaba un poco iluso pensar que una Hearst necesitaba hacer algo así para ganar dinero, y sin embargo estas opiniones reflejaban una insatisfacción más amplia, el convencimiento de que la Hearst en cuestión no estaba contando toda la historia ni mucho menos, que estaba «dejando algo fuera», aunque no era fácil definir qué era aquel algo, en vista de la crónica empecinadamente detallada que daba en Todos mis secretos. Si «quedan cuestiones sin resolver», tal como pensaba Newsweek, no se trataba de -,-:Cuestiones del tipo cómo envenenar una bala con cianuro: la forma en que lo hacía el ESL era perforar la punta de plomo sin llegar al depósito de la pólvora, rellenar el agujero con un montoncito de cristales de cianuro y por fin sellarlo con parafina. Si Todos mis secretos «abre más interrogantes de los que cierra», en opinión de Jane Alpert, no se trataba de interrogantes relativos a cómo fabricar bombas de fabricación casera: el truco era meter suficiente pólvora en un trozo de tubería para provocar un estallido fuerte pero dejando el suficiente oxígeno para la ignición, lo cual era una simple cuestión, en opinión de Patricia Hearst, de «calcular con precisión la cantidad de pólvora, la longitud del trozo de tubería y la del cable de tostadora, y no poner el papel higiénico que tanto le gusta a Teko». «Teko», o Bill Harris, insistía en rellenar sus bombas con papel higiénico, y cuando una de ellas no explotó debajo de un coche de policía en el Mission District, reaccionó con «una de sus peores pataletas». Más adelante muchos periodistas consideraron a Bill y Emily Harris unos acusados mucho más agradables de lo que Patricia Hearst lo fue nunca, pero Todos mis secretos no solo los caracterizaba de forma convincente; en palabras de su autora, como «carentes de encanto” sino que les dedicaba el más peyorativo de sus adjetivos: «incompetentes”


LOS REAGAN


Los que sueñan el sueño dorado, Joan Didion, p. 239

Después de proponer la iglesia y de negociar el tema del sermón con el pastor (Ezequiel y los huesos en lugar de lo que Deaver llamaba los “cristianos renacidos”, presumiblemente el renacimiento cristiano) por fin acordó que los Reagan asistirían al servicio dominical de las once de la mañana, «Lo que no nos dijeron -escribe Deaver-, y yo tampoco preví, fue que el servicio de las once incluiría una comunión», un ritual que él explicó que les resultaba completamente extraño a los Reagan», Describe «miradas nerviosas” y «susurros ligeramente frenéticos” sobre qué hacer, puesto que la experiencia que tenían los Reagan era con la iglesia presbiteriana de Bel Air, «una iglesia protestante como era debido donde se pasaban bandejas con vasitos de zumo de uva y cuadraditos de pan». Por fin llegó el momento, y « ... en mitad del pasillo sentí que Nancy me agarraba del brazo ... "¡Mike!",me dijo entre dientes, "¿toda esa gente está bebiendo de la misma copa?"».

Llegado este punto, el incidente empieza a parecer un episodio de I Lave Lucy. Deaver le asegura a la señora Reagan que es aceptable limitarse a mojar la hostia en el cáliz. La señora Reagan se arriesga a hacer eso, pero de alguna manera se las apaña para que se le caiga la hostia en el vino. Ronald Reagan, interpretando en esos momentos a Ricky Ricardo, está demasiado sordo para oír las instrucciones que le ha susurrado Deaver, y además su mujer le ha ordenado: «Haz lo mismo que yo». De manera que él también tira la hostia dentro del vino, donde se queda flotando junto a la de la señora Reagan. «Para Nancy fue un alivio salir de la iglesia-informa Deaver-. El presidente salió completamente risueño a la luz del día, satisfecho de que el servicio hubiera ido tan bien.»


LA CHICA DEL DORADO OESTE


Los que sueñan el sueño dorado, Joan Didion, p. 243

Me vienen a la memoria los detalles domésticos. A media tarde del 4 de febrero de 197 4, en su dúplex del 2603 de Benvenue Avenue, en Berkeley, Patricia Campbell Hearst, de diecinueve años, estudiante de historia del arte en la Universidad de California en Berkeley y nieta del difunto William Randolph Hearst, se puso un albornoz azul de tela de toalla, calentó una lata de sopa de pollo con fideos y preparó sándwiches de atún para ella y para su novio, Steven Weed; vio Misión imposible y El mago por televisión, fregó los platos y se acababa de sentar a estudiar cuando sonó el timbre de su puerta; fue secuestrada a punta de pistola y durante los cincuenta y siete días siguientes fue retenida con los ojos vendados por tres hombres y cinco mujeres que se hacían llamar el Ejército Simbiótico de Liberación.

