De Absalón, Absalón, de WFaulkner, p. 59
Fue la boda lo que provocó las
lágrimas, no el hecho de casarse con Sutpen. Las lágrimas que tuviera guardadas
para eso, en el supuesto de que lágrimas le quedasen, llegaron más adelante. No
estuvo previsto que fuese una boda a lo grande. Es decir, el señor Coldfield no
parece haberse propuesto que lo fuera. De los dos hombres (no hablo de Ellen,
claro está: de hecho, te habrás dado cuenta de que la mayoría de los divorcios
tienen lugar entre mujeres a las que casó un juez de paz que mascaba tabaco, en un juzgado de pueblo, o bien un
pastor al que despiertan después de medianoche. al que se le ven los tirantes
bajo los faldones de la chaqueta. que no se ha puesto el alzacuellos. y que
tiene una mujer o una hermana solterona que firma los papeles alabeados en calidad
de testigo. Por eso, ¿es demasiado creer que esas mujeres lleguen a ansiar un
divorcio a raíz de una sensación no de lo incompletas que son sus vidas, sino
de la frustración auténtica y de la traición? ¿Y que al margen de la prueba viva
y palpitante que son los hijos, y de todo lo demás, sigan teniendo en mente
incluso entonces una imagen de sí mismas al caminar con la música, por delante
de las cabezas que se vuelven a mirarlas, envueltas por todo el aderezo de lo
simbólico y por las circunstancias de la
rendición ceremonial de aquello que ya no poseen? ¿Por qué no, si para ellas la
auténtica rendición, la de verdad, sólo puede ser (y ha sido) una ceremonia como
el cambio de un billete de curso legal para adquirir un billete de ferrocarril?):
de los dos hombres, fue Sutpen el que
deseaba (o esperaba: esto lo sé por algo que tu abuelo dejó caer una vez y que
sin duda habría sabido por el propio Sutpen, del mismo modo accidental, ya que
Sutpen no pudo decirle a Ellen que lo deseaba, lo cual-el hecho de que en el
último instante se negara a respaldarla a ella en su deseo y en su insistencia- en parte explica
las lágrimas) la boda por todo lo alto, la iglesia repleta y el ritual.
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