El litigio había parecido
interminable y de hecho había sido complicado; pero por una sentencia en
segunda instancia quedó ratificado el dictamen del tribunal de divorcios en lo
tocante a la custodia de la niña. El padre, que, aunque enlodado de pies a
cabeza, habla conseguido que se fallara a su favor, fue designado, en razón de
su triunfo, para hacerse cargo de la custodia: no era tanto que la reputación
de la madre hubiese resultado más absolutamente deteriorada cuanto que en d
resplandor del cutis de una dama (y el de esta dama, entre el tribunal, habla
sido ampliamente comentado) las manchas podían resaltar más claramente por
contraste. Empero, agregada a la segunda sentencia habla una cláusula que
mermaba, a ojos de Beale Farange, su deleite: la orden de reembolsarle a su
exmujer las dos mil seiscientas libras que hacia unos tres años ella había
soltado, como se lo denominó, para la crianza de la niña y precisamente
entendiéndose –tal como quedó probado-- que él se abstendría de iniciar trámites de divorcio: una
suma de la que él habla dispuesto y de la que no estaba en condiciones de rendir
la menor cuenta. Para el resentimiento de Ida no fue pequeño bálsamo la
obligación así impuesta sobre su adversario: extrajo parte del aguijón de su
derrota y manifiestamente obligó al señor Farange a bajar la cresta. A éste le
fue imposible rescatar d dinero o conseguir un empréstito en modo alguno;
conque tras una disputa apenas menos pública y apenas más educada que el primer
enfrentamiento, la única salida que él le vio a su atolladero fue un acuerdo
propuesto por sus propios asesores legales y finalmente aceptado por los de
ella.
La deuda le fue condonada merced
a este acuerdo y la niña fue repartida siguiendo un método digno del tribunal
de Salomón. Se la dividió en dos y las dos mitades se repartieron equitativamente entre los disputantes. La tendrían
consigo, por turnos, seis meses cada uno: la niña pasaría la mitad del año con
cada uno de ellos. Esto pareció una extraña resolución judicial a ojos de
aquéllos que aún estaban parpadeando ante la feroz luz arrojada desde el
tribunal: una luz a la cual ninguno de los dos progenitores habla figurado en
absoluto como un ejemplo edificante para la infancia y la inocencia. Lo que se
habría podido esperar después de las pruebas aportadas había sido la
designación, in loco parentis, de alguna idónea tercera persona, algún amigo
respetable o por lo menos presentable. Por lo visto, empero, el circulo de los
Farange había sido rastreado en vano en busca de tal adorno; conque la única
solución que al final pudo allanar todas las dificultades fue, exceptuando
ingresar a Maisie en un orfanato, la repartición del ejercicio de la tutela de
la forma que ya he constatado.
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