Entre el día cincuenta y ocho, que fue cuando aceptó unirse a sus captores y se dejó fotografiar delante de la bandera con la cobra del ESL blandiendo una carabina M-1 de cañón recortado, y el 18 de septiembre de 1975, que fue cuando la detuvieron en San Francisco, Patricia Campbell Hearst participó activamente en los atracos al Hibernia Bank de San Francisco y al Cracker Matinal Bank de las afueras de Sacramento; barrió el Crenshaw Boulevard de Los Ángeles con un subfusil automático para cubrir a un camarada al que habían detenido por robar en una tienda; y participó o bien fue testigo de una serie de robos menos publicitados y de la detonación de varias bombas, a los que más tarde se referiría como «acciones» u «operaciones».

Durante el juicio celebrado en San Francisco por la operación del Hibernia Bank apareció en los juzgados llevando pintauñas de color blanco glaseado y llevó a cabo ante el jurado una demostración de cómo se manipulaba el cerrojo de una M-1 para abrir la recámara. Durante una prueba psiquiátrica que le hicieron mientras estaba bajo custodia, completó la frase «La mayoría de los hombres» con las palabras «son gilipollas». Siete años más tarde estaba viviendo con el guardaespaldas con el que se había casado, su hija pequeña y dos pastores alemanes «encerrada a cal y canto en una casa de estilo español equipada con el mejor sistema de seguridad electrónico del mercado», y se describía como «mayor y más sabia», y les dedicaba su propia versión de los hechos, Todos mis secretos, «A mi madre y mi padre».


FIESTA


Más intervenciones, Houellebecq, p. 69

El objetivo de la fiesta es hacernos olvidar que somos seres solitarios, miserables y condenados a morir; en otras palabras, evitar que nos convirtamos en animales. Por eso el hombre primitivo tenía un sentido festivo muy desarrollado. Un buen sahumerio de plantas alucinógenas, tres tamboriles y ya está: cualquier tontería lo divierte. Por el contrario, el occidental medio solo llega a un éxtasis insuficiente después de interminables fiestas tecno de las que sale sordo y drogado: no tiene sentido festivo alguno. Profundamente consciente de sí mismo, radicalmente ajeno a los demás, aterrorizado por la idea de la muerte, es completamente incapaz de cualquier exaltación. La pérdida de su condición animal lo entristece, le produce vergüenza y despecho; le gustaría ser un juerguista, o al menos hacerse pasar por tal. Menudo marrón.


INCIPIT 1.395. LOS DESTROZOS / BE ELLIS


Comprendí hace muchos años que un libro, una novela, es un sueño que pide ser escrito igual que uno se enamora: el sueño se vuelve irresistible, es imposible hacer nada al respecto, al final te rindes y sucumbes por más que tu instinto te diga que salgas corriendo porque eso va a acabar siendo un juego peligroso: alguien saldrá malparado. Para algunos de nosotros, las primeras ideas, las imágenes, las manifestaciones iniciales pueden hacer que el escritor se sumerja automáticamente en el mundo de la novela, en sus amoríos y en su fantasía, en sus secretos. Otros pueden tardar más en experimentar esta conexión con mayor claridad, años en darse cuenta de cuánto necesitaban escribir la novela o amar a esa persona, revivir ese sueño, incluso décadas después. La última vez que pensé en este libro, en este sueño en particular, y en contar esta versión de la historia -la que estás leyendo ahora, la que acabas de empezar- fue hace casi veinte años, cuando me vi capaz de afrontar la revelación de lo que nos pasó a mí y a unos amigos al principio de nuestro último año de instituto en Buckley, en 1981. Éramos adolescentes, críos superficialmente sofisticados que en realidad no sabían nada de cómo funciona de verdad el mundo: teníamos la experiencia, supongo, pero nos faltaba el sentido. Por lo menos hasta que sucedió algo que nos condujo a un estado de comprensión exacerbada.

La primera vez que me senté a escribir esta novela, un año después de los acontecimientos, comprobé que no era capaz de revisitar aquel periodo, ni a ninguna de aquellas personas que conocí, ni las cosas horribles que nos sucedieron, incluido, muy significativamente, lo que me sucedió a mí. De hecho, fue empezar y descartar la idea del proyecto sin escribir ni una sola palabra: tenía diecinueve años.


