De Los enamoramiento de J Marías, 115-116
Claro que podría volver a
casarse, sin embargo no lo veo muy factible, y desde luego no pronto, y cuanto
menos joven fuera más difícil se le haría. Me imagino que sobre todo, pasada la
desesperación inicial, pasado el duelo, y esas dos cosas duran mucho, sumadas,
le daría una pereza infinita todo el proceso. Ya sabes: conocer a alguien
nuevo, contarle la propia vida aunque sea a grandes rasgos, dejarse cortejar o
ponerse a tiro, estimular, mostrar interés, enseñar la mejor cara, explicar
cómo es uno, escuchar cómo es el otro, vencer recelos, h habituarse a alguien y
que ese alguien se habitúe a uno, pasar por alto lo que desagrada. Todo eso la aburriría,
ya quién no, si bien se mira. Dar un paso, y luego otro, y otro. Es muy cansado
y tiene inevitablemente algo de repetitivo y ya probado, para mí no lo quisiera
a mis años. Parece que no, pero son muchos pasos hasta volver a asentarse. Me
cuesta figurármela con una mínima curiosidad o ilusión, ella no es inquieta ni
descontentadiza. Quiero decir que, si lo fuera, al cabo de un tiempo de haberme
perdido podría empezar a ver alguna ventaja o compensación a la pérdida. Sin
reconocérsela, claro, pero la vería. Poner fin a una historia y regresar a un
principio, al que sea, si se ve uno obligado, a la larga no resulta amargo.
Aunque estuviera uno contento con lo que se ha acabado. Yo he visto a viudos y
viudas desconsolados que durante mucho tiempo han creído que jamás levantarían cabeza
de nuevo. Sin embargo luego, cuando por fin se han rehecho y han encontrado
otra pareja, tienen la sensación de que esta última es la verdadera y la buena
y se alegran íntimamente de que la antigua desapareciera, de que dejara el campo libre
para lo que ahora han construido. Es la horrible fuerza del presente, que
aplasta más el pasado cuanto más lo distancia, y además lo falsea sin que el
pasado pueda abrir la boca, protestar ni contradecirlo ni refutarle nada. y no
hablemos ya de esos maridos o mujeres que no se atreven a abandonar al cónyuge,
o que no saben cómo hacerlo, o que temen causarle demasiado daño: esos desean
secretamente que el otro se muera, prefieren su muerte antes que afrontar el
problema y ponerle razonable remedio.
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