INCIPIT 1.364. LA FIGURA DEL MUNDO / JUAN VILLORO


PRÓLOGO
La dificultad de ser hijo
-Los intelectuales no deberían tener hijos -comentó mi vecina de asiento en el avión en el que viajábamos a la Feria del Libro de Guadalajara.
Suspendida en el aire, la gente hace confesiones. Mi amiga y yo estábamos ahí por coincidencia, pero ella actuó como si nos hubiéramos dado cita para hablar de algo importante; hablaba movida por una urgencia especial. Bebió de un trago el tequila que le habían servido en un vaso de plástico y comentó que su hijo amenazaba con quitarle la casa a cualquier precio, incluido el de acabar con su vida.
Mi amiga pertenece al mundo del arte y es viuda de un célebre escritor. Con la controlada elocuencia de quien ha contado varias veces lo mismo, habló del desorden emocional que destruye a los hijos de los creadores.
Su marido había tenido dos hijas de un matrimonio previo y en una ocasión me preguntó si alguna vez las había visto de buen humor. En ese mismo diálogo, me habló de su hijo pequeño, que entonces tendría siete años, y le auguró un futuro destacado en la policía judicial:
-Es un hampón incorregible.

HOLLYWOOD


Los que sueñan el sueño dorado, Joan Didion, p. 190

Después de la película, las mujeres, una gran parte de las cuales tiene pinta de haber ascendido por medio de shocks crónicos a un estado de chifladura esquiva, discuten durante la media hora ritual los desplazamientos transpolares de sus conocidos y la paz espiritual que generan las clases de ejercicios, las clases de ballet y el uso de servilletas de papel en la playa. Entre los acontecimientos de este invierno que valoran positivamente se encuentran el Virginia Woolf de Quentin Bell, los acróbatas chinos, las visitas recientes a Los Ángeles de Bianca Jagger y la apertura en Beverly Hills de una sucursal del BonwitTeller. Los hombres hablan de cine, de ingresos brutos, de contratos y de lo que la prensa ha dicho de los actores.

Las veladas terminan antes de la medianoche. Las parejas se marchan en pareja. De existir infelicidad conyugal, nadie la mencionará hasta que a una de las partes implicadas la vean almorzando con un abogado. De existir enfermedad, nadie la admitirá hasta que el paciente entre en coma terminal. La discreción es sinónimo de «buen gusto», y también es buena para los negocios, puesto que en el negocio de Hollywood ya existen los suficientes imponderables sin necesidad de entregarles los dados a unos jugadores de1nasiado distraídos para concentrarse en la acción. Se trata de una comunidad cuyos notables excesos excluyen todo lo que tenga que ver con la carne o el espíritu: el adulterio heterosexual se tolera peor que los matrimonios homosexuales respetablemente asentados o que los enlaces bien llevados entre mujeresde mediana edad. «Una bonita relación lésbica es lo más normal del mundo -recuerdo que insistió Otto Preminger cuando mi marido y yo le cuestionamos el hecho de que la heroína de la película de Preminger que estábamos escribiendo hubiera de tener una-. Es muy facil de arreglar y no amenaza el matrimonio.»


SHARON TATE


Los que sueñan el sueño dorado, Joan Didion, p. 158

Yo me imaginaba que mi vida era simple y dulce, y a veces lo era, pero en la ciudad también estaban pasando cosas raras. Circulaban rumores. Circulaban historias. Todo era indecible pero nada era inimaginable. Aquel flirteo rústico con la idea del «pecado» -aquella sensación de que era posible ir «demasiado lejos” y de que mucha gente lo estaba haciendo- nos acompañó en gran medida en Los Ángeles durante 1968 y 1969. En la comunidad se estaba formando un vórtice de tensión demente y seductora. Los temblores se estaban afianzando. Recuerdo una época en que los perros ladraban todas las noches y la luna siempre estaba llena. El 9 de agosto de 1969 yo estaba sentada en la parte menos profunda de la piscina de mi cuñada en Beverly Hills cuando a ella la llamó una amiga que se acababa de enterar de los asesinatos en la casa de Sharon Tate Polanski en Cielo Orive. Durante la hora siguiente el teléfono sonó muchas veces. Aquellas primeras informaciones resultaron embrolladas y contradictorias. Una persona de las que llamaban hablaba de capuchas y la siguiente de cadenas. Había veinte muertos, no, doce, diez, dieciocho. La gente imaginaba misas negras y lo atribuía a malos viajes de ácido. Recuerdo con mucha claridad todas las informaciones erróneas de aquel día, y también recuerdo otra cosa, y ojalá no la recordara: recuerdo que nadie estaba  sorprendido.


DOORS


Los que sueñan el sueño dorado, Joan Didion, p. 141

En aquel atardecer de 1968 se encontraban reunidos en una dificil simbiosis para grabar su tercer álbum, y en el estudio hacía frío y las luces eran demasiado fuertes y había masas de cables y bancos enteros de esos ominosos circuitos electrónicos parpadeantes con los cuales los músicos conviven con tanta facilidad. Estaban presentes tres de los cuatro miembros de los Doors. Había un bajista prestado de una banda llamada Clear Light. Estaban el productor y el técnico de sonido y el director de gira y un par de chicas y un husky siberiano llamado Nikki, que tenía un ojo gris y el otro dorado. Había bolsas de papel medio llenas de huevos duros e hígados de pollo y hamburguesas con queso y botellas vacías de zumo de manzana y vino rosado de California. Había todo lo necesario y estaba todo el mundo necesario para que los Doors terminaran su álbum con la excepción del cuarto Door, el cantante, Jim Morrison, un licenciado de veinticuatro años de la U CLA que llevaba pantalones de vinilo negro sin ropa interior y que tendía a sugerir que existía un espectro de posibilidades más allá del pacto de suicidio. Era Morrison quien había descrito a los Doors como «políticos eróticos)). Era Morrison quien había definido los intereses del grupo como «cualquier cosa relacionada con la revuelta, el desorden, el caos y las actividades que no parecen tener significado alguno». Era Morrison a quien habían detenido en diciembre de 1967 en Miami por ofrecer un espectáculo «indecente». Era Morrison quien escribía la mayoría de las letras de los Doors, cuyo peculiar carácter consistía en reflejar o bien una paranoia ambigua o bien una insistencia bastante poco ambigua en el binomio amor-muerte entendido como colocón supremo. Y era Morrison quien estaba desaparecido. Eran Ray Manzarek y Robby Krieger y John Densmore quienes les conferían su sonido a los Doors, y tal vez fueran Manzarek y Krieger y Densmore también quienes hacían que diecisiete de los veinte entrevistados en American Bandstand prefirieran a los Doors por encima de otras bandas, pero era Morrison quien se subía al escenario con sus pantalones de vinilo negro sin ropa interior y proyectaba la idea, y era Morrison a quien todos estaban esperando ahora.


Menos que cero


Los destrozos, BE Ellis, p. 308

Miré la botella casi vacía de Smirnoff en la mesilla de noche, la pipa amarilla junto a la bolsa de hierba y el frasco de Valium con su contenido mermado y tomé una resolución en mi interior: a  la mierda el miedo. Estaba exhausto de tener miedo. Adiós a la hierba, adiós al Valium, el mínimo de alcohol posible y solo los fines de semana. Programaría el despertador y me despertaría a una hora estipulada y me masturbaría pensando en Richard Gere, Dennis Quaid, Hart Bochner, David Naughton o cualquier estrella de cine que estuviese en mi radar en ese momento, pero nunca más con Matt Kellner ni con Ryan Vaughn, y luego haría ejercicio antes de ir al colegio, levantaría pesas, nadaría unos largos o correría en la cinta, y después me ducharía, me pondría el uniforme, le diría a Rosa que me preparase algo saludable para el desayuno, y mientras esperaba en la cocina echaría un vistazo a la cartelera de Los Angeles Times y elaboraría una lista de nuevas películas que quisiera ver, los cines y los horarios, e ignoraría cualquier noticia sobre el Arrastrero. Iría en coche a Buckley, llegaría temprano, sonreiría a todo el mundo, besaría en los labios a Debbie cuando la viese en el aparcamiento o  esperándome en el banco bajo la torre del campanario, recitaría el Juramento de Lealtad y la Oración de Buckley, correría unas vueltas en la pista de atletismo, jugaría al tenis con Thom, leería a Joan Didion en las gradas y pensaría con calma en mi novela, almorzaría con el grupo en la mesa central junto al Pabellón, participaría en las conversaciones -se acabaron los silencios de escritor- y me concentraría en las clases de la tarde, tomaría mejores apuntes y haría preguntas, volvería en coche a Mulholland y terminaría todas las lecturas y los deberes antes de ponerme a trabajar en Menos que cero, a lo mejor me daría tiempo a ver alguna película en el Z Channel y luego me iría a las once a la cama y dormiría toda la noche de un tirón sin problema porque estaba ahuyentando de mi mente todos los traumas superfluos.


LUIS VILLORO


La figura del mundo, Juan Villoro, p. 53

Escribir significa desorganizar sistemáticamente una serie, el alfabeto. Del mismo modo, evocar significa desorganizar sistemáticamente el tiempo. ¿Hasta dónde debemos hacerlo? Vivir en estado de retentiva absoluta, como el Funes de Borges, es un idiotismo de la conciencia. El olvido sana y reconforta. Sobrellevamos el peso de lo real porque podemos borrar las moscas, los escupitajos, las vergüenzas. La amnesia selectiva alivia la mente. Pero algunas cosas desaparecen al margen de la voluntad.

En el epílogo a Kriegsfibel, libró de Bertolt Brecht sobre la guerra, la actriz Ruth Berlau, que estuvo muy cerca del dramaturgo, comenta: "No escapa al pasado quien lo olvida". La frase tiene una carga poderosa: el pasado existe por sí mismo. Tarde o temprano tendrá su hora.

La sentencia de Berlau no apela a un rigor neurológico sino moral: hay pasados que no deben olvidarse.

¿Hasta dónde podemos recuperar una memoria ajena? ¿Es posible entender lo que un padre ha sido sin nosotros? Ser hijo significa descender, alterar el tiempo, crear un desarreglo, un desajuste que se subsana con pedagogía, a veces con afecto o transmisión de conocimientos.

En los últimos encuentros con mi padre, llegaba un momento en que la conversación se inclinaba a un tema inevitable. "Chiapas", decía él, y comenzaba a hablar de lo que en verdad le interesaba. El resto, el territorio de lo anecdótico, se derrumbaba en escombros. Si busco la vida personal detrás de sus ideas, es precisamente porque él se negaba a hacerlo; no le interesaba que la mente tuviera vida privada, un padre perdido y enviado a una fosa común, la soledad en un internado de jesuitas, la mudanza a otro país, una patria conquistada con esfuerzo, un pasado que pudo ser, un presente que actualiza ese pasado.


INCIPIT 1.363. LOS LENGUAJES DE LA VERDAD / SALMAN RUSHDIE


RELATOS MARAVILLOSOS

Antes de que existieran libros, existían las historias.Al principio las historias no estaban escritas. A veces incluso se cantaban. Nacían niños, y antes de que supieran hablar, sus padres les cantaban canciones; una canción sobre un huevo que se caía de una tapia, por ejemplo, o sobre un niño y una niña que subían una colina y se caían de ella. A medida que crecían, los niños empezaron a pedir historias casi tan a menudo como pedían comida. Ahora había una gallina que ponía huevos de oro, o un niño que vendía a la vaca de la familia por un puñado de habichuelas mágicas, o un conejo travieso que se colaba en las tierras de un granjero peligroso. Los niños se enamoraron de esas historias, y pedían oírlas una y otra vez. Luego crecieron y encontraron aquellas historias en libros. Junto con otras historias que no habían oído nunca, como la de una niña que se caía por la madriguera de un conejo, o la de un oso viejo y tonto y un cerdito miedica y un burro de lo más lúgubre, o la de una cabina mágica, o la de un lugar donde vivían los monstruos.


INCIPIT 1.362. LOS QUE SUEÑAN EL SUEÑO DORADO / JOAN DIDION


LOS QUE SUEÑAN EL SUEÑO DORADO

Esta es una historia de amor y de muerte en la tierra dorada, y empieza hablando del paisaje mismo. El Valle de San Bernardino queda solo a una hora al este de Los Ángeles, saliendo por  la autopista de San Bernardino, pero en cierta manera es un lugar foráneo: no es la California costera con sus crepúsculos subtropicales y sus brisas suaves procedentes del Pacífico, sino una California más áspera, hechizada por el Mojave, que se extiende  justo al otro lado de las montañas, y devastada por el viento tórrido y seco de Santa Ana, que se cuela por los pasos de las montañas a más de ciento cincuenta kilómetros por hora y aúlla en las barreras de eucaliptos y te crispa los nervios. Octubre es el peor mes para el viento, el mes en que cuesta respirar y las colinas se incendian de forma espontánea. Lleva sin llover desde abril. Cuando uno habla, parece que grite. Es la época del año en que el viento trae los suicidios y los divorcios y una sensación de espanto.

Los mormones se establecieron en este paisaje ominoso y luego lo abandonaron, pero no sin antes plantar el primer naranjo, y durante los cien años siguientes el Valle de San Bernardino atrajo a un tipo de gente que imaginaba que podría vivir entre esa fruta talismánica y prosperar en medio de aquel aire seco, una gente que trajo consigo formas de construir y cocinar y rezar propias del interior y que intentaron aplicar esas costumbres a la tierra. Y el injerto prosperó de forma curiosa. Hablamos de esa California donde es posible vivir y morir sin haber comido nunca una alcachofa y sin haber conocido nunca a un católico ni a un judío. De esa California donde no cuesta nada llamar a números de asistencia espiritual como Dial-A-Devotion y en cambio cuesta horrores comprar un libro.


LA BROMA INFIITA


David Foster Wallace, DT Max, p. 251

La estructura fragmentaria del libro -tres hilos argumentales que parecen pasar a primer plano y retroceder después sin ningún patrón reconocible- era demasiado. Una pequeña innovación estructural resultaba enriquecedora, pero si se abusaba, se perdía al lector por completo. Este problema era más difícil de resolver para Wallace, porque el libro frustraba sistemática y deliberadamente las expectativas del lector. Si la realidad estaba fragmentada, su libro también debía estarlo. Esto tenía que ver igualmente con la insistencia de Wallace en que el relato no resultara tan entretenido que re-creara la misma afección de la que estaba haciendo el diagnóstico. No debía enganchar con demasiada facilidad a los lectores, no debía permitirles caer en el equivalente literario a la «expectación ». La broma infinita tenía que ser, y así la subtituló, «un entretenimiento fallido». En cualquier medida que la novela fuera adictiva, debía ser adictiva de forma autoconsciente. Esta es una de las razones por las que estructuró el relato como una pirámide de Sierpinski, una figura geométrica susceptible de ser subdividida en un número infinito de figuras geométricas idénticas. La forma del libro –siguiendo la propia estructura mental de Wallace- se mostraba recursiva, anidada. Las cosas grandes (La broma infinita, la novela que uno se ve obligado a releer insistentemente para llegar a entender) tienen su correspondencia en otras cosas más pequeñas (La broma infinita, el cartucho de vídeo que se proyecta en un bucle sin fin). Uno de los personajes que aparece es una mujer que tiene miedo de estar ciega y por tanto no abre nunca los ojos. El mensaje del contestador de otro de ellos es como una de esas regresiones visuales infinitas en las que un hombre sujeta un libro en cuya cubierta hay un hombre que sujeta un libro: «Este es el contestador automático del contestador automático de Mike Pemulis». Como efecto, consigue realzar el aislamiento de los personajes, de sus vidas en una casa encantada que no es en absoluto divertida.


ENTREVISTAS BREVES CON HOMBRES REPULSIVOS


David Foster Wallace, DT Max, p. 340

Poco después, la New York Review of Books publicó la primera panorámica general de importancia sobre la obra de madurez de Wallace, que adoptaba un enfoque entre impresionado y escéptico y psicoanalizaba implícitamente al autor por el camino. «The Panic of lnfluence», escrito por A. O. Scott, subrayaba la angustiosa relación de Wallace con el posmodernismo y también su intento de nadar y guardar la ropa, con la dudosa táctica de escribir ingeniosamente para reivindicar la superioridad de la sinceridad en un mundo que está rendido a lo ingenioso. Scott también acusaba a Wallace de protegerse de antemano ante cualquier objeción que pudiera ponerse a su obra al asegurarse de que cualquier crítica posible estaba ya incluida en el propio texto. Entrevistas breves, en especial, escribía el crítico, no era tanto antiirónica como «metairónica», movida en gran medida, como los personajes de los relatos, por el miedo a dejarse conocer. Este tipo de narrativa, proseguía, estaba claramente conectada con la cultura egocéntrica y ensimismada del Estados Unidos de finales del siglo xx, pero «¿representa la obra de Wallace una forma de crítica insólitamente incisiva de esa cultura o es uno de sus síntomas más floridos y exóticos? Por supuesto, solo cabe una respuesta: es ambas cosas». A Wallace no le agradó, pero sí le impresionó. En el margen de un borrador del relato «El neón de siempre», que había comenzado por esta época, anotó ( como una pulla): «AO Scott ha calado perfectamente mi personaje».

Entrevistas breves, sin embargo, tuvo buenas ventas, lo que contentó a Little, Brown y, para bien o para mal, contribuyó a dar lustre a la estatua. Aunque Wallace aseguraba que había dejado de leer reseñas, imprimió el artículo de un crítico del club de lectura de Slate y lo pegó en su cuaderno de notas: «La diferencia: EBCHR es demasiado "contar" y no suficiente "mostrar''. Wallace debería combinar su aran por confrontar las cosas que importan con su habilidad de hilar un relato maravilloso. Cuando ese libro salga, yo estaré haciendo cola».

 


ENTREVISTAS BREVES


David Foster Wallace, DT Max, p. 329

El armazón que sostiene el núcleo de la colección es consistente: son pequeñas escenas, conversaciones, la mayoría de ellas entre una misma mujer y diversos hombres a los que ella está entrevistando. Sin embargo, las preguntas de la entrevistadora no aparecen nunca por escrito, imaginárselas es labor del lector. Los textos están identificados tan solo mediante la indicación del lugar y la fecha, como si las entrevistas se hubieran realizado en una prisión o en un centro de internamiento psiquiátrico. E. B. n. º 59, IV-1998 INSTITUTO DE ATENCIÓN MÉDICA PERMANENTE HAROLD R. Y PHYLLIS N. ENGMAN EASTCHESTER NUEVA YORK; B. l. n.º 15, INSTITUTO DE OBSERVACIÓN Y ASESORAMIENTO MCI-BRIDGEWATER BRIDGEWATER MASSACHUSSETTS. y a los hombres no se les da nombre.

Uno de ellos le cuenta a un amigo una historia sobre una mujer a la que ve salir de un avión y esperar a otra persona que no llega a aparecer; él la recoge y se aprovecha de su decepción. Otro se dedica a convencer a las mujeres para que dejen que él las ate; afirma tener un don casi infalible para detectar qué mujeres desean secretamente experimentar esta forma de dominación, y se compara con “Un sexador de pollos”. En una tercera entrevista, un hombre cuenta que utiliza su brazo atrofiado -su «Anzuelo», lo llama- para conseguir que las mujeres se acuesten con él por pena: «Ya veo que estás intentando ser educada y no mirarlo -reta a la entrevistadora-. Míralo, venga. No me molesta.[ ... ] ¿Quieres oír cómo lo describo yo? Parece un brazo que hubiera cambiado de opinión nada más empezar la partida, mientras estaba en la tripa de mi mamá junto con el resto de mi. Parece más bien una especie de aleta diminuta». En una cuarta, un hombre informa a la entrevistadora de que los hombres que dedican mucho tiempo a centrarse en las necesidades sexuales de las mujeres -«se pasan una auténtica eternidad en la cama entrando y saliendo del chichi de ella y haciendo que se corra diecisiete veces seguidas y todo ese rollo»- son en realidad tan narcisistas como los hombres que solo buscan su propio orgasmo. «La trampa es que son generosos de una forma egoísta - sermonea-. No son mejores que los cerdos, simplemente disimulan mejor.”


11S


David Foster Wallace, DT Max, p. 350

En el momento concreto de los ataques se estaba duchando, «intentando escuchar un post mórtem de los Bears en la emisora radiofónica deportiva WSCR de Chicago», según lo contaría. No estaba seguro de si experimentaba alguna sensación particular acerca de los ataques, más allá de las comunes, pero cuando Rolling Stone le abordó para pedirle un artículo con su reacción, se sintió tentado a intentarlo. En tres días escribió un artículo breve y delicado -«Advertencia. Escrito muy deprisa y en lo que probablemente pueda considerarse estado de shock», añadió como un apéndice al manuscrito-. «La vista desde la casa de la señora Thompson» es un ejemplo de análisis social oblicuo, un homenaje a la América profunda y a la rehabilitación. (Al principio se llamó sibilinamente «A View from the Interior».) De nuevo disfrazó a su círculo del grupo de rehabilitación y los hizo pasar por amigos de la iglesia. Así, la señora Thompson, el seudónimo que dio a la madre de Francis B., se convirtió en «miembro de la iglesia desde hace mucho tiempo y es una líder de nuestra congregación». Reflejó la esencia de las expresiones difusas y suaves de ella y de sus amigas al contemplar los terribles acontecimientos, su preocupación por los familiares que tenían en o cerca de Manhattan, y sus lágrimas cuando vieron derrumbarse las torres por televisión. «Lo que aquellas señoras de Bloomington eran -escribió Wallace-,

o eso me empezaba a parecer, es inocentes. En la sala había lo que a muchos americanos les parecería una sorprendente y pronunciada falta de cinismo. Por ejemplo, a ninguno de los presentes se les ocurrió hacer ningún comentario sobre el hecho de que era un poco extraño que [ ... ] la repetición constante de imágenes horribles podía no responder solamente al supuesto de que algunos espectadores acabaran de encender el televisor justo ahora y aún no lo haya visto.


INCIPIT 1.362. LA CADENA FACIL / EVAN DARA


Hola -esta es la parte peliaguda, como él dijo una vez. La despedida es el paraíso en comparación.

-Le gusta citar a Colbert: la cuestión principal es Cómo Nos Conocimos, y él lo dice de una manera que es como si oyeras esas mayúsculas-

-En realidad, lo que él dice es-

-Pero ese es justo el talento de Lincoln; en cierto modo es como si brillara. Te da la mano, y al mero roce de las puntas de los dedos sois amigos de toda la vida.

-Qué monstruo. O sea, ¿os acordáis de aquella vez en Arun's cuando sacó a Angie Tessler del pozo de lágrimas por haber cortado una relación?

-Sí, ¿o cuando, en la fiesta en el KGB, cuando Carl Kitherson se puso a contarle cómo consiguió que su socio le comprara su parte del concesionario Porsche, tres semanas antes de que plantaran el aviso de desahucio en la puerta?

-O cuando-

-¡ O cuando el tío-!

-A mí me gusta rememorar la noche que Lincoln se pasó por la fiesta que Hildy Waterson le organizó a Peter Hurler. En el Wish You Would de Hyde Park, en la sala de abajo, claro. Estaba la flor y nata, en todo su lustre y esplendor, barra libre más champán francés Bollinger circulando en bandejas sobre guantes mullidos. Gente acurrucada en los sofás, pero mayormente charlando de negocios, sentada en el suelo, en plan chic.


INCIPIT 1.361. MATEO PERDIO EL EMPLEO / GONÇALO M. TAVARES


AARONSON Y LA PRIMERA ROTONDA

Aaronson no siempre estuvo muerto.

De hecho, durante un cierto periodo, Aaronson fue, sin exagerar, un ser vivo.

Entre los veintisiete y los treinta años, Aaronson circulaba -como un insecto obcecado- alrededor de una rotonda.

Todas las mañanas, entre las siete y las siete y media, se veía a un hombre circundar la rotonda principal de la ciudad, rotonda en la que desembocaba el sesenta por ciento del tráfico.

A las siete de la mañana, el humo de los automóviles era menor que al final de la tarde; sin embargo, incluso así, había humo, metal y, también, la velocidad de algunos automóviles. Y allí, en medio de todo, jugándose la vida, un hombre daba cientos de vueltas a la rotonda. Aaronson.

Cualquier hábito, la repetición de cualquier acto por más absurdo que sea, se asume rápidamente


LA BROMA INFINITA


David Foster Wallace, DT Max, p. 220

El comienzo de La broma infinita no tiene una fecha clara. Algunos fragmentos de la novela datan de 1986 y en aquel momento Wallace debió de escribirlos como relatos independientes. La novela contiene los tres estilos literarios de Wallace, empezando por la voz juguetona y cómica de los años de Amherst, pasando por su fascinación con el posmodernismo en Arizona, y terminando con la conversión a los «principios de sentido único» de la época de Boston. Estos tres enfoques se corresponden en líneas generales con los tres principales hilos argumentales del libro: el primero, el retrato de la familia Incandenza, ingeniosa y disfuncional; el segundo, el escenario distópico del libro, situado en un futuro cercano en el que Estados Unidos se ha unido con Canadá y México para formar la Organización de las Naciones de América del Norte («ONAN», cuyo símbolo es un águila coronada por un sombrero mexicano que porta en su garra una hoja de arce), dando origen a un movimiento separatista quebequense; y el tercero, la pasión de Don Gately, que se desarrolla en una versión ligeramente novelada de Granada House. En el momento de su revelación de 1991-1992, algunas partes del libro llevaban con Wallace ya cinco años. Por ejemplo, en otoño de 1986, en Arizona, Gale Walden había descubierto un manuscrito de varias páginas con el nombre de su hermana Joelle bajo la cama de Wallace. Le preguntó en qué estaba trabajando y Wallace dijo que era una obra de ficción sobre una organización terrorista de Canadá. «Punto en el que -dice Walden-, se me nubló la vista y no pregunté más.» Aquí está al menos el origen del diálogo entre los dos agentes secretos, Marathe, de Quebec, y Steeply, de Estados Unidos, que tiene lugar en una montaña no muy distinta de aquellas por las que Wallace y Walden disfrutaban haciendo senderismo a las afueras de Tucson y donde el desierto adoptaba, corno escribe Wallace en La broma infinita, «un aspecto de espejismo.[ ... ] El sol matinal no arrojaba puñales radiales de luz. Aparecía brutal y eficaz y dañino para la vista»."


DE LA IRONIA


David Foster Wallace, DT Max, p. 217

La ironía, tal como la entendía Wallace, no era algo malo en sí mismo. De hecho, la ironía era el posicionamiento tradicional del débil ante el fuerte; insinuar aquello que resulta demasiado peligroso decir es un recurso cargado de potencia. Wallace consideraba que los ironistas originarios de la literatura posmoderna -escritores como Pynchon y en ocasiones Barth- habían pronunciado verdades importantes que solo era posible mencionar de soslayo. Pero cuando se hacía de ella un hábito, la ironía se tornaba peligrosa. Wallace citaba a Lewis Hyde, cuyo panfleto sobre John Berryman y el alcohol había leído en sus primeros meses en Granada House: «La ironía debe usarse solo en caso de emergencia. Si se hace un uso prolongado, se convierte en la voz del prisionero que ha llegado a amar su celda». Y entonces continuaba:

Esto es así porque la ironía, por muy entretenida que sea, está al servicio de una función casi exclusivamente negativa. Es crítica y destructiva, asoladora. [ ... ] La ironía es singularmente inútil cuando se trata de construir cualquier cosa que reemplace a esa hipocresía que ella misma pone en evidencia.

De eso se trataba exactamente: la ironía resultaba derrotista, retraída, el signo revelador de una generación a la que le daba miedo decir lo que en realidad quería decir, y que por tanto estaba en riesgo de olvidar que tenía algo que decir. Para Wallace, la implicación más temible de la ironía era quizá que no hacía distinciones entre sus usuarios: puesto que todos los telespectadores estaban condicionados para esperarla de ese medio, cualquiera podía hacer uso de ella con cualquier fin. Le disgustaba de verdad que Burger King pudiera emplear la ironía para vender hamburguesas o Joe Isuzu, coches.